Román José Sandia
31 Octubre, 2012
Una de las grandes diferencias entre los políticos estadounidenses y los hispanoamericanos es que entre los primeros hay quienes se retiran contándolo todo sobre su vida pública. Y tal costumbre permite oxigenar y renovar la clase política norteamericana al ventilarse errores y fracasos.
En realidad, no se cuenta todo pues siempre el autor se reservará lo que considere pertinente no contar o no recordar. Escribir memorias políticas no es muy frecuente entre nosotros por varias razones que no sólo tienen que ver con nuestra forma de ser sino también con aquello que el senador de Utah Morris Udall sentenciara (para remarcar que entre los gringos también hay quienes se resisten al retiro y a escribir sus reminiscencias): “el político sólo deja de aspirar al poder cuando huele a formol”.
Nadie va a contar todo lo que sabe sobre sus colegas y relacionados y las experiencias vividas si piensa que puede estar cerca del poder. Nadie se suicida en primavera, aunque ya sus días sean otoñales, mientras tenga viva la esperanza de llegar o volver a disfrutar de esas mieles tan codiciadas.
En Venezuela, nos hemos quedado esperando las memorias de los más importantes líderes de nuestra democracia. Casi todos estuvieron en la política activa hasta una edad avanzada o hasta su muerte y no quisieron encontrar tiempo para escribirnos sus recuerdos. Y ya se sabe que la muerte política no existe, si no que lo diga Luis Miquelena, venido casi de ultratumba a la provecta edad de los ochenta años para contribuir a la entronización de Chávez, de quien fue poderoso número dos hasta que se distanció del presidente vitalicio.
Paulina Gamus (1937), abogada, dirigente del partido Acción Democrática, funcionaria, concejal, parlamentaria, ministra de la Cultura y columnista de la prensa nacional ha publicado el libro Permítanme Contarles (Caracas, Libros Marcadas, 2012, 382 pp.) que se inscribe en esa tradición gringa de contarlo casi todo desde la atalaya del retiro de la vida pública.
Puedo decir que he leído el libro con verdadero deleite. Me ha pasado lo mismo que a Fernando Mires, quien en su sustancioso prólogo dice que el libro atrapa desde el inicio y una vez concluido dan ganas de volver a leerlo. Escrito con gracia, con una prosa fluida, de reverberante agudeza, adornada de ironía y del humor más inteligente que existe: el que tiene por objeto al mismo autor.
Al leer las incontables anécdotas que rememora doña Paulina (tiene la misma edad de doña Martha, mi mamá) me he reído, literalmente, a carcajadas, cosa que pocas veces me sucede con un libro. Y que quede claro que cada anécdota referida tiene un propósito definido, ya sea para dibujar el carácter de un colega, para llamar la atención sobre nuestra idiosincrasia o para reforzar la argumentación de su crítica.
Pero es un libro que además de tener ese lado risueño, analiza nuestra tragedia política del pasado reciente y del momento actual con gran perspicacia y sin dejar de lado la polémica. Antes de llegar a nuestros días, rememora su relación con la política desde la niñez como miembro de una familia fundada por sus padres inmigrantes judíos de Siria y Grecia. Gamus explica cómo consideró natural su inclinación hacia AD, a pesar de ser requerida por algún dirigente juvenil del Partido Socialcristiano Copei para que formara filas en la tolda de su profesor de Sociología y Derecho del Trabajo en la UCV, Rafael Caldera.
El libro apasiona porque está escrito desde la sinceridad. Nunca cae en la apología de los tiempos idos ni en la autocomplacencia. Por momentos asoma más bien la autocrítica, como en el caso de la candidatura presidencial de 1998 del anacrónico Luis Alfaro, omnipotente jefe de AD –Secretario General Nacional– en los años 90, que terminó en la desesperada operación de su descabezamiento, ante el avance de la candidatura del golpista y abstencionista Hugo Chávez, transformado desde mediados de ese año en fenómeno electoral.
El desplazamiento del “caudillo” Alfaro provino de los mismos gobernadores adecos que lo promovieron como sucesor de otro septuagenario, Caldera. La dirección nacional de AD apoyó después, para intentar impedir la victoria de Chávez, a un candidato antiadeco, de ese entonces, Salas Römer. Alfaro fue expulsado del Partido al negarse a renunciar a la candidatura. Son muy interesantes e inquietantes las conjeturas que hace Gamus sobre esta actitud y otras del defenestrado caudillo.
Sus peripecias como dirigente de un partido machista que relegaba a las mujeres (con escasísimas excepciones) a puestos de segunda categoría y a tareas “propias de su sexo” son recordadas para poner de manifiesto cuánto hemos avanzado en Venezuela en la incorporación de la mujer a la vida pública. Pero no se crea que Paulina Gamus cae en el fanatismo feminista y desconoce que también hay mujeres que no están a la altura de sus responsabilidades, como es el caso de “las mujeres de Chávez”, esas señoras que se encuentran en la cúpula de los poderes públicos y allí reciben complacidas sus órdenes para desmantelar el Estado de derecho.
Relata sus viajes como parlamentaria, las interioridades de su partido y las zancadillas a las que estuvo expuesta. Revela las miserias de quienes se le opusieron a sus legítimas aspiraciones, no con ideas o rebatiendo sus argumentos sino con epítetos y descalificaciones, en especial las de aquellos que le recordaban su condición de judía, como si tal pertenencia fuera una mácula vergonzante.
Paulina, valerosa y decidida, llegó hasta aceptar ser postulada a la candidatura presidencial de AD en 1993 por iniciativa del Buró de Educación del Partido. No tuvo éxito pero dejó un camino andado, luchando contra los prejuicios de buena parte de la dirigencia adeca.
Hay asuntos que Paulina Gamus prefiere soslayar, como la expulsión de Carlos Andrés Pérez de AD. Tampoco habla de lo que vino a continuación: la purga de más de 17.000 militantes adecos que fueron echados a consecuencia de “las trompadas estatutarias” que implicaba la lucha por el poder partidista. En el libro El Rostro Humano de la Política de otro dirigente adeco que ha escrito sus memorias, Héctor Alonso López, rival de Alfaro en la Convención partidista de 1991, se hace el análisis de esta bárbara expulsión masiva de dirigentes y militantes, la cual constituye, todavía, una herida abierta que impide, de cierta manera, que puedan regresar al Partido los adecos que hoy están en otras organizaciones como Un Nuevo Tiempo, Alianza Bravo Pueblo y Voluntad Popular. Por cierto, extrañamente, Gamus no nombra a Héctor Alonso López, líder del sector partidista llamado renovador al cual se refiere en varios segmentos de su narración.
Con respecto a Carlos Andrés Pérez, Gamus comete un gazapo muy grueso, que otros autores han repetido, y que preocupa porque puede quedar ante el público más desprevenido como algo cierto y en realidad es una distorsión de la historia que luego costará corregir.
Me refiero a lo que dice en la página 50: “Y cuando las circunstancias se lo exigieron (CAP) mostró su arrojo, como en la madrugada del 4 de febrero de 1992. Renunció dignamente cuando fue prácticamente destituido de la segunda presidencia (1989-1993) por decisión condenatoria de la Corte Suprema de Justicia y acató luego con entereza su privación de libertad en la cárcel y después en su residencia.”
CAP no renunció. (http://www.noticierodigital.com/2010/11/cap-no-renuncio/ ) En su contra fue aprobada una declaratoria de antejuicio de mérito por la CSJ de entonces y luego, cuando el Senado, donde AD contaba con la fracción más numerosa, votó a favor de su enjuiciamiento; esto trajo como consecuencia que CAP quedara “suspendido en el ejercicio de sus funciones”, tal y como lo preveía el artículo No. 149 de la Constitución de 1961 en su ordinal 8°. Hay que aclarar que Gamus siempre estuvo en contra de la salida de CAP de la Presidencia porque pensaba (y ahora casi todos lo vemos con claridad) que muchos de los que pujaban por su defenestración en realidad lo que buscaban era la destrucción del sistema democrático.
La autora también acierta al incluir documentos que hacen más preciso el análisis de los acontecimientos. No podían faltar el discurso demagógico de Caldera el 4-F y la despedida de CAP. Rescata discursos de su actividad parlamentaria que son cultas y vigentes reflexiones sobre el papel de la prensa y los periodistas, los partidos, la corrupción y la superficialidad venezolana. En especial, su discurso en la sesión solemne del 5 de julio de 1992, a pocos meses de la asesina y chambona intentona del 4 de febrero, hace estremecer nuestra conciencia por su autenticidad y el análisis casi profético.
También se incluyen piezas humorísticas que dan idea del ambiente de tolerancia democrática de otras épocas. La selección que hace de sus artículos más recientes, publicados en El Nacional y en Analítica, es una muestra de su brillante prosa con la que elegantemente expone sus ideas y zahiere a sus contradictores, testimonio de su privilegiada capacidad de observación.
Permítanme Contarles es un libro útil, divertido y apasionante. Merece ser leído por todo venezolano que busque conocer nuestro pasado reciente, se interese por el presente pero que también quiera ser optimista –como Paulina Gamus- “en esta tierra de gente buena, noble, acogedora y generosa”.
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