ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 23 de octubre de 2012 12:00 AM
La transgresión de las normas convencionales, del sentido común y de lo políticamente correcto es una práctica que Hugo Chávez ha desarrollado como una constante de su comportamiento político. Así, al amparo de una presunta actitud institucional se dispone a completar veinte años de permanencia ininterrumpida en el poder, lo cual, ya de por sí, constituye una aberración negadora de nociones democráticas como la alternancia y la temporalidad.
Ese juego pérfido, a través del cual se simula el cumplimiento activo de las formas civilizadas de gobernar para luego violarlas en su contenido, con absoluto descaro, le ha permitido cumplir el objetivo básico de gobernar sin freno en el tiempo y dotado de una amplitud, en la dimensión de sus poderes, que le facilita, por ejemplo, el manejo arbitrario de inmensas cantidades de dinero sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. De manera que estando ante uno de los gobernantes que acumula mayor cantidad y extensión de poderes en el planeta, la palabra dictadura calza sin dificultad en ese molde.
Pero esa dictadura embozada bajo el manto democrático es creativa, heterodoxa y audaz. En otras palabras, se atreve a desafiar cánones establecidos y diseña estrategias de carácter electoral, amparadas no sólo en el ventajismo obsceno sobre el cual no insistiremos, sino también en recursos políticos aparentemente agotados. Y me explico: se cree que el venezolano distingue perfectamente entre una elección presidencial y otra de gobernadores porque los últimos resultados electorales así lo demuestran. Una cosa es votar por Chávez y otra por Aristóbulo.
Se cree, también, que la figura del portaaviones (un Chávez que hace elegir gobernador a un saco de papas con sólo levantarle la mano), ya no funciona. Se sostiene, en esa honda, que un líder regional, electo en primarias y conocedor profundo de su región, tiene todas las de ganar ante un forastero que aterrizó allí por obra del designio imperial. De acuerdo con esos argumentos, el advenedizo, total desconocedor del medio en el cual aspira a gobernar, tiene asegurada la derrota.
Pues no, a la luz de los resultados del 7-O, un hombre que se impone por la escabrosa combinación de su gracia particular, la total de falta de escrúpulos a la hora de las añagazas, una gigantesca política clientelar basada en el halago y el miedo, así como en el uso indiscriminado de recursos materiales de toda clase, puede hacer elegir al saco de papas de marras, venciendo el sentido común, las expectativas convencionales y las formas correctas de hacer política, en este caso, electoral. ¿Cómo evitarlo? Los políticos tienen la palabra.
Ese juego pérfido, a través del cual se simula el cumplimiento activo de las formas civilizadas de gobernar para luego violarlas en su contenido, con absoluto descaro, le ha permitido cumplir el objetivo básico de gobernar sin freno en el tiempo y dotado de una amplitud, en la dimensión de sus poderes, que le facilita, por ejemplo, el manejo arbitrario de inmensas cantidades de dinero sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. De manera que estando ante uno de los gobernantes que acumula mayor cantidad y extensión de poderes en el planeta, la palabra dictadura calza sin dificultad en ese molde.
Pero esa dictadura embozada bajo el manto democrático es creativa, heterodoxa y audaz. En otras palabras, se atreve a desafiar cánones establecidos y diseña estrategias de carácter electoral, amparadas no sólo en el ventajismo obsceno sobre el cual no insistiremos, sino también en recursos políticos aparentemente agotados. Y me explico: se cree que el venezolano distingue perfectamente entre una elección presidencial y otra de gobernadores porque los últimos resultados electorales así lo demuestran. Una cosa es votar por Chávez y otra por Aristóbulo.
Se cree, también, que la figura del portaaviones (un Chávez que hace elegir gobernador a un saco de papas con sólo levantarle la mano), ya no funciona. Se sostiene, en esa honda, que un líder regional, electo en primarias y conocedor profundo de su región, tiene todas las de ganar ante un forastero que aterrizó allí por obra del designio imperial. De acuerdo con esos argumentos, el advenedizo, total desconocedor del medio en el cual aspira a gobernar, tiene asegurada la derrota.
Pues no, a la luz de los resultados del 7-O, un hombre que se impone por la escabrosa combinación de su gracia particular, la total de falta de escrúpulos a la hora de las añagazas, una gigantesca política clientelar basada en el halago y el miedo, así como en el uso indiscriminado de recursos materiales de toda clase, puede hacer elegir al saco de papas de marras, venciendo el sentido común, las expectativas convencionales y las formas correctas de hacer política, en este caso, electoral. ¿Cómo evitarlo? Los políticos tienen la palabra.
No comments:
Post a Comment