José Toro Hardy
El l
1 de enero den 1976 la industria petrolera venezolana había amanecido
nacionalizada. Se trataba de un paso audaz, pero los venezolanos estaban
preparados para darlo. Los precios del petróleo habían subido
notablemente después de la Guerra del Yom Kippur y
el Embargo Petrolero Árabe. Teníamos los recursos para hacerlo y se logró sin traumas.
La
nueva empresa contaba con infinidad de hombres profundamente
conocedores del tema del petróleo y con un entrenamiento excepcional que
habían recibido de las transnacionales para
las cuales venían trabajando.
Pero
PDVSA había nacido con graves obstáculos. Éramos dueños de nuestro
petróleo y sus instalaciones, pero no teníamos acceso a los mercados
internacionales para poder colocarlo. Teníamos
que vender a precios de gallina flaca nuestros crudos de mala calidad.
Además nuestras refinerías eran obsoletas.
Surgió entonces una
oportunidad. A raíz de la caída del Sha de Irán se presentó una seria
escasez de crudo en los mercados. Algunas refinerías en los EEUU se
habían quedado sin suministro
de petróleo. PDVSA pudo comprar varias de ellas a precios irrisorios,
pero después tuvo que hacer grandes inversiones para dotarlas de
procesos de conversión profunda (craqueo catalítico) para adecuarlas,
como un traje a la medida, a las características de
los crudos venezolanos de mala calidad. Hay en el mundo muy pocas
instalaciones dotadas de craqueo catalítico para poder refinar ese tipo
de crudos. Simultáneamente las refinerías venezolanos estaban siendo
dotadas de las mismas instalaciones.
Después de un esfuerzo
increíble, habíamos logrado una situación envidiable en el mayor mercado
del mundo. Teníamos nuestro propio brazo de comercialización.
Éramos capaces de obtener
el crudo de nuestros propios yacimientos y entregarlos en los tanque de
gasolina de los consumidores americanos, pasando todo el tiempo por
instalaciones
exclusivamente venezolanas. Es decir pozos, oleoductos, tanqueros,
refinerías y todo tipo de instalaciones que eran propias de PDVSA o de
Citgo que a su vez pertenecía 100% a PDVSA. En los EEUU una norme red
de Estaciones de Servicio Citgo (unas 14.500) en
toda la costa este de EEUU despachaban nuestros productos a
los automovilistas. Éramos capaces de agregar valor en cada eslabón de
aquella inmensa cadena y, por esa vía, PDVSA llegó a transformarse en
la segunda mayor empresa petrolera y una de las más eficientes
del mundo, sólo superada en tamaño por Saudi Aramco. Una vez pagados
los préstamos que se habían tomado para cubrir las inversiones en la
adecuación de las refinerías de Citgo, ya habíamos comenzado a enviar
dividendos a la casa matriz, PDVSA.
Pero
en ese momento llegó la debacle bajo la forma de un nuevo gobierno que
pensó que aquello iba en contra de sus creencias socialistas y empezó a
destruir lo que con tanto esfuerzo
se había logrado.
El
propio presidente Chávez, pito en mano, provocó un paro petrolero
(según él mismo lo confesó ante la Asamblea Nacional). Comparó a PDVSA
con una“colina militar” a la que
había que tomar. Procedió entonces a despedir entre 18.000 y 20.000
trabajadores de PDVSA (el 50% del total pero el 75% de la nómina
profesional y ejecutiva donde se acumulaban los conocimientos). Unos
300.000 años de experiencia y conocimientos fueron lanzados
al cesto de la basura.
Esa medida pasará a la historia como una de las más aberrantes que haya cometido mandatario alguno.
Años
después, a través de la modificación de la Ley de Hidrocarburos – una
decisión soberana, que resultó ser soberanamente estúpida-, impuso
modificaciones unilaterales e inconsultas
a los contratos poco antes suscritos por varias transnacionales y los
cuales habían sido previamente aprobados por el propio Congreso
Nacional. El argumento “jurídico” que se les dio a esas empresas fue: “o aceptas los cambios o te vas del país”. Muchas
aceptaron y otras no. Las que no aceptaron demandaron sus derechos ante tribunales de arbitraje internacional.
Sólo en el caso de Conoco Phillips y Exxon Mobil los montos demandados superan los US$ 30.000 millones de dólares.
El gobierno y PDVSA lucen
desesperados y arrinconados. Pareciera que pretenden insolventarse,
porque temen ser embargados. Por eso están tratando de vender Citgo o
más bien entregarla
a los chinos.
¡Qué
barbaridad! Más de 35 años perdidos. Esto llevaría nuevamente a PDVSA a
la situación que tenía antes de 1980, cuando no hallaba cómo vender sus
crudos pesados. Yo espero que
Dios y la Patria se los reclamen.
Ahora
la vorágine revolucionaria, hundida en el fango de una ideología
obsoleta, una incompetencia abismal y una corrupción inenarrable, está a
punto de cometer un último e insuperable
acto de destrucción: la entrega de Citgo.
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