En: http://www.lapatilla.com/site/2012/10/11/vladimiro-mujica-la-inesperada-victoria-de-todos/
Vladimiro Mujica
Los resultados de la elección presidencial del 7-O son interpretados por cada bando como triunfo, según la lupa con que se mire. Si yo fuera chavista me tomaría muy en serio que después de 14 años de revolución el país está dividido casi por la mitad.
Cosas del trópico y de las peculiaridades de nuestra historia reciente, la contienda electoral del 7-O que era presentada como el episodio definitivo del enfrentamiento entre dos formas distintas e irreconciliables de concebir el país es vista ahora por ganadores y perdedores como una victoria.
Creo que hay que tomarse un espacio y un tiempo de reflexión antes de saltar a la próxima confrontación definitiva.
Comencemos por la perspectiva chavista. Si yo fuera chavista estaría profundamente preocupado por las condiciones en que se produce la victoria electoral, más allá de la sonrisa gozosa de Jorge Rodríguez y el resto del Comando Carabobo el domingo en la noche cuando venían saliendo de horas de ansiedad por la incertidumbre que agobiaba ese día a todo el país.
Primero los números duros a los cuales mucha gente se ha referido. En la elección presidencial de 2006 los aproximadamente 7,3 millones de votos de Chávez se tradujeron en el 62% de los votantes, mientras que los 4,3 millones de Rosales representaban el 37% del universo electoral. El pasado domingo, los 8,1 millones que apoyaron a HCF se tradujeron en tan solo el 55.25% mientras que los 6,5 millones que respaldaron a HCR representan el 44,1% de los electores. Es decir, que el país crece y el registro electoral se incrementa en más de 7 millones de inscritos y la distancia entre la alternativa democrática y el continuismo autoritario se acorta sustancialmente: de 25% a 11%. El cuadro que emerge después de 14 años de intentos por imponerle una visión única al país, es que la sociedad venezolana cuenta con reservas crecientes para enfrentarse al autoritarismo. A eso hay que añadirle que la revolución chavista es un engendro muy peculiar que no cuenta ni con los obreros ni con los estudiantes, dos de los baluartes tradicionales de cualquier movimiento similar en Latinoamérica. Y por si esto fuera poco, la increíblemente corrupta e inmoral identificación entre el aparato del Estado y la maquinaria partidista del chavismo, ha convertido tanto la jornada electoral como los tiempos que la precedieron en un espectáculo ofensivo de presión, abuso de poder y compra de voluntades. Nada ilegal dirán algunos, pero profundamente enfrentado con la supuesta moral revolucionaria.
Si yo fuera chavista me tomaría muy en serio que después de 14 años de revolución el país está dividido casi por la mitad y en medio de una profunda crisis social, económica y política inducida en buena medida por el intento de control autoritario de la sociedad y por la exclusión de la mitad del país. A pesar del triunfo del domingo pasado, el líder indiscutible del proyecto, el único con quien verdaderamente una parte importante de nuestro pueblo se identifica, sigue enfermo y eso abre el dilema de una sucesión que puede ser muy traumática y destructiva. En suma, si yo fuera chavista me tomaría en serio la propuesta de diálogo que avanzó el Presidente e intentaría atraer la voluntad de la otra mitad de los venezolanos para enfrentar conjuntamente los problemas gravísimos del país, antes de que se produzca una casi anunciada crisis de gobernabilidad. Probablemente nada de esto ocurra y la revolución siga su curso de arbitrariedad e imposición, pero es innegable que existen muchas razones objetivas para que el liderazgo chavista esté preocupado por su futuro.
Del lado opositor, yo me cuento entre quienes consideran que lo sucedido el pasado domingo es una catástrofe para nuestro país porque representa la continuidad de una gestión de control de la sociedad que ha arruinado material y espiritualmente a Venezuela. Añado sin embargo que estoy convencido de que contamos con las reservas necesarias para enfrentarla, pero el reconocimiento de esto no puede obviar la comprensión sobre la gravedad de lo que ocurrió. La necesidad de levantar el ánimo a los opositores no debe ser excusa para que no se produzca un análisis en profundidad de lo que ocurrió y sobre todo, que debemos hacer en adelante. El mismo debe partir de admitir que hay un país con códigos distintos a los tradicionales, que conforma la base de apoyo de Chávez, y que todavía no entendemos a cabalidad.
La preservación del liderazgo opositor que se ha conformado alrededor de HCR es indispensable porque su debilitamiento sería aún peor que la derrota electoral del 7O, pero ello no puede ocurrir a expensas de no evaluar lo que se hizo bien y lo que requiere ser corregido. Es fundamental entender la naturaleza del desplazamiento electoral que condujo a la victoria de Chávez porque si la tesis de que el mismo se debe fundamentalmente a que la reducción de la abstención beneficia al chavismo, la oposición debe modificar radicalmente su comprensión de la existencia de un grupo de ni-ni que parecen no jugar ningún rol. De la misma manera debe reexaminarse lo que aparece como otra ficción: la de que somos mayoría.
Pero más allá de eso debe examinarse la efectividad del mensaje hacia la base más pobre de los venezolanos. Indudablemente la brillante campaña de HCR abrió puertas hacia sectores sociales que nos estaban negados, pero el mensaje de profundizar lo que Chávez había otorgado no convenció a nadie. Los pobres de Venezuela prefirieron el mensaje original y mantuvieron su atadura a Chávez. En otra dirección debe examinarse la conformación del liderazgo opositor para que el mismo represente verdaderamente a la unidad y un paso en esa dirección seria restituirle el peso esencial a la tarjeta única. Algo que fue abandonado a favor de tarjetas partidistas y que constituyó en su momento un error de mucha monta. Por último, creo que es necesario insistir en el rol de la protesta social en relación con la participación en jornadas electorales.
Tareas complejas que van más allá de transformar derrotas en victorias. De lado y lado
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