Raúl Fuentes
Cantaba Tito Rodríguez: “El oso mediano le dijo al oso mayor/ en esta
familia hay una gran confusión/ entre la charanga, la guaracha y el danzón”.
Que animales se enreden en el swing y el son no desdice de
ellos, pues, si bailotean con gracia, cualquier show business manager se
bajaría gustosamente de la mula para mostrarlos al público; pero que personas
hechas y derechas piensen que perder es ganar y fracasar, progresar es una
estupidez. Sucede a menudo en esta comedia de ensayos y errores
protagonizada por Nicolás Maduro y un elenco de uniformados que, en los dos
años de mandato recién festejados, sin ejecutorias que exhibir y con un país en
ruinas (150% de inflación acumulada e histórico récord de pobreza) –cuyas carencias
son imposibles de ocultar con manipulaciones propagandísticas y estratagemas
distraccioncitas (diplomacia del insulto, guerra económica, demandas a los
medios, amenazas a los empresarios, imputación a terceros por sus yerros) –,
han puesto en evidencia que Chávez, si no se peló con la sucesión, apostó por
el desastre para, con enfermizo sentido de la trascendencia, ser añorado.
Cantaba Tito Rodríguez: El que se fue no hace falta/ hace falta el que vendrá/
en el juego de la vida/ unos vienen y otros van.
No sabemos quiénes son los preceptores doctrinarios del residuo del
embriagador destilado que Heinz Dieterich supuso cristalización de su
“socialismo del siglo XXI” –vademécum ideológico típico de la condescendencia
de la intelligenza europea para consumo del perfecto idiota
latinoamericano al que hacen referencia Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto
Montaner y Álvaro Vargas Llosa–; y es lamentable, porque de conocer la
identidad de los gurús que afearon la revolución cuchi, sobre todo en el lapso
que lleva Maduro pretendiendo gobernar, podríamos emplazarlos para que digan de
dónde sacaron la receta de esa ensalada ideológica con que la guarnecen,
mezclando en el mismo plato a Benito Mussolini (“un pueblo tiene que ser pobre
para poder ser orgulloso”), Adolf Hitler (“Nosotros somos socialistas, somos
enemigos del sistema económico capitalista actual porque explota al que es
débil desde el punto de vista económico, y estamos decididos a destruir este
sistema en todos sus aspectos”), Iósif Stalin (“La educación es una arma cuyo
efecto depende de quién la tenga en sus manos y de a quién apunte”) y Mao
Zedong (“Donde hay voluntad de condenar, las pruebas acaban apareciendo”).
Sobre esa promiscua mescolanza descansan promesas incumplidas (el
gobierno garantizará el abastecimiento –y la escasez se agrava día a día–) y
mentiras monumentales (hemos derrotado el enemigo en Panamá –en el istmo fue
sepultado el anacrónico proyecto bolivariano–), pilares de un ejercicio
político que prescinde de la economía y piensa que la retórica discursiva basta
para esconder la arbitrariedad, ineficiencia y corrupción que enferman a la
nación, una retórica plagada de insensatos argumentos como el que esgrime
el ministro de Vivienda y Hábitat para culpar del alto
costo de los inmuebles y los elevados alquileres a… Internet; según la lógica
de este burócrata, la web –no el mercado y los factores que lo condicionan
(devaluación, inflación, escasez)– tasa los bienes raíces: ¡hay que tenerlas
como Bolaños!
Teodoro Petkoff, a
quien le tocó adversar a Pérez Jiménez, no cree que en Venezuela haya, en
rigor, una dictadura y alega que aún subsisten libertades negadas en los
tiempos del “Tarugo”; ello es parcialmente cierto, pero medio siglo no ha
transcurrido en vano y los despotismos de hoy son más sofisticados que los de
ayer; saben guardar las apariencias, aunque estas engañen. Hay que reconocer,
sin embargo, que, en estos 24 meses de desvaríos, el sucesor ha avanzado más
rápidamente hacia la implantación de un gobierno dictatorial que el sempiterno
comandante. A tal fin, como los mafiosos y en papel de capo di
tutti capi, repartió el botín –no otra cosa es el poder para los
rojos– entre 3 familias, además de la suya: la de Chávez, la de Cabello y, no
faltaba más, la gran familia castrense; avanzamos, ahora, hacia un punto en el
cual “lo que no esté prohibido será obligatorio”; y es que el lobo desechó la
piel de cordero: podemos ver los puntos de sutura que, como si fuese hechura
del Dr. Frankenstein, unen los retazos de un monstruo que engendra violencia
buscando, quizá con el apoyo de los militares (no como garantes del hilo
constitucional, sino del flujo de caja hacia sus alforjas), consumar un fraude
(en pleno desarrollo con el reacomodo de las circunscripciones electorales),
suspender los comicios o perpetrar un autogolpe. No nos confundamos: “No se
establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución
para establecer una dictadura”, Orwell dixit.
Vía El Nacional
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