Adolfo Thaylhardat
Como no tiene quien lo controle –y ¡cuidado si a
alguien se le ocurre!–, el ilegítimo despilfarra los dineros del erario, que
son de todos nosotros los venezolanos, en caprichos dispendiosos mientras el
pueblo sigue soportando las extravagancias, insensateces y chifladuras de
un gobernante alienado.
En su edición del domingo este diario publicó
un reportaje de la periodista Dulce María Rodríguez con impactantes cifras y
datos de lo que significó la bufonada de la campaña de recolección de firmas
para exigir al presidente Obama que derogara su orden ejecutiva.
Veamos algunas de esas cifras:
La campaña televisiva costó 198,7 millones de
bolívares. Esta cifra se basa en que un mensaje televisado de 41 minutos
transmitido en 10 canales de televisión cuesta 180,7 millones a los cuales hay
que agregar 30 versiones del mensaje para un costo de 18 millones.
Esa cifra se refiere al costo de la campaña por
televisión y no abarca lo que costó la campaña radial ni la movilización
de miles de activistas pesuvistas que salieron a recorrer las calles, a montar
quioscos y a “visitar casa por casa” para obligar a familias enteras a firmar,
incluidos los menores de edad y a chantajear a las personas en las colas
delante de los mercados. Tampoco incluye el costo de los “combos” de comida que
regalaron a quienes acudieron a firmar como si fueran muertos de hambre.
Tampoco abarca el costo del traslado de dirigentes del partido de gobierno a
diferentes ciudades para conminar a la población a firmar. Mucho menos incluye
lo que costó el traslado a Panamá de 1.500 activistas que recibieron, cada uno,
un viático de 400 dólares, ni el costo del flete de los aviones empleados con
ese fin. De la misma manera la cifra no incluye la campaña publicitaria en los
medios escritos ni los afiches, vallas, pancartas y volantes desplegados
en todos los rincones de la geografía nacional. Tampoco abarca lo que
seguramente se le pagó a algunos gobernantes de la región para que hicieran
coro en la Cumbre de las Américas exigiendo la revocatoria de la orden
ejecutiva.
Habría que sumar lo que se gastó en los
caricaturescos ejercicios de “movilización del ejército y el pueblo” para
enfrentar un fantasioso intento de invadir a Venezuela, supuestamente por el
imperio con la complicidad del expresidente Uribe y la “extrema derecha”
venezolana.
La periodista de El
Nacional ofrece otros datos que revelan el
desespero del régimen por alcanzar la meta de 10 millones de firmas que se
había fijado el ilegítimo:
En 27 días la campaña ocupó 145.059 segundos de
transmisión (102 horas, 40 minutos y 27 segundos). Se transmitieron 10.207
cuñas repartidos en 10 canales de televisión abierta y pública. Los mensajes se
transmitieron 4.124 veces que ocuparon 4.300 segundos a un costo promedio de
2.985 bolívares cada segundo de televisión.
Según voceros del régimen, hasta el 14 de abril se
habían recogido más de 13.447.650 firmas, cifra que incluye las firmar
recolectadas en Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y muy probablemente también
en Argentina, cuyos gobiernos son simples polichinelas del de aquí. –Al parecer
la campaña de recolección de firmas continúa–. ¿Pero el ilegítimo no
había asegurado que personalmente se las entregaría el presidente Obama el 10 o
el 11 de abril durante la Cumbre en Panamá? ¿Qué pasó? ¿Se le enfrió el
guarapo?
Las mayoría de los analistas sostiene que el objeto
que se perseguía con esa campaña era distraer la atención de la población para
que se olvidara de los problemas de desabastecimiento, las colas para comprar
alimentos, la inseguridad, el aumento desorbitante de precio de todo, lo
esencial y lo no esencial. Algunos analistas aseguran que la campaña logró su
objetivo en momentos en que supuestamente la “popularidad” del ilegítimo se
había recuperado levemente.
En realidad, la fulana campaña perseguía dos
objetivos. Por una parte, intentar recuperar apoyo en un electorado que está
cansado de las mentiras del ilegítimo y está agobiado porque sus ingresos no
alcanzan para mantener un nivel de vida decente. Por otra parte, fue una manera
de hostigar al presidente de Estados Unidos y tratar de ponerlo en ridículo en
medio de la Cumbre de las Américas. Esto encaja dentro de su permanente
retórica antinorteamericana, anticapitalista, antimperio y su empeño en
presentarse como el campeón del socialismo –obsoleto y periclitado como diría
don Rómulo Betancourt–. No fue sino una costosa e inútil campaña de propaganda
para presentarse como el enano que enfrenta al poderoso gigante. No uso la
metáfora de David contra Goliat porque ese señor no merece ser comparado con el
legendario David. Es posible que, como dicen los analistas, también haya
servido para que la gente se haya olvidado momentáneamente de sus penurias,
pero luego del rotundo fracaso de la campaña y de la derrota que sufrió porque
la orden ejecutiva sigue vivita y coleando, el desprestigio del ilegítimo y de
su régimen aumenta día a día, como lo demuestran la Declaración de Panamá, las
resoluciones de los senados de España, Colombia y Chile y el pronunciamiento
que hará próximamente la Unión Europea. De la reunión que sostendrá el Club de
Madrid en Washington en octubre próximo seguramente emanará una nueva enérgica
y categórica condena a los desmanes y las violaciones de los derechos humanos
en Venezuela y un pedido de alcance mundial por la libertad de Leopoldo López,
Antonio Ledezma, Daniel Ceballos y todos los demás presos políticos.
Me
preguntan: ¿y a qué sirve todo eso? A eso precisamente, a aumentar desprestigio
de un gobernante que se aísla cada vez más y a acrecentar la presión de la
comunidad internacional que cada día que pasa se identifica más con el
sufrimiento del pueblo y toma distancia de una cruel y vulgar dictadura. Pienso
que la comunidad internacional no tolerará que el régimen le robe a la
oposición el triunfo que tiene asegurado para las elecciones
parlamentarias. Los gobernantes de la región que hasta ahora han sido incapaces
de decir lo que seguramente sienten por Venezuela y no lo exteriorizan por
temor de ser objeto de la diatriba chavo-madurista tienen que dar un paso
adelante. Hay muchos medios para defender la democracia sin recurrir a la
intervención. Allí está la Carta Democrática Interamericana.
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