Robero Mata
— ¿Qué vas a extrañar?
— Voy a extrañar el asado negro que hacía mi papá.
— Voy a extrañar el asado negro que hacía mi papá.
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A las dos de la madrugada Ivette llamó a Lissette. Unos tíos de ambas, y en Filadelfia, fueron los primeros familiares en enterarse de la noticia. Lo supieron por Twitter y decidieron avisar a Caracas. Para ese momento habían pasado tres horas de la muerte de Rodolfo González, de 64 años, en su calabozo en el SEBIN.
— Esto es importante, mi papá está muerto.
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Lissette González a los 22 años se graduó con toga y birrete, hizo lo que nadie esperaba en su casa: ser Sociólogo. “Como eres tan joven ahora puedes estudiar una carrera de verdad”. Su tía Jeannette, después de felicitarla, se lo dijo con suavidad y en medio de la celebración.
Aunque ser útil para el negocio de la familia era el consenso, un Doctorado, escribir y vivir fuera del país fueron sus planes y los cumplió. Su único acercamiento a los números es el manejo del presupuesto personal y deficitario al que, como profesora universitaria, está acostumbrada. La hermosa vista de su apartamento que da al Ávila es alquilada. Allí vive con sus dos hijos gracias al subsidio considerado del propietario.
A Rodolfo González, su padre, la familia le decía “Rodolfo” y algunos amigos “el come pan”.
Nadie le decía “El Aviador”.
Abandonó el anonimato en el que había vivido toda su vida para tener un apodo que no se utiliza en el mundo de la aviación, donde vivió siendo piloto. El presidente Nicolás Maduro lo bautizó así en cadena de radio y televisión, gracias a un patriota cooperante. Y acompañaron al apodo de “El Aviador” términos como “cabecilla”, “financista”, “líder de las guarimbas”, “cerebro”, “autor intelectual” e “insurrección”.
El sábado 26 de abril de 2014 lo detuvo el SEBIN en su apartamento de noventa metros cuadrados y dos habitaciones en el quinto piso de un edificio en Macaracuay, Caracas. Horas después también detuvieron a su esposa Josefa María (Chepa) de 68 años de edad, cuando fue a llevarle ropa y cepillo de dientes.
Dos días después la agencia de viajes de la familia fue allanada y el día 29 del mismo mes durante la audiencia preliminar, el Presidente de la República compartió con el país la captura.
Ningún periodista se interesó en el caso como para hablar con Lissette al día siguiente.
Y aunque la hija de “El Aviador” estuvo preparada, el teléfono no sonó.
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De su padre heredó la rebeldía y acepta el precio. Camina sola por donde otros no aceptan ir. Durante la adolescencia se presentaba a las fiestas sin maquillaje, sin peinarse y con alpargatas. En esencia no ha cambiado, pero aquella etapa angustiosa para su madre fue superada. Ahora se peina y calza según la ocasión. La admiran por lo que escribe y publica en su blog dedicado a la sociología y, específicamente, a la sociedad venezolana.
A los 16 años Rodolfo quiso estudiar para ser piloto, pero su madre (la abuela de Lissette) no lo permitió. Era muy peligroso. Sin dar el paso universitario, se dedicó a trabajar en el negocio familiar: una ferretería en el centro de Caracas. Sin embargo, en 1983, gracias al Viernes Negro, la ferretería quebró y finalmente pudo estudiar para volar.
Ya casado, con dos hijas y 32 años cumplió su sueño: ser piloto.
El primer vuelo con la familia fue a Puerto La Cruz. A Ivette y Lissette, las hermanas González, les dieron Dramamine para que no se marearan. Durmieron todo el vuelo. De esa experiencia no recuerdan nada.
Rodolfo voló los aviones de otros como piloto privado hasta los 55 años y luego se retiró.
Nunca tuvo avión propio.
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Lissette está convencida de que es imposible que su padre haya sido cerebro de algo. Se atreve a decir que de nada. Además, para ella la palabra de su padre es suficiente.
Mientras allanaban la casa de Rodolfo, Lisette calentaba un pasticho para dos hijos y tres sobrinas: los cinco nietos. También llamaba a abogados, al Foro Penal, al Centro de Derechos Humanos de la UCAB. No conseguía a nadie.
Del apartamento los funcionarios se llevaron computadoras y celulares, del maletero un bidón con gasolina que tenía años allí.
No había armas.
Antes de acostarlos y después del baño, juntos rezaron por el abuelo Rodolfo. Los niños no sabían que la abuela también había sido detenida.
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