JUAN GUERRERO| EL UNIVERSAL
jueves 1 de mayo de 2014 12:00 AM
Estaba sentado en el amplio auditorio de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, de Barquisimeto. Era una tranquila tarde en este abril que ya no podré olvidar. Mientras esperaba la instalación del panel de invitados del Foro Penal, la niña que estaba sentada delante de mí, miraba con curiosidad a su alrededor en su mundo de ser especial, mientras su mamá y su amiga la atendían con ternura y devoción.
Comenzó tarde el evento. Pasaron varios relatos. Padres de estudiantes y jóvenes a quienes les violaron sus derechos humanos. Otros casos, como el de Oscar Morillo, estudiante de la UCLA, a quien le dispararon entre 5 y 6 veces, con perdigones de plomo, y por los maltratos, tiene una fractura en el cráneo. Su testimonio dejó en mí una fuerte impresión, cuando afirmó: "-¿Qué seres humanos son esos que disparan por la espalda?"
Mientras pasaban las personas narrando sus testimonios de repente sentí que estaba sentado en mi eterna Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en los comienzos de los años ‘70s. Eran los tiempos de las denuncias contra los gobiernos que también reprimían, detenían, torturaban, desaparecían y asesinaban estudiantes.
Pero ahora es el año 2014 del siglo XXI. Y entonces escucho el relato de una señora, Keila Brito. A su lado, su hija de 17 años, Karkelis Álvarez. Su voz en seseo deja entrever que es de extracción social modesta (https://www.youtube.com/watch?v=xBL83ZGFCtY). Pausadamente narra cómo fue detenida, junto con su hija, llevadas al Destacamento 47 de Guardia Nacional Bolivariana, donde comenzó un vía crucis dantesco.
Las amenazan con violarlas, las rocían con agua y vinagre y les dicen que les lanzarán bombas lacrimógenas. Las toman por los cabellos y se los cortan. A la joven, de tanto halarle los cabellos, le desprenden parte del cuero cabelludo.
Después de tanto maltrato y vejación, les muestran "un papel" para que lo firmen. Al final de tanto atropello a su dignidad como seres humanos, las dejan en libertad.
La voz de señora en momentos se quiebra y eso me encoge el corazón, me hace sentir también en esos años de estudiante cuando escuchaba los relatos de los torturados, de los familiares de las víctimas de aquellos años oscuros y terribles. No me acuerdo que existiera una Defensoría del Pueblo ni tampoco, tanto abogado para defender a las víctimas.
Era la presencia absoluta del Estado, con gobiernos que a través de sus fuerzas represivas constantemente violaban los derechos humanos.
Pero es que estoy en otra época, en otro tiempo. Suben otros estudiantes y cuentan sus historias: persecución, detención y "siembra" de evidencias, como bombas molotov, triquitraquis, entre otros.
Veo esos rostros desconocidos y son tan parecidos a aquellos de mis años cuando era estudiante. Quizá también, cuando de niño, en mediados de los ‘60s., mi madre me llevaba a visitar en la cárcel a mi hermano, preso político quien era opositor al gobierno de turno.
Son los mismos rostros, las mismas miradas que buscan solidaridad para que otro lo ampare. También para que no se olvide esta afrenta a la dignidad humana.
Son las mismas voces que claman por justicia, como la denuncia que en este Foro hicieron contra un tal general Quero Silva, quien supuestamente permite que en su jurisdicción militar se maltrate, veje y torture a ciudadanos venezolanos. Se afirmó que esas denuncias están en la Corte Penal Internacional y son delitos de Lesa Humanidad, y por tanto, nunca prescriben. Los aplausos fueron una expresión de solidaridad ante un régimen que despliega su poderío contra estudiantes casi indefensos, quienes con piedras, palos, botellas, cauchos y cohetones, defienden su vida.
Nada ha cambiado desde hace más de 50 años en lo que respecta al resguardo, respeto y protección de los derechos humanos en Venezuela. Cierto que existen mejores leyes y reglamentos para su protección, al igual que organismos creados para su defensa. Pero la práctica indica que los cuerpos represivos ahora están mejor dotados, y cual robocops siguen haciendo de las suyas contra una ciudadanía que solo cuenta con insignes defensores, como el Foro Penal, Funpaz, entre otras organizaciones de derechos humanos, para defenderse del oscuro laberinto de una justicia institucional sesgada, partidizada, que cada día se ilegitima más y más.
Comenzó tarde el evento. Pasaron varios relatos. Padres de estudiantes y jóvenes a quienes les violaron sus derechos humanos. Otros casos, como el de Oscar Morillo, estudiante de la UCLA, a quien le dispararon entre 5 y 6 veces, con perdigones de plomo, y por los maltratos, tiene una fractura en el cráneo. Su testimonio dejó en mí una fuerte impresión, cuando afirmó: "-¿Qué seres humanos son esos que disparan por la espalda?"
Mientras pasaban las personas narrando sus testimonios de repente sentí que estaba sentado en mi eterna Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en los comienzos de los años ‘70s. Eran los tiempos de las denuncias contra los gobiernos que también reprimían, detenían, torturaban, desaparecían y asesinaban estudiantes.
Pero ahora es el año 2014 del siglo XXI. Y entonces escucho el relato de una señora, Keila Brito. A su lado, su hija de 17 años, Karkelis Álvarez. Su voz en seseo deja entrever que es de extracción social modesta (https://www.youtube.com/watch?v=xBL83ZGFCtY). Pausadamente narra cómo fue detenida, junto con su hija, llevadas al Destacamento 47 de Guardia Nacional Bolivariana, donde comenzó un vía crucis dantesco.
Las amenazan con violarlas, las rocían con agua y vinagre y les dicen que les lanzarán bombas lacrimógenas. Las toman por los cabellos y se los cortan. A la joven, de tanto halarle los cabellos, le desprenden parte del cuero cabelludo.
Después de tanto maltrato y vejación, les muestran "un papel" para que lo firmen. Al final de tanto atropello a su dignidad como seres humanos, las dejan en libertad.
La voz de señora en momentos se quiebra y eso me encoge el corazón, me hace sentir también en esos años de estudiante cuando escuchaba los relatos de los torturados, de los familiares de las víctimas de aquellos años oscuros y terribles. No me acuerdo que existiera una Defensoría del Pueblo ni tampoco, tanto abogado para defender a las víctimas.
Era la presencia absoluta del Estado, con gobiernos que a través de sus fuerzas represivas constantemente violaban los derechos humanos.
Pero es que estoy en otra época, en otro tiempo. Suben otros estudiantes y cuentan sus historias: persecución, detención y "siembra" de evidencias, como bombas molotov, triquitraquis, entre otros.
Veo esos rostros desconocidos y son tan parecidos a aquellos de mis años cuando era estudiante. Quizá también, cuando de niño, en mediados de los ‘60s., mi madre me llevaba a visitar en la cárcel a mi hermano, preso político quien era opositor al gobierno de turno.
Son los mismos rostros, las mismas miradas que buscan solidaridad para que otro lo ampare. También para que no se olvide esta afrenta a la dignidad humana.
Son las mismas voces que claman por justicia, como la denuncia que en este Foro hicieron contra un tal general Quero Silva, quien supuestamente permite que en su jurisdicción militar se maltrate, veje y torture a ciudadanos venezolanos. Se afirmó que esas denuncias están en la Corte Penal Internacional y son delitos de Lesa Humanidad, y por tanto, nunca prescriben. Los aplausos fueron una expresión de solidaridad ante un régimen que despliega su poderío contra estudiantes casi indefensos, quienes con piedras, palos, botellas, cauchos y cohetones, defienden su vida.
Nada ha cambiado desde hace más de 50 años en lo que respecta al resguardo, respeto y protección de los derechos humanos en Venezuela. Cierto que existen mejores leyes y reglamentos para su protección, al igual que organismos creados para su defensa. Pero la práctica indica que los cuerpos represivos ahora están mejor dotados, y cual robocops siguen haciendo de las suyas contra una ciudadanía que solo cuenta con insignes defensores, como el Foro Penal, Funpaz, entre otras organizaciones de derechos humanos, para defenderse del oscuro laberinto de una justicia institucional sesgada, partidizada, que cada día se ilegitima más y más.
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