Roberto Casanova
Luego del comprensible desconcierto ocasionado por los resultados del 7-O, los demócratas opositores debemos, nuevamente, erguirnos y continuar nuestra marcha hacia el país al que aspiramos y que no llegará por sí sólo. No es poca cosa contar hoy con un liderazgo renovado, con una propuesta de país, con una instancia de coordinación política. Lo que tal vez estemos necesitando sea un plan integral para la acción opositora. Un plan que involucre tanto a partidos, a organizaciones civiles y a ciudadanos en general. En tal sentido, pensamos que tres tareas colectivas se nos plantean: convencer, resistir, participar.
- Convencer.
De cualquier modo, se trata de una situación compleja e inestable. Estamos convencidos que no hay otra respuesta duradera a ella, en democracia, sino el logro de la supremacía, en el plano de la mentalidad colectiva, de alguna de tales visiones. Una aproximación superficial al tema sugeriría que sería la visión socialista, promovida desde el poder del Estado, la que terminará imponiéndose. Basta un poco de reflexión, sin embargo, para entender que esa visión está condenada a ser refutada por una realidad de problemas no solucionables – y, de hecho, en muchos casos causados – por el socialismo. La visión de una sociedad productiva y solidaria, en cambio, tiene la virtud de representar la senda no explorada, la promesa del cambio, un futuro mejor. En la medida en que, desgraciada e inexorablemente, nuestras dificultades se agraven, la capacidad de seducción de esa visión alternativa continuará creciendo. Por ello, convencer a la mayoría de los venezolanos – y en particular a los más necesitados – sobre las reales ventajas del camino del progreso es una tarea que debe mantenerse y profundizarse.
Para cumplir con esa tarea el liderazgo opositor podría crear, por ejemplo, un Gabinete Alterno, capaz no sólo de hacer seguimiento crítico a la gestión del gobierno socialista sino, principalmente, de presentar la forma alternativa y superior de hacer las cosas. Por otra parte, no es difícil imaginar a miles de venezolanos integrados a un programa de diálogo social en todas las regiones del país, pues las diferencias entre los sectores portadores de las visiones que comentamos no son expresión – tal como el radicalismo revolucionario quisiera – de una supuesta polarización entre clases sociales antagónicas.
- Resistir
Arteramente, sembrará la desconfianza entre grupos opositores tal como hoy lo hace a propósito del supuesto fraude en las elecciones del 7-O. Son previsibles, en este mismo sentido, denuncias y ataques contra líderes opositores. Se nos viene encima, además, un Estado Comunal. Inmenso, corrupto, ineficiente. Son esperables entonces nuevas expropiaciones y acosos contra empresas, bancos, clínicas, medios de comunicación. De igual modo, gobernaciones y alcaldías continuarán siendo debilitadas por una estrategia orientada a impulsar la ficción del poder popular.
Enfrentar tal arremetida revolucionaria será, desde luego, un desafío gigantesco. Para ello, deberemos organizar nuestras denuncias y crear mecanismos de solidaridad entre las víctimas del llamado socialismo del siglo xxi. Lo esencial, en cualquier caso, será la capacidad para articular la protesta social. Le corresponderá al liderazgo político, trascendiendo las disputas electorales, ponerse al frente de esa resistencia civil ante el poder desbocado de un régimen decidido a imponer su proyecto socialista.
- Participar
En el marco de la tarea de participar, resulta también fundamental facultar a la ciudadanía en la complejidad de los temas públicos. Sería interesante que los partidos y organizaciones civiles adelantasen, desde ya, programas de formación política para ciudadanos. La mejor comprensión de los procesos políticos nos servirá para minimizar querellas estériles que, en ocasiones, nos confunden y dividen.
Finalizo estas notas refiriéndome a un asunto de orden práctico. El éxito en el cumplimiento de las tres tareas descritas dependerá, en grado significativo, de la existencia de los recursos financieros necesarios. Una manera deseable de responder a este problema – que ya ha sido presentada en diversas oportunidades – sería la creación de un Fondo Ciudadano para la Democracia. Dicho Fondo se nutriría de los aportes voluntarios de los ciudadanos a las organizaciones sociales y políticas que ejecuten acciones en el marco del Plan que esbozamos. No es este, por supuesto, el lugar para ofrecer detalles sobre el funcionamiento de este mecanismo aunque sí cabe destacar que el mismo debería contar, en todo caso, con algún sistema transparente de rendición de cuentas que inspire suficiente confianza entre la ciudadanía. Sería un gran logro, sin duda, que los partidos y los ciudadanos desarrollasen canales de comunicación y cooperación que nos ayudasen a superar la anti-política que tantas dificultades nos ha causado desde hace ya demasiado tiempo.
Un Plan como el que delineamos – o alguna otra versión del mismo - nos servirá para darnos esperanza, dirección y eficacia. Tal Plan requerirá, desde luego, un líder que lo impulse con coraje y energía. Afortunadamente, ya contamos con ese líder.
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