Saturday, October 27, 2012

De religiones

En: http://www.lapatilla.com/site/2012/10/27/americo-martin-de-religiones/

Américo Martín

Me permitirán mis ociosos lectores dedicarle una última columna a las notables elecciones venezolanas. En su obra Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, Carlos Marx, un muchacho de 25 años, vertió su célebre opinión acerca de la religión como opio adormecedor de la energía popular; “suspiro” de la clase oprimida que entregaba su alma junto con su vida material. La ácida conclusión de Marx era a su modo lógica:
“Abolir la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real. La crítica a la religión es, por tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas, cuyo halo lo constituye la religión”.
Razones políticas aconsejarán a los epígonos de Marx asordinar primero y eliminar después su requisitoria contra la religión. Millones de seres castigados por pésimas condiciones de vida, asumían el consuelo religioso sin perder su puntería crítica ni dejar de luchar por un futuro mejor.
El pensamiento crítico del siglo XX asumió la dimensión mágica, la fuerza espiritual imposible de calibrar con el rasero que cuantifica los datos materiales. La realidad iba más allá de ella misma. La filosofía, las artes, la ciencia y la política rompieron el corsé positivista y la religión encontró su tranquila ubicación en el universo. La corriente post moderna extendió sus brazos a las fuerzas esotéricas. Los comunistas se dispusieron fríamente a convivir con el odiado narcótico. Los más audaces abrieron la militancia a todos los cultos.
Pero como es usual en la vida, socialistas tardíos resucitaron el odio antirreligioso haciendo de la Iglesia un factor espiritual de la conspiración del imperialismo yanqui contra las sedicentes revoluciones del siglo XXI. La clerecía, de nuevo objetivo de guerra, fue víctima de despiadados ataques que creían ver el diablo debajo de la sotana de los obispos. Semejante tontería, claro está, terminaría en el cesto de la basura no sin dejar cicatrices que en ocasiones supuran.
En las elecciones del 7-0 Oscar Schemell, con el afán de fundar la supuesta invencibilidad del presidente vitalicio, lo envolvió en el manto religioso. Incontenible, agregó que ahora se había convertido en una nueva Iglesia. No sé si por enamorarse de su ocurrencia, Schemell se cuidó de analizar hechos que la desmentían. La suma de irregularidades que sostienen el resultado de estas elecciones da para aceptar que sin la ayuda nada divina de la Guardia Nacional y grupos fascistas asignados a sus tareas, la diferencia entre Chávez y Capriles habría sido mínima, con todo y el grotesco ventajismo económico, comunicacional, uso de las instalaciones y personal públicos, y tolerancia del CNE frente abusivas cadenas presidenciales después de culminada la campaña.
Con todo y parecerme irrisoria la vestidura religiosa en la forma como la emplea Oscar Schemell, no veo por qué no le atribuyó semejante halo a Capriles, quien levantó multitudes descomunales que lo acompañaron fielmente durante cuatro meses. En todo caso los seguidores de Capriles lo eran por voluntad propia, sin sobornos, sin corromper su alma. Entre, digamos, cualquiera de los jóvenes que con entusiasmo se encasquetaba la gorra de Capriles y los grupos y personajes comprados por el comendador De Lima, la diferencia parece más satánica que divina.
La religión de Schemell tiene un efecto residual. Frente a las decisivas batallas regionales que se librarán el 16D se propone predicar resignación y derrotismo en los votantes de oposición, con el fin de contrarrestar las grandes ventajas comparativas de los abanderados de la unidad democrática frente a los fantoches indicados por el dedo de la Providencia.
El perpetuo hubiera ganado o perdido el 7-O con muy escasa diferencia de no ser por las cuestionables ayudas que recibió. Por más que los candidatos oficialistas a las regionales se disfracen de Chávez y éste los proteja con amplios gestos, la penosa verdad es que están lejos de serlo. A diferencia de los abanderados democráticos, no fueron elegidos por el pueblo ni el jefe supremo tomó en cuenta la opinión del PSUV y sus aliados para formarse la suya.
Paracaidistas, turistas, invasores, acólitos o como quiera llamárseles, estos personajes cargan con el peso muerto del centralismo. Pedirán el voto de los electores con la promesa de erigirse en gobernadores consagrados a sus estados, pero una vez electos favorecerán la destrucción de gobernaciones y alcaldías. No es una especulación. Está nítidamente anunciado. La ley del poder comunal ya ha sido promulgada y algunos de los candidatos del presidente, como el enviado a Anzoátegui, se adelantaron a decir que “esbaratarán gobernaciones y alcaldías”. Sépanlo, anzoatiguenses. Si votan por él les pondrán una bota claveteada en la cabeza. Semejante zarpazo puede y debe ser paralizado si la democracia triunfa claramente el 16D.
Pedir el voto para asumir gobernaciones y aprovecharlo para destruirlas es una estafa, un engaño al pueblo acerca de lo que en realidad se proponen. Pero contra sus opositores democráticos, electos y no designados, defenderán a como dé lugar la autonomía y el progreso de sus regiones.
Candidatos dedocráticos contra candidatos democráticos. Centralismo agobiante contra descentralización creativa. Defensa de estados y municipios contra imposición de burdos poderes comunales que no servirán para nada. ¿Para nada? Error: aniquilarán la personalidad y el sentido de pertenencia de estados históricamente constituidos, con base en una inextricable urdimbre de afectos locales.
El 16D servirá para erigir un poderoso dique de contención al avance totalitario. Si el totalitarismo cerrara el círculo y asfixiara todos los espacios de libertad, Venezuela se convertiría en una sociedad lisa cual una bola de billar impulsada por una sola mano y obediente a una sola voz.
En la voluntad de los electores está la panacea. Votar es un acto liberador, no hacerlo es caer en un pozo sombrío e insondable.

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