Fernando Mires
Las primarias del 12 de Febrero que dieron como vencedor indiscutido a Henrique Capriles Radonski constituyen sólo la primera fase de un largo trayecto político. La segunda será derrotar electoralmente a la autocracia militarista. La tercera, la reconstrucción política de la nación. La primera fase fue muy importante. La segunda, la que ha comenzado el mismo 12 de Febrero, será la decisiva. La tercera, en cambio, será la más difícil. Pero para eso falta caminar algunos pasos.
Lo más destacable en esta hora es que la oposición democrática venezolana ha resuelto en la primera fase una serie de problemas fundamentales de los cuales, entre varios, cabe mencionar los siguientes: el problema de la unidad, el de la candidatura oficial, el de la hegemonía y el del liderazgo.
Comencemos por el de la unidad. Pues no hace mucho tiempo el tema de la unidad parecía imposible de ser resuelto. El motivo es más que obvio: el arco de la oposición, al ser democrático, es también pluralista, a diferencia de lo que ocurre al interior del chavismo donde las diferencias están prohibidas y son penadas.
En el arco democrático se encuentran partidos y organizaciones muy diferentes. No sólo una derecha, un centro y una izquierda –es decir, el esquema clásico- tiene allí cabida. Hay que contar también con partidos y líderes emergentes quienes de acuerdo a la tónica de los nuevos tiempos trascienden la geometría simple de la política moderna.
La MUD coordina y orienta a las fuerzas de la tradición y a las de la innovación a la vez. Los clásicos COPEI y AD están ahí, pero subordinados a la irrupción de nuevos partidos como Primero Justicia, Nuevo Tiempo, Voluntad Popular, Proyecto Venezuela, Podemos, Patria para Todos, y otros que representan el nuevo perfil político de la nación.
Pero no sólo se trata de nuevos partidos. Hay también nuevos rostros. Capriles y los candidatos que lo secundaron son jóvenes de edad y de ideas. No fue entonces mérito menor de las primarias haber dado a conocer a una nueva generación política, a una que pasará a la historia con el mismo brillo de aquella que lideró el tan recordado Rómulo Betancourt.
La hueste chavista seguirá, por cierto, intentando caricaturizar a la oposición como a “la derecha”, calificándose a sí misma como la “izquierda”. Pero cualquier venezolano medianamente informado sabe que esa es gran mentira.
Chávez representa los moldes políticos más tradicionales y reaccionarios de América Latina; a la demagogia del caudillismo estatista, oligárquico y rural; a una burocracia corrupta formada en largos mandatos, tan similar a las del PRI mexicano o a las del MNR boliviano. Y por si fuera poco, Chávez es el último exponente del militarismo decimonónico. En suma, el centralismo en contra de la diversidad, la fuerza en contra de la razón, el poder omnímodo y vertical en contra de la pluralidad, son partes del dilema central venezolano. Y ese dilema es uno solo: Autocracia o democracia.
Autocracia o democracia es el dilema que deberá resolver el pueblo venezolano en las jornadas que culminarán en Octubre de 2012. Ese dilema dará la pauta, marcará las diferencias y otorgará sentido a la confrontación final.
En Octubre, Venezuela vivirá uno de los momentos políticos más dramáticos de su historia. Todo el mundo estará pendiente, ahí se jugará el todo por el todo, la lucha será existencial. Y eso hará más difícil la posibilidad –por cierto, siempre real- de un fraude de proporciones. También la de un golpe militar.
Frente a la autocracia militarista ha emergido la unidad de la oposición: Una verdadera obra de arte. Egoísmos partidarios, liderazgos artificiales, ambiciones personales fueron dejados de lado para realizar unas primarias ejemplares en las cuales gran parte del pueblo democrático, haciendo uso de su soberanía, eligió a su candidato y líder: Henrique Capriles Radonski.
Candidato y líder. No hay que olvidarlo. Candidato, porque ha sido elegido por la mayoría de la oposición. Líder, porque de ahora en adelante Capriles representará a la unidad democrática más allá de sus diferencias y tonalidades. Henrique Capriles será el representante de la oposición. No de su ideología, no de su región, no de su partido
¿Quién iba a pensarlo? La por Chávez llamada oposición “escuálida” ha terminado por convertirse en la más robusta y unida de toda América Latina. Porque si hay una crisis continental, esa podría llamarse “crisis de las oposiciones”.
La oposición chilena da pena, la argentina da risa. Pepe Mujica gobierna con una ideología de izquierda pero con el programa de la derecha. A la inversa, Juan Manuel Santos gobierna con el programa de la izquierda pero con una ideología de derecha. Dilma Rousseff, pese a la corrupción inagotable de sus ministros, sube y sube en las encuestas. La de Nicaragua está entrampada. En Bolivia es apenas regional. En Ecuador vive aplastada por su propio peso. La de Perú está perpleja. Sólo en Venezuela emerge una oposición como verdadera alternativa de poder. En parte hay que agradecérselo a la constancia de los demócratas venezolanos. Aún en los peores momentos han sabido mantener su altivo 40%. Y lo más probable es que esa cifra seguirá ascendiendo. Pero por otra parte, hay que agradecérselo a Chávez.
Con su agresividad, su odio inmaculado, y su malvada política internacional (alianza con todos los dictadores del mundo) Chávez ha logrado unir en contra suya a la mitad o más de la ciudadanía política. Chávez, lo he dicho otras veces, es el líder negativo de la democracia venezolana.
Entre la crisis política que permitió su ascenso al poder y la crisis social y política que el mismo ha creado, Chávez será recordado como el exponente de un largo periodo de transición entre dos democracias: una muy débil y otra muy fuerte.
La suerte ya está echada. La línea hegemónica de la oposición, también.
Los electores de las primarias al votar por Henrique Capriles, lo hicieron, además, por una línea hegemónica. En efecto, Capriles representa tres dimensiones políticas. La primera, la de unir la lucha por las libertades con un proyecto social incluyente, penetrando así en el campo tradicional del chavismo. La segunda, busca atraer hacia la oposición a los sectores indecisos. La tercera, representa la idea de la reconciliación nacional.
De acuerdo a las tres dimensiones mencionadas, Capriles cumple con la condición diseñada por Teodoro Petkoff en uno de sus programas televisivos: “El candidato deberá ser todo lo contrario a Chávez”. Esa fue precisamente una de las razones por las cuales Capriles fue elegido. De todos los candidatos fue el más diferente a Chávez. De ahí que el pueblo venezolano será llamado a votar no sólo entre dos políticos sino entre dos modos de hacer política.
Allí donde Chávez divide, Capriles une. Allí donde Chávez insulta, Capriles dialoga. Allí donde Chávez grita, Capriles discute. Allí donde Chávez recurre a mitos, Capriles usa la razón. Allí donde Chávez promete, Capriles trabaja. Allí donde Chávez mandonea, Capriles consulta. No puede haber en verdad dos personalidades políticas más diferentes, reflejos al fin de la diferencia radical entre las opciones que cada uno representa. En ese sentido se puede decir que los electores que votaron por Capriles no sólo lo hicieron con el corazón sino también con la mente.
No obstante, si bien la línea que representa Capriles será hegemónica, eso no puede significar que las que representaron los otros candidatos perderán su valor y sentido. Todo lo contrario. A diferencias de la candidatura chavista, cuya partitura fue compuesta para un solista, la de la oposición es polifónica.
Capriles será el candidato a “pre-sidente” que en rigor quiere decir “el que se sienta adelante”. Los que fueron candidatos en las primarias serán, en cambio, los que se sientan un poco más atrás. Eso significa que en la polifonía de la campaña presidencial, la voz popular de Pablo Pérez, la voz valiente de María Corina Machado, la voz solidaria de Leopoldo López, deberán seguir siendo escuchadas, cada una en su tono, cada una en su estilo. Las primarias demostraron, en efecto, que Capriles es un líder entre líderes, la voz predominante en un conjunto polifónico, como es y ha sido siempre el discurso de la democracia.
Más aún, en la generosa producción de líderes opositores que vive Venezuela, hay algunos que no fueron candidatos y que en la campaña presidencial deberán jugar un rol tan importante como el de quienes lo fueron. Para no extenderme, nombraré sólo a dos muy distintos: Antonio Ledezma, representante de lo mejor de la tradición política venezolana, y Henri Falcón, cuyo mensaje, dirigido en parte al chavismo constitucional, podrá sumar las voluntades que se necesitan para alcanzar la última fase, la que, reitero, será la más difícil de todas: la de la reconstrucción política de la nación.
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