Thursday, October 25, 2012

La discusión necesaria

En: Recibido por email

Antonio Sánchez García
A Carla Angola

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La entrevista que Carla Angola le hiciera al general Guaicaipuro Lameda por Globovisión y que circula por la red – tl.gd/jmu7kd  - desvela una de las claves más aterradoras y perversas de la estrategia de Poder del castro chavismo, propio de los sistemas comunistas e implementada exitosamente por Fidel Castro en Cuba: fracturar la unidad social de las respectivas sociedades, apoderarse de sus Hegemonías y a falta de proletariados consolidar la pobresía como fundamento social del poder revolucionario, manteniéndola encadenada, reprimida y estabilizada por siempre en su pobreza, haciéndola crónicamente dependiente de las dádivas del Estado, su santo patrono. Quien lo dude, que se entere de las hambrunas que se vivieron en la URSS y en China, con un saldo de decenas y decenas de millones de cadáveres. Y la dependencia alienada de sus millones de súbditos del ogro filantrópico.

La crueldad con que el economista Jorge Giordani se lo expresara en la antesala del despacho presidencial, no deja lugar a dudas: “Mire, General, ¡usted todavía no ha comprendido la revolución! Se lo explico: Esta revolución se propone hacer un cambio cultural en el país, cambiarle a la gente la forma de pensar y de vivir, y esos cambios sólo se pueden hacer desde el poder. Así que lo primero es mantenerse en el poder para hacer el cambio. El piso político nos lo da la gente pobre: ellos son los que votan por nosotros, por eso el discurso de la defensa de los pobres. Así que, LOS POBRES TENDRÁN QUE SEGUIR SIENDO POBRES, LOS NECESITAMOS ASÍ, hasta que logremos hacer la transformación cultural. Luego podremos hablar de economía de generación y de distribución de riqueza. Entretanto, hay que mantenerlos pobres y con esperanza”. Asombrado por la respuesta, Lameda le pregunta por el tiempo estimado para alcanzar ese estadio: “Mire, se trata de un cambio cultural y eso toma al menos tres generaciones: los adultos se resisten y se aferran al pasado; los jóvenes la viven y se acostumbran, y los niños la aprenden y la hacen suya. Toma por lo menos 30 años”.

Tenía razón para montar en cólera y tratarlo groseramente, como lo narra con estremecedora sinceridad el disciplinado y discreto militar venezolano. Pero agrega un detalle que hace aún más aterradora la confesión. Cuenta: “Yo fui a Cuba durante cinco días. Fue una visita solicitada por Fidel a Chávez por intermedio del Ministro de Industrias Básicas con doble propósito. Primero, convencerme de la necesidad que tenía Cuba de recibir ayuda desde Venezuela, y segundo, someterme a un proceso de “inducción revolucionaria”. Chávez me había presentado a Fidel en los siguientes términos: “Lameda será el Presidente de PDVSA mientras yo sea el Presidente de Venezuela”. En la conversación que sostuve con Fidel me dijo de manera clara y sin rodeos: “Para mantenernos, necesitamos unos 4.000 millones de dólares al año. Más de eso ‘estorba’, la gente empieza a vivir bien y se acaba el discurso de la pobreza”.

Recuerdo haberlo conversado con el Cardenal Rosalio Castillo Lara mientras veníamos desde Güiripa a Caracas a almorzar en casa de Tulio Álvarez, que nos acompañaba y serviría de anfitrión. En medio de una amena conversación sobre el triste estado de la nación le pregunté cómo se diría en latín “empobrece e impera”, que ya Chávez había logrado asaltar el poder aplicando la conocida sentencia imperial “divide et impera” y comenzaba a cimentar su régimen tiránico. Sonrió, pensó un buen rato y me dijo “paupera et impera”. Por entonces hacía años de la aterradora constatación de Lameda, pero ninguno de nosotros quería saberlo.
   
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Los gigantescos recursos financieros recibidos en estos 14 años, y que ya rondan el billón y medio de dólares ($ 1.500.000.000.000.000,00) bien podrían haber sido empleados en potenciar nuestra economía, cimentar y profundizar nuestro desarrollo económico social, superar la pobreza extrema y reducir drásticamente los índices de pobreza, liquidando las taras ancestrales de nuestro subdesarrollo, de nuestra incultura y de nuestra barbarie. Equivalen a varios Plan Marshall, con los que Alemania se construyera después de verse devastada por la guerra. Con medios infinita e incomparablemente menores, durante los 40 años de democracia – que desgraciadamente nuestra querida Carla Angola no vivió en plena conciencia, razón por la que los menosprecia livianamente, – Venezuela sufrió un vuelco espectacular: de 3 universidades que recibiéramos de Pérez Jiménez, pasamos a contar con más de cien institutos de enseñanza superior, se electrificó a un país que salía de su ruralidad, se construyeron universidades, escuelas, institutos, hospitales, carreteras, industrias básicas, represas y se impulso un desarrollo educativo y cultural tan esplendoroso, que Caracas llegó a convertirse en la ciudad más moderna, pujante y despierta culturalmente de América Latina. Con el precio del petróleo fluctuando entre 1958 y 1974 entre $5 y 9$ el barril y entrando en una inestabilidad creciente de elevados y bajos precios a partir de entonces – en el segundo gobierno de Caldera llegó a bajar hasta los $ 9 –  se lleva adelante el más ambicioso plan de desarrollo nacional, se becó a miles de estudiantes para realizar estudios de posgrado en América Latina, Europa y los Estados Unidos, se realizaron miles de extraordinarias actividades culturales en esplendorosas salas recién construidas, se efectuaron festivales internacionales de música clásica, de música popular y de teatro, trayendo a los más prestigiosos grupos y artistas del mundo. Se echó a andar el ambicioso proyecto de orquestas sinfónicas juveniles, cuyo encargado de llevar a la práctica recibió colosales subsidios y durante un período de gobierno el ministerio de la cultura.

Pero todo ello se realizó sin descuidar jamás la política de democracia social impulsadas por nuestros partidos madres y sus esclarecidas dirigencias, que además de facilitar una admirable movilidad social velaron por proteger los salarios, garantizar las contrataciones colectivas, favorecer el sindicalismo de la clase trabajadora, de empleados y funcionarios, cuidando como nunca antes y jamás en estos 14 años de la incorporación a la escolaridad de los niños más pobres, con subsidios, vasos de leche, desayunos, hogares de cuidado diario, salas cuna. ¿Cuántos pobres de nacimiento llegaron a las universidades y ocuparon puestos de mando en nuestras empresas, academias, cargos de gobierno?

Y finalmente, aunque no en último lugar, nuestra democracia asumió la defensa de los reprimidos y marginados de la región, le abrió las puertas de par en par a miles y miles de perseguidos políticos o escapados del hambre y la miseria. Convirtiéndose en la nación más ejemplar en el mundo, por su generosidad hacia el extranjero y su cordialidad hacia el necesitado. Sumándose, por cierto, a la tradición inmigrante iniciada con particular éxito por el general Pérez Jiménez. Sin la cual ni yo, ni mi esposa ni nuestra querida Carla Angola seríamos ciudadanos venezolanos.
Es la discusión pendiente que no puede ser escamoteada. La verdad, aunque severa, es amiga verdadera. Llegó la hora de la verdad. Tengamos el coraje de asumirla.



Todas estas indiscutibles verdades nos dan razón para sentirnos más que orgullosos del pasado de nuestra Venezuela y dolernos del estado de postración, miseria y minusvalía en los que hoy se encuentra, cuando ni siquiera somos dueños de nuestra propia nacionalidad.
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¿Qué insólita, qué irresponsable, qué desprevenida razón nos ha llevado a lanzar por la borda un legado democrático de tal magnitud, mentir al extremo de difamarlo con falaces y lesivas afirmaciones como lo hace a diario este régimen y convertir la mentira con que se pervierte su memoria en resplandeciente verdad de una situación de minusvalía, indigencia e indignidad como la que se nos impone desde hace 14 años?

¿Qué insólita operación de lavado cerebral y embobamiento de nuestras conciencias puede llevar a creer que una miserable misión barrio adentro servida por cubanos con fines de dominio político puede ser superior a los hospitales y ambulatorios gratuitos de que dispusimos durante gran parte de esos 40 años, bajo la atenta y cuidada atención de grandes profesionales de la medicina venezolana? ¿Quién puede sostener sin mentir al extremo que nuestros planes de alfabetización y escolaridad – realizados por instituciones públicas y privadas, como la Fundación Fe y Alegría y otras admirables organizaciones de educación privada – no fueron incomparablemente mejores y más dignas que la Misión Rivas? Sin apremios ideológicos ni restricciones políticas. No fueron perfectas, pero resplandecen en comparación con la inmundicia que nos abruma.

De allí mi tristeza ante la ligereza de Carla Angola. Compartida con esa izquierda hoy en puestos de mando de la oposición sin que jamás se hubiera solidarizado con nuestra democracia. A la que contribuyó a liquidar al momento del asalto. Pero es mayor mi preocupación ante la insólita liviandad del joven liderazgo venezolano, nacido y criado en democracia, que cree obligatorio hacer carrera política despreciando nuestro pasado, desprestigiando a nuestros mayores y asumiendo sin ninguna crítica el lenguaje falaz y esclavizador del despotismo imperante. Creyendo ganarse así el aplauso de nuestros dominadores.

Ciertamente: no voté por Henrique Capriles en las Primarias. Pero lo respaldé leal y fielmente, con toda la fuerza que los años me permiten, sin pedir nada, absolutamente nada a cambio. Obtuvo la nominación con una campaña que privilegiaba la juventud y la virginidad políticas, campaña insólitamente respaldada por periodistas mayores y de vieja figuración en gobiernos cuarto republicanos. Con la que jamás estuve de acuerdo. Como si la madurez y la experiencia políticas no fueron los mejores avales para postular a la presidencia de un país cuando pasa por tan graves circunstancias. Como lo demuestran las transiciones de Chile, de Alemania, de España, de Brasil.

Ese mensaje fue derrotado. No bastó con ser sostenido con vigor, sacrificios y entusiasmo encomiables por quien además de joven arguyó carecer de todo compromiso con ese pasado, del que ni él ni nadie, ni siquiera el teniente coronel Hugo Chávez, sus seguidores y muchos de sus generales, militares de carrera de la Cuarta República, pueden eximirse.

Estamos al borde de perder ese legado, el único sobre el que nos sostenemos en medio del naufragio. El único punto fijo que nos mantiene políticamente con vida y nos confiere identidad ante el mundo. Es hora de revisar el discurso que nos llevó a la derrota, de corregir la falta de solidaridad con nuestra tradición democrática, de abandonar el irrespeto con que desde ciertos sectores del sedicente nuevo liderazgo se trata a nuestros mayores y replantear las promesas que, como era lógico, no siendo más que palabras no superaron las del populismo desaforado del caudillismo venezolano, que lleva 14 años implementándolas. Empobreciendo para dominar.





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