Wednesday, October 24, 2012

Diez años de fraude continuado

En: http://www.venetubo.com/noticias/Diez-a%F1os-de-fraude-continuado.-Rafael-Grooscors-R32373.html

Rafael Grooscors



La experiencia nos obliga a la práctica de virtudes que parecen no interesar a las grandes mayorías. En momentos críticos, cuando fluyen tentaciones desesperantes, los que sabemos que tras toda noche hay un amanecer y que el frío se pasma cuando calienta el sol de todos los días, solemos ahorrar los movimientos y congelar las ideas, convencidos de que más temprano que tarde nuestra imaginación nos habrá señalado el camino, el camino verdadero y no el camino prometido. Tenemos años escribiendo sobre el fraude y no han faltado quienes vieron en nuestras palabras signos de entreguismo, probablemente apresados por el miedo. Los disculpamos. Sabemos que en su pasión escondían su propio temor a estar equivocados. No tenían motivos para agredirnos y su culposo señalamiento no pasaba de ser un precario infantilismo. Como en todos los instantes de la vida, cuando hay confrontaciones, lo primero que quieren todos es ganar. Lo entendimos siempre. Pero hoy, cuando bajan la montaña, cuando en  el valle espera la realidad de un paisaje que los ubica en su justo sitio de residencia, no esperamos que tampoco nos digan: “¡Tenían ustedes razón; el fraude nos hundió!”.
            ¿Para qué? La palabra fraude generalmente se interpreta como “triquiñuela”, burla al victimario, desprecio a su inteligencia. En este caso, el de las recientes elecciones “presidenciales” venezolanas, la “trampita” con las maquinitas dejarían al descubierto todo el conocimiento político de unos líderes que se habían postulado como avezados luchadores democráticos, en su acepción más amplia. ¿Burlados por unos improvisados sin escuela? ¡Maldición…eso nunca, jamás! Pero así fue, si no “burlados inocentemente”, sí traicionados en su entendimiento y empujados irremisiblemente al fracaso de sus enérgicas posturas directrices. ¿Por qué? Porque fraude es todo “engaño, abuso,  maniobra inescrupulosa” que quiebra la voluntad transparente de los concurrentes a una gesta inmersa en el más humano de los pacifismos. Desde hace diez años, el régimen se “armó” de infames instrumentos para despreciar los valores de una opinión pública decente. De una legitimidad con la que ahora sigue, fraudulentamente, engañándonos, abusando de nosotros, maniobrándonos inescrupulosamente, para arrebatarnos el derecho a aspirar al ejercicio del Poder.
            ¿Cuándo comenzó el fraude, como fenómeno que ha venido extendiéndose hasta llegar al triste, caótico, miserable, desquiciante pasado ocurrido el 7 de Octubre? Comenzó cuando el régimen se dio cuenta de que había perdido el control de la calle. Comenzó el 11 de abril del 2002. Comenzó cuando la marcha de millones de caraqueños obligó al régimen a aplicar el “Plan Ávila” y facturar la estampa de los francotiradores de Puente Llaguno. Los muertos, los heridos, el estremecimiento de una sociedad que ya no podía seguir aceptando a unos impostores, asesinos, en el Poder. Y vino la renuncia, “la cual aceptó”. La liviandad de los pequeños éxitos no bien calculados enredó el ambiente y, de repente, comenzaron a agarrarnos las sorpresas, unas tras otras, alargadas, hasta llevarnos a un desiderátum increíble. Torcimos la Constitución y permitimos que un “referéndum revocatorio” se transformara en un adulante plebiscito, a la mejor manera de las argucias elitescas de los patricios romanos. Y dejamos que unos “malandros” trastocados en ingenieros informáticos de la nueva era, nos instalaran un “sistema perfecto” para blindar, para siempre, al régimen, cada vez más propietario de su propio aparato fraudulento de Poder. Desde ahí viene el fraude. El voto convertido en patente de corso. Legitimador, democratizante, paradigmático ejemplo de cómo las “mayorías” aplastan a las “minorías” y de cómo la ley, el orden, los derechos humanos, la verdad, el futuro y la excelencia de las promesas de un cambio dependen de cómo ponga el dedo y en qué lugar, sobre qué cara, un “elector” muchísimas veces o imaginario o repetido, mientras un coro de voces canta el impactante himno nacional de Venezuela. Y nos dirán: “Las tropas libertadoras del ejército custodiarán la expresión de todos y del respeto a la soberanía popular, volverán a sentarse en sus tronos los “gloriosos” intérpretes del mejor socialismo de la historia”.
            ¡Cuánta desgracia! Mientras no entendamos qué es lo que está pasándonos, sencillamente continuaremos en el mismo teatro, aplaudiendo la misma obra. ¿Cuántos somos? Los venezolanos, según el Censo del año pasado, somos 27 Millones. Los electores, según el CNE, somos 19 Millones. ¿Y de dónde sale tanta gente, con 18 años y “vivitas y  coleando” hasta con más de 100 años? Un país con un 30% de niños es un país caduco, apelmazado, lleno de vejetes con bastones, incapaces, ineficientes. Todos sabemos que eso no es verdad. Que el famoso REP de Jorge Rodríguez no resiste el menor análisis. No somos más de 15 millones los votantes, pero nadie pide un ¡nuevo Registro Electoral! para comprobarlo. No es una auditoría, ni una revisión supervisada, como cuando uno le pide permiso al “portero” para “meter” un gol. Es un nuevo REP, señores y que se haga con vigilancia internacional, porque en el mundo entero todos saben que “somos tramposos”. Y un nuevo CNE, un nuevo Tribunal de Elecciones, que libere el reclamo constitucional de la imparcialidad, sin “vocecitas” de libélulas silvestres que nos atosiguen con cánticos celestiales. Y nada de esas máquinas “super estratosféricas” para magnificar la pureza del voto. Que en definitiva –y todos también lo saben— son las que esconden la trampa, embadurnadas de sabiduría. ¡Despierten, por favor! No sigamos en este “camino” que de progreso no tiene nada. Armemos la primavera, como los árabes, con el puño en  alto, con claridad, con meridianas propuestas revolucionarias y rompamos la agenda de esta burda dictadura con alérgico disfraz democrático. Tomemos de nuevo la calle y vayamos a retarlos, de tú a tú, para que vean cómo es que se apagan los “amorosos bríos del perro cuando hay uno más grande que le ladra en su propia cueva y lo muerde”. Caminos torcidos no llevan a Roma. Si volvemos a caer, cuidado si más nunca podremos levantarnos.

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