Rubén Osorio Canales
Una
lectura clara de la historia de estos últimos años nos lleva a descubrir que
Venezuela está siendo sometida por una camisa de fuerza construida con la
deliberada intención de imponer un control total de la sociedad, y aplastar la
democracia y cualquier manifestación de independencia y autonomía en personas
o instituciones.
Desde el
momento mismo en que quien fuera electo en 1998 convocó a una Constituyente,
amparado por una popularidad desbordante, comenzó la confección de la camisa,
con hilos, telas, agujas, guiones y estrategias ya existentes, adaptadas
y perfeccionadas a lo largo de cincuenta años por los hermanos Castro.
Una
camisa de fuerza hecha a base de manipulación, inconstitucionalidad, populismo
extremo, engrosamiento de la burocracia, pomposa retórica de telenovela,
errores de la oposición, subestimación de la capacidad de maniobra del
liderazgo oficialista, temas a los cuales hay que sumar acusaciones,
descalificaciones, elaboración de falsos expedientes contra líderes
disidentes y una firme decisión de no abandonar el poder bajo ninguna circunstancia.
La camisa
comenzó a tejerse antes de que la Constitución, la mejor del mundo según
su mentor que duraría para toda la vida, fuese aprobada a los pocos meses y
luego convertida en ley vigente y en desuso, cada vez que el régimen la
encontró ineficiente para contener el rechazo a las imposiciones de una
autocracia comunista, militarista y con vocación totalitaria. Para remediar el
asunto, recurrieron a esa fuente inagotable para la violación continuada de la
carta magna, que son las leyes habilitantes. Entonces se multiplicaron los
controles, las leyes castradoras de la opinión pública, el veto expreso a la
información, las cada vez mayores limitaciones a la libertad de
expresión, la persecución, los expedientes, el veto insolente al discurso opositor,
hasta llegar al cierre de canales de TV, a la liquidación y compra por
interpuestas personas de medios de comunicación, reduciendo el espectro
radioeléctrico a lo que es hoy: unos espacios en los que la voz de la crítica
opositora ha dejado de sonar.
Con la
hegemonía comunicacional, objetivo fundamental del llamado proceso, el régimen
logró ante los ojos de una sociedad, en ocasiones más inerte que estupefacta,
una permanente incitación a la lucha de clases, mantener vivo el resentimiento,
hacer de la eterna promesa una esperanza sostenida gracias a una distribución
de dinero, bienes y servicios cada vez más deficitaria, llenar la cabeza
de un pueblo en penurias y desinformado, con consignas retóricas de alto poder
manipulador para una más dócil y mejor conducción del rebaño. La hebilla de
seguridad del chaleco ha sido la instauración de un sistema político de
elecciones diseñado y manejado desde la cúpula autocrática para exhibir,
ante el mundo exterior, una fachada de democracia apoyada en el asalto a los
poderes del Estado, los cuales pasaron a ser instituciones al servicio
exclusivo de la autocracia
Si las
cosas no han tenido, hasta ahora, el resultado a que aspiraban quienes a este
patético retroceso nacional siguen llamando revolución es porque quienes
elaboraron el guión del proceso desconocían el gen democrático de los
venezolanos. Si bien este gen es difícil de matar, no podemos cantar
victoria porque, por desgracia, son muchos los que decidieron irse a
otros destinos, muchos los que fueron atrapados, bien por falta de
discernimiento, bien por oportunismo, bien por ignorancia, bien porque algunos
no estén en condiciones de sacudir sus conciencias de ciudadanos, bien porque a
otros sencillamente les gusta, o bien porque algunos que no valoraron las
virtudes de ser libres y de vivir en democracia, aceptan como forma de
vida la servidumbre voluntaria. De todo hay en la viña del Señor.
Con la
misma presencia del fraude continuado de estos años, dentro de unos meses
tenemos unas elecciones parlamentarias de vitalísima importancia porque ellas
nos dirán, entre otras cosas, si tuvimos un liderazgo opositor capaz de mostrar
un camino alternativo válido y por lo tanto creíble, si hemos crecido en
ciudadanía, cuál es el nivel de sumisión del venezolano y sobre todo
saber si ese 80% de descontento profundo del que hablan todas las encuestas
tiene una conciencia real del valor de su voto para desactivar esa camisa de
fuerza que, con base en fraudes inconstitucionales, se nos ha querido imponer.
En el
escenario de esas elecciones el ventajismo oficial será mucho mayor al conocido
hasta ahora, con el añadido de una fase represiva en marcha, francamente
indeseable, promovida por un grupo radical y fundamentalista que persigue la
rendición incondicional de la oposición, dispuesto a utilizar medios extremos
para mantener el poder. Impedir el diálogo con todos los sectores sin
excepción, mantener cerrada la hebilla de la camisa de fuerza en todos los
niveles son objetivos de los talibanes del odio enquistados en el poder
quienes, a como dé lugar, pretenden que el silencio de los máximos líderes de
la oposición sea obligatorio, bajo la amenaza permanente de ir a la
cárcel aun si los encuentran rezando.
Los efectos de la camisa de
fuerza han venido en aumento gracias, entre otras cosas, a unos poderes al
servicio de la represión y castración opositora, y en especial de un Poder
Electoral rendido incondicionalmente a la voluntad del poder. Y es en ese
escenario, no en otro, que le corresponde a cada ciudadano descontento con las
penurias y dislates de un gobierno que perdió la brújula demostrar si las
encuestas que señalan que 80% de los venezolanos rechazan las actuaciones del
gobierno, dicen la verdad. No me cabe la menor duda de que el camino es seguir
votando hasta el día en que la camisa de fuerza nos diga que no hay más
elecciones y cierre todas las urnas.
Vía El Nacional
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