ALEXANDER CAMBERO | EL UNIVERSAL
miércoles 21 de diciembre de 2011 12:00 AM
Un peñón de anime sirve de base para el extraño pesebre. Su iconografía es distinta a nuestras tradicionales fiestas decembrinas, las imágenes no guardan relación con la Navidad, y mucho menos con la alegría de acoger a Jesucristo en los corazones. Es el mundo creado por el régimen para honrar a sus personajes heroicos.
Un gato de porcelana china y ojos grises, despunta desde el centro del pesebre, tiene el rostro apesadumbrado de Osama Bin Laden quien lleva sobre su espalda una gran mochila negra. En el extremo derecho un muñeco de fieltro azul se asemeja a Saddam Hussein, saliendo de la ratonera de donde lo sacaron las fuerzas de la libertad. A su lado está una carpa marrón con vivos dorados en donde ubicaron un pequeño cetro con un par de camellos en un desierto, una alfombra verde recibe la advocación de Muamar Gadafi, con un atuendo inspirado en los grandes modistos parisinos. Sobre una atalaya de goma sintética, una bien lograda parodia del presidente de la republica islámica de Irán Mahmoud Ahmadinejad, lanzándole dardos a una gran planicie de vivos colores y a la que llaman: Israel.
Una montaña esplendorosa forjada con verdadero esmero de artista, se constituye en el área escogida para homenajear a los líderes de las FARC que están muertos. Una fila de soldados barbudos con una banda rojinegra que rodea un monumento en recuerdo a Manuel -Marulanda- Vélez. Tiene unas luciérnagas moradas atadas a la bandera colombiana, que hace resaltar al buen amigo del proceso. Junto al escenario ambientado en la plenitud selvática neogranadina, se puede ver a un Raúl Reyes de tamaño mediano mirando con tristeza el horizonte de anime y caballitos árabes, frente a su representación notamos a Piedad Córdova abrazada con Alfonso Cano en una escena que nos recuerda a las reuniones del secretariado. La pequeña bahía de piedras blanquísimas recrea un mausoleo gris en donde se puede leer un cartelito que dice: Pedimos libertad para Carlos El Chacal, el héroe incomprendido.
Sale agua de la peña para alimentar las cascadas, que son el centro de la acción monumental decembrina del chavismo. La imagen que corona la obra es Hugo Chávez con los brazos abiertos, todas las rutas del pesebre convergen en él. Está sostenido como en el aire por finas tiras de nylon, con una bandera nacional en una mano y en la otra, el mapa de Venezuela aprisionado con la férrea acción de quien la quiere tener sometida por siempre. A su lado su padre ideológico Fidel Castro, lo observa con el cariño infinito de aquél que es su vivo imitador. Casi lo abraza para sentir que comparte la misma pasión totalitaria.
Una fila de pequeños seres plateados con los rostros de: Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega aparecen a los pies de Hugo Chávez, traen una inmensa canasta como implorando nuevos recursos para resolver sus dificultades. No figuran varios líderes latinoamericanos que decidieron no salir en grupo con varios de estos representantes del odio, tienen ideas revolucionarias, pero, no llegan al extremo de hacerse copartícipes con aquellos que sueñan con ver al adversario en un ataúd. Así que Cristina Fernández, Dilma Rousseff y José Mujica prefirieron mirar el espectáculo circense desde las graderías.
En este pesebre revolucionario no existen deidades, ni alguna figura católica de las que ejemplifican la navidad en occidente. Mucha menos alguna alusión a San Nicolás, a pesar de su indumentaria rojita y de ser un regalón empedernido, tal como lo es nuestro primer mandatario nacional. Tampoco existe un reconocimiento a nuestros héroes civiles y mucho menos aquellos hombres que nos legaron la independencia, para Simón Bolívar sería imposible acompañar a semejantes criaturas.
Un gato de porcelana china y ojos grises, despunta desde el centro del pesebre, tiene el rostro apesadumbrado de Osama Bin Laden quien lleva sobre su espalda una gran mochila negra. En el extremo derecho un muñeco de fieltro azul se asemeja a Saddam Hussein, saliendo de la ratonera de donde lo sacaron las fuerzas de la libertad. A su lado está una carpa marrón con vivos dorados en donde ubicaron un pequeño cetro con un par de camellos en un desierto, una alfombra verde recibe la advocación de Muamar Gadafi, con un atuendo inspirado en los grandes modistos parisinos. Sobre una atalaya de goma sintética, una bien lograda parodia del presidente de la republica islámica de Irán Mahmoud Ahmadinejad, lanzándole dardos a una gran planicie de vivos colores y a la que llaman: Israel.
Una montaña esplendorosa forjada con verdadero esmero de artista, se constituye en el área escogida para homenajear a los líderes de las FARC que están muertos. Una fila de soldados barbudos con una banda rojinegra que rodea un monumento en recuerdo a Manuel -Marulanda- Vélez. Tiene unas luciérnagas moradas atadas a la bandera colombiana, que hace resaltar al buen amigo del proceso. Junto al escenario ambientado en la plenitud selvática neogranadina, se puede ver a un Raúl Reyes de tamaño mediano mirando con tristeza el horizonte de anime y caballitos árabes, frente a su representación notamos a Piedad Córdova abrazada con Alfonso Cano en una escena que nos recuerda a las reuniones del secretariado. La pequeña bahía de piedras blanquísimas recrea un mausoleo gris en donde se puede leer un cartelito que dice: Pedimos libertad para Carlos El Chacal, el héroe incomprendido.
Sale agua de la peña para alimentar las cascadas, que son el centro de la acción monumental decembrina del chavismo. La imagen que corona la obra es Hugo Chávez con los brazos abiertos, todas las rutas del pesebre convergen en él. Está sostenido como en el aire por finas tiras de nylon, con una bandera nacional en una mano y en la otra, el mapa de Venezuela aprisionado con la férrea acción de quien la quiere tener sometida por siempre. A su lado su padre ideológico Fidel Castro, lo observa con el cariño infinito de aquél que es su vivo imitador. Casi lo abraza para sentir que comparte la misma pasión totalitaria.
Una fila de pequeños seres plateados con los rostros de: Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega aparecen a los pies de Hugo Chávez, traen una inmensa canasta como implorando nuevos recursos para resolver sus dificultades. No figuran varios líderes latinoamericanos que decidieron no salir en grupo con varios de estos representantes del odio, tienen ideas revolucionarias, pero, no llegan al extremo de hacerse copartícipes con aquellos que sueñan con ver al adversario en un ataúd. Así que Cristina Fernández, Dilma Rousseff y José Mujica prefirieron mirar el espectáculo circense desde las graderías.
En este pesebre revolucionario no existen deidades, ni alguna figura católica de las que ejemplifican la navidad en occidente. Mucha menos alguna alusión a San Nicolás, a pesar de su indumentaria rojita y de ser un regalón empedernido, tal como lo es nuestro primer mandatario nacional. Tampoco existe un reconocimiento a nuestros héroes civiles y mucho menos aquellos hombres que nos legaron la independencia, para Simón Bolívar sería imposible acompañar a semejantes criaturas.
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