GUSTAVO BRICEÑO VIVAS | EL UNIVERSAL
martes 30 de octubre de 2012 12:00 AM
Cuando la democracia se mancha de ilegalidad y de violencia, cuando la corrupción es prácticamente una forma de vida y no un tipo de delito socialmente rechazado, cuando la separación de poderes se vuelve difusa o inexistente, cuando los intereses de la inmensa minoría prevalecen sobre el bien común de todos los ciudadanos, con el pasar del tiempo, la democracia se constituye en oclocracia. Es decir, cuando a pesar de los grandes problemas sociales y económicos se hacen insoportables, cuando se permite y hasta se alaba el sistema electoral y los órganos e instituciones se alinean en favor de un sector de la sociedad, la democracia se degenera y se convierte en una oclocracia. Oclocracia es, pues, como lo dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el gobierno de la muchedumbre. Es, desde luego, un mal tránsito de la democracia. Es una enfermedad de la democracia.
La oclocracia no es más, en consecuencia, que una degeneración de la democracia. ¿Está ocurriendo esta descripción en nuestro país? En Venezuela ¿existe o no una oclocracia? Pensemos que no, que en Venezuela convivimos en una democracia con muchos defectos y circunstancias inacabadas. Ciertamente, acudimos hace unos días a un proceso electoral saturado de inconformidades y mucho se habla de fraude intencional gestado por parte de los agentes del Gobierno y de su partido político. Pero, ¿por qué se habla de fraude electoral? ¿Por qué existe una duda en grandes sectores de la sociedad venezolana de que el hecho electoral fue un fraude formalmente preparado y ejecutado? Por cuanto lo sorprendente en esta oportunidad es que los actores del proceso, que es el propio pueblo venezolano, observa con estupor cómo es posible que el proceso electoral se constituyó con una oferta de progreso y bienestar por parte del candidato de la oposición, oferta que realizó en ánimo y alegría, frente a las promesas del candidato del Gobierno que prometía solo un reacomodo de una revolución fracasada y que cada vez con más fuerza se degenera en problemas económicos y sociales. Es decir, lo inaudito es considerar que un pueblo sufre a diario su falta de bienestar primario, una inflación nunca vista, un espectacular proceso degenerativo en las instancias gubernamentales y políticas, y sin embargo, ese pueblo minusvalorado respalda con su voluntad una fórmula que lo sitúa en una relación de dependencia y sujeción a políticas que en nada lo han favorecido ya en un espacio de 14 años de gobierno.
No pensemos de todo corazón, que quien votó mayoritariamente el día 7 de octubre fue una muchedumbre o masa que fue al proceso electoral bien, sin pensar realmente por quién votó, o que lo hizo a sabiendas de que el futuro se entrecruza en una circunstancia verdaderamente difícil e insoportable. Los dos supuestos aquí invocados son preocupantes de imaginar. Una situación es muy segura, la oclocracia al final determina o en una dictadura producto de su íntimo y propio querer, o en una verdadera democracia. Todo va a conjugar o depender de una situación donde los actores reescriban de nuevo una propia y sana historia. Yo particularmente veo un futuro democrático, realmente, aunque estemos muy cerca de una oclocracia. La madurez de la sociedad se impone en todo su esplendor. Así lo indica el devenir y el tránsito de las naciones por su historia y su civilización. Hoy más que nunca debemos encararnos en favor de la democracia, y que jamás tengamos que decir: "viva la oclocracia".
La oclocracia no es más, en consecuencia, que una degeneración de la democracia. ¿Está ocurriendo esta descripción en nuestro país? En Venezuela ¿existe o no una oclocracia? Pensemos que no, que en Venezuela convivimos en una democracia con muchos defectos y circunstancias inacabadas. Ciertamente, acudimos hace unos días a un proceso electoral saturado de inconformidades y mucho se habla de fraude intencional gestado por parte de los agentes del Gobierno y de su partido político. Pero, ¿por qué se habla de fraude electoral? ¿Por qué existe una duda en grandes sectores de la sociedad venezolana de que el hecho electoral fue un fraude formalmente preparado y ejecutado? Por cuanto lo sorprendente en esta oportunidad es que los actores del proceso, que es el propio pueblo venezolano, observa con estupor cómo es posible que el proceso electoral se constituyó con una oferta de progreso y bienestar por parte del candidato de la oposición, oferta que realizó en ánimo y alegría, frente a las promesas del candidato del Gobierno que prometía solo un reacomodo de una revolución fracasada y que cada vez con más fuerza se degenera en problemas económicos y sociales. Es decir, lo inaudito es considerar que un pueblo sufre a diario su falta de bienestar primario, una inflación nunca vista, un espectacular proceso degenerativo en las instancias gubernamentales y políticas, y sin embargo, ese pueblo minusvalorado respalda con su voluntad una fórmula que lo sitúa en una relación de dependencia y sujeción a políticas que en nada lo han favorecido ya en un espacio de 14 años de gobierno.
No pensemos de todo corazón, que quien votó mayoritariamente el día 7 de octubre fue una muchedumbre o masa que fue al proceso electoral bien, sin pensar realmente por quién votó, o que lo hizo a sabiendas de que el futuro se entrecruza en una circunstancia verdaderamente difícil e insoportable. Los dos supuestos aquí invocados son preocupantes de imaginar. Una situación es muy segura, la oclocracia al final determina o en una dictadura producto de su íntimo y propio querer, o en una verdadera democracia. Todo va a conjugar o depender de una situación donde los actores reescriban de nuevo una propia y sana historia. Yo particularmente veo un futuro democrático, realmente, aunque estemos muy cerca de una oclocracia. La madurez de la sociedad se impone en todo su esplendor. Así lo indica el devenir y el tránsito de las naciones por su historia y su civilización. Hoy más que nunca debemos encararnos en favor de la democracia, y que jamás tengamos que decir: "viva la oclocracia".
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