Manuel Caballero: Desempleo, pobreza y demagogia
diciembre 5, 2010 11:17 am
Fragmento de una carta a Enrique Krauze
Mi desacuerdo es con lo que se ha transformado en un lugar común: que gracias a Chávez, se ha podido “descubrir” la pobreza, o por lo menos a los pobres. (Dicho sea de paso, si hay algo que deteste es el sustantivo pobreza: contra lo que se debe luchar es contra el desempleo). Si acaso, lo que ha “descubierto” ese señor es su explosividad, caldo de cultivo de la demagogia: eso es tan viejo como Catilina en Roma.
Como un guante
Si el chavismo lo repite complacido, es porque calza a su mentira según la cual durante cuarenta años, la república civil “no hizo nada” y en particular por los pobres. El propio discurso chavista lo desmiente: por ejemplo, cuando dice que “es un escándalo que sólo Chávez se ha ocupado de resolver” el que en Venezuela el diez por ciento de la población adulta no sepa leer ni escribir.
De acuerdo, eso es un escándalo. Pero ¿y quién alfabetizó al noventa por ciento restante si no la infame democracia?
El fabuloso chorro
Por otra parte, si Venezuela está recibiendo hoy ese fabuloso chorro de dólares petroleros, eso se debe a una política comenzada en 1945, con el llamado fifty-fifty de las ganancias a repartir entre las compañías aceiteras y la Nación venezolana; a la creación de la OPEP en 1960 y a la nacionalización petrolera (y la creación de Pdvsa como una eficientísima empresa moderna) en 1976. ¿Y de quién fue obra todo eso, sino de la asquerosa democracia? De dónde vinieron los logros en materia educativa: en 1958 había en Venezuela tres universidades públicas y dos privadas. En 1998 ya había más de cien institutos de estudios superiores, acaso la red más grande de América Latina.
Las becas “Ayacucho”
Y con las becas “Gran Mariscal de Ayacucho” se enviaron miles de jóvenes a completar su formación en las mejores universidades del mundo.
Y paremos de contar. La afirmación de que Chávez “descubrió a los pobres” no resiste la menor crítica. Los partidos políticos contemporáneos, al nacer en nuestro país en 1936, traían ya consigo la preocupación por lo que entonces se continuaba llamando púdicamente “la cuestión social”. No es sólo eso: los gobiernos democráticos de los tres primeros lustros tuvieron muy presentes ese problema.
Betancourt promulgó e hizo cumplir hasta donde le alcanzó el período constitucional una muy progresista Reforma Agraria.
Quien le sucedió en el mando, Raúl Leoni, había sido ministro del Trabajo en el trienio 1945-1948. Es más: se señala el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez como el del inicio de “la caída” de la democracia, lo que remató con la elección de Chávez en 1998. Sin embargo, con el auxilio de unos sorpresivos e inmensos ingresos de petrodólares después de la guerra del Yom Kippur, pocos gobiernos como el suyo habían desarrollado una política social tan agresiva, dinámica… y millonaria. La democracia, en particular entre 1974 y 1998, fue víctima de sus victorias. Sus políticas en salud y educación traían en germen su propia destrucción.
La esperanza de vida
La política sanitaria trajo como consecuencia no sólo el aumento de la esperanza de vida, sino del propio crecimiento vegetativo de la población. En tales condiciones, hasta el más ambicioso plan de mejoramiento del nivel de vida era rápidamente superado por el crecimiento poblacional, debido al índice de nacimientos y el retroceso de la mortalidad infantil. A esto se unía un factor imposible de controlar: la aparente prosperidad venezolana atraía inmigrantes como la miel a las moscas. A partir de 1973, comenzaron a desplazarse hacia Venezuela, por los “caminos verdes” de una frontera inmensa e imposible de controlar, los marginales de los países.
El “descuido” de los pobres por los gobiernos democráticos y su “descubrimiento” por Chávez tiene para mí otras explicaciones que esa que acabo de entrecomillar. Lo de los demócratas no fue descuido, sino todo lo contrario: paradójicamente, fue un exceso de atención.
No sólo se partió de la base de que “el pueblo nunca se equivoca”, raíz de todo los populismos, sino algo peor, que era la consecuencia directa de pensar así: se “descubrió” que, más que “ciudadanos” o que “pueblo”, eran electores. Combínense ambas cosas y se derivará casi obligadamente hacia el clientelismo, que yo mismo he definido como la democratización de la corrupción.
En cuanto a lo del “descubrimiento de los pobres” por Chávez, lo que éste descubrió fue su explosividad y el aprovechamiento de ella para una política personalista y la más desenfrenada demagogia. En cuanto a lo primero, en la izquierda solíamos advertir que “cuando bajaran los cerros” se armaría la de Dios es Cristo. Lo que nadie esperaba era que “bajarían” no para imponer la revolución social, sino para ponerse a la cola de un líder carismático.
No se equivocó Hannah Arendt cuando constataba que en todas las revoluciones democráticas, mientras el pueblo buscaba aumentar su representatividad, “el populacho” (¿lumpenproletariat?) buscaba seguir a un líder.
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