Wednesday, December 28, 2011

Ante el 2012: balance y perspectivas

En: http://www.noticierodigital.com/2011/12/ante-el-2012-balance-y-perspectivas/

Antonio Sánchez García

No dudamos en considerar que el régimen autocrático ha alcanzado su fase de agotamiento y, exhausto, se enfrenta a la inevitabilidad histórica de su desaparición. Y tampoco dudamos en considerar que importantes sectores que lo respaldan comienzan a asumir la consciencia de su inevitable desplazamiento.1
No es necesario devanarse los sesos intentando comprender la falsa objetividad de encuestas de marketing político, hechas a la medida del cliente, para conocer el estado de la opinión pública. Basta con aprovechar este tiempo de vacancia y sentarse a reflexionar sobre nuestras percepciones. Sumar y restar de las opiniones recogidas en los lugares de encuentro social tan habituales en las fiestas decembrinas y hacerse un balance.
Mi conclusión es, para mi propia cosecha, irrebatible: el carburante de anhelos y esperanzas depositadas en el proyecto encarnado por el teniente coronel de ejército que nos desgobierna desde hace 13 largos años se ha agotado.
Chávez no representa una sola esperanza para sus ya esquilmados seguidores y no puede ofrecerles más de lo que ya les ha dado: una muy arbitraria redistribución del ingreso, misiones en bancarrota y un espectáculo de gobierno que ya se hace tedioso y degradante. En un escenario internacional que empuja a la democratización de todos los regímenes dictatoriales.
He allí el balance: un gobierno altamente ineficiente, corrompido hasta la médula, que sobrevive del saqueo inmisericorde de los recursos fiscales que reparte a la discreción de sus necesidades de respaldo social; del manejo autocrático y dictatorial de las instituciones, particularmente del sistema judicial que le permite el control de las disidencias mediante el secuestro de la libertad y la amenaza de la ruina a pequeños y medianos empresarios; del brutal sometimiento ideológico de las fuerzas armadas; la escandalosa complacencia internacional siempre ávida del provecho que pueda sacarle a una nación que esquilman tomándola por estúpida y – last but not least – del margen de maniobra política que le permite una oposición decidida a no enfrentarlo por medios violentos y frontales – como aconseja la primavera árabe- , sino pacíficos y electorales, como recomienda la cordura.
Nada que temer ante un año controlado. Pero un temible panorama para un año de definiciones cruciales, convulsionado por un proceso electoral que mantiene en la nebulosa y el desconcierto a las huestes del gobierno y ha ido calentándose para un electorado democrático habituado a las contiendas presidenciales a un año plazo.
Por primera vez, tras trece años de anomia, el país discurre sobre los contendores, apuesta sus fichas a los distintos precandidatos, hace cábalas y aprontes partidistas y sube la presión de sus esperanzas como lo hiciera durante cuarenta años, todavía vigentes en los usos y costumbres de una sociedad que se democratizó a tal extremo, que se permitió el lujo de apostar todos sus bienes a una catástrofe anunciada. Tal vez inconscientemente confiada en que sabría devolverse del precipicio.
Ello significa, en rigor, que el futuro podría, eventualmente y hasta nuevo aviso, ser dirimido sobre el terreno de nuestras preferencias, bajo reglas ciertamente complejas, algunas de ellas tremendamente aviesas, injustas e inequitativas, pero en donde se excluye por ahora la posibilidad de un golpe de Estado, el fraude odioso y descarado o el saqueo de las urnas. Por lo menos por ahora y hasta donde nos alcanza la vista.
El cazador que armó su trampa comienza a verse cazado. Podría terminar acorralado en el campo que ha preparado con tanto esmero, sin otra salida que aceptar la inexorable realidad de los hechos. Todo lo cual, desde luego, si la oposición aprende de una buena vez, como en las viejas películas de vaqueros, a dormir con un ojo abierto. Y la bala pasada.
2
Contra todo pronóstico, la multiplicidad de candidatos y la compleja variedad de sus opciones han venido a fortalecer el proceso de Primarias y a garantizar la presencia activa y vigilante de los sectores más críticos de nuestra sociedad civil y política. María Corina Machado, Diego Arria y Pablo Medina, sin desmerecimiento de los otros tres precandidatos, representan la voz más crítica de nuestra sociedad civil respecto de la validez y vigencia de los procesos electorales. Lo cual influirá, sin ninguna duda, en el extremo cuidado en el manejo del proceso por parte de las actuales autoridades.
Un tema que aún no adquiere la debida relevancia, pero que al calor del enfrentamiento electoral asumirá cada día mayor relieve. De ello está claro el gobierno, pero también la MUD. Es un primer tema que deberemos ir debatiendo y actualizando en cuanto culmine el proceso de Primarias. Poner bajo la lupa de nuestros especialistas en informática, estadísticas y procesos electorales – que los tenemos con reconocimiento internacional – el REP y toda la parafernalia con que el régimen ha sabido camuflar su ministerio de asuntos comiciales.
Tampoco la ampliación de los lapsos para efectuar la medición atentó contra el proceso. Muy por el contrario. A mes y medio de nuestras elecciones, ya quisieran muchos contar con más tiempo para más y mejores debates y un mayor afiatamiento de los equipos de campaña.
Y lo que ha lucido como la auténtica barrera a todas nuestras aspiraciones, las dificilísimas condiciones para forjar una unidad auténtica y verdadera, parecen estar en vías de resolverse favorablemente. He recibido en estos días navideños una tarjeta de salutación que me ha conmovido hasta los huesos, cristiano y creyente como todo buen venezolano: seis reyes magos visitan al bebé que nace: la Venezuela democrática. Sostenida en brazos por una de esas seis estrellas que asisten unidos al nacimiento, María Corina Machado. Los otros cinco son nuestros precandidatos. Jamás hubiera imaginado nuestro querido Pablo Medina verse instalado en un metafórico pesebre en el rol de uno de los Reyes Magos.
El respeto mutuo, la consideración con que se han tratado los precandidatos y sus partidos, la alta conciencia respecto de las ingentes necesidades y problemas que deberemos enfrentar en todo orden de cosas: seguridad interna, levantamiento prácticamente desde cero de un sistema de salud y educación públicos, control de daños causados por el asalto de la barbarie, recuperación de nuestro ruinoso aparato económico, incluida la devastada industria petrolera, reconstrucción nacional en el orden institucional, político y moral, reconquista del respeto internacional y cuidadoso desmontaje del aparato de control paramilitar y subversivo dejado como herencia por un caudillo autocrático para quien sólo valdrá la temible sentencia de Luis XV Après moi, le déluge, – después de mí, el diluvio – , constituyen tareas que ningún político, ni aquí ni en ninguna parte del mundo, podrá acometer sin el concurso de un vasto movimiento socio político imbuido de alto sentido colectivo, patriótico y nacional. Es la tarea que enfrentamos.
3
Los exitosos procesos de transición conocidos, particularmente el de España desde el franquismo y el de Chile, desde la dictadura pinochetista, se cumplieron sobre la base de un gran acuerdo nacional de las fuerzas democráticas. Ambos contaron no sólo con el antecedente del primer gran proceso de transición exitoso, el de las fuerzas progresistas venezolanas que dieron inicio a la democratización de Venezuela a partir del 23 de enero de 1958, sino también con el respaldo solidario, activo y concreto de los gobiernos venezolanos correspondientes.
Simultáneamente con el respaldo que el gobierno de Carlos Andrés Pérez le brindara a Felipe González en su esfuerzo por coordinar las acciones del socialismo democrático español, se desarrolló en Caracas el primer gran encuentro de las fuerzas opositoras chilenas. Fue en el mes de junio de 1975.
Era la primera vez que convergían las fuerzas que integraran en el pasado la Unidad Popular y altos dirigentes de la Democracia Cristiana chilena, que directa o indirectamente coadyuvaran a la instauración del régimen dictatorial en septiembre de 1973. Fue el primer paso hacia la Concertación Democrática sellada más de una década después. Venezuela cuenta con una larga experiencia en el terreno del difícil tránsito de las dictaduras a las democracias. Así muchos de los beneficiarios lo hayan olvidado.
Ambos procesos de transición fueron posibles gracias al explícito o tácito convenimiento de algunos de los sectores que estaban siendo desplazados del Poder, conscientes de la inevitabilidad y necesidad histórica del cambio. En España, por destacados dirigentes del franquismo como el mismo Adolfo Suárez, primer presidente democrático de la transición.
En Chile, por importantes políticos conservadores y algunos de los miembros de la junta militar de gobierno, que fueron figuras claves para desmontar el intento de Pinochet por desconocer los resultados del plebiscito que le fuera adverso. No dudamos en considerar que el régimen autocrático ha alcanzado su fase de agotamiento y, exhausto, se enfrenta a la inevitabilidad histórica de su desplazamiento y desaparición. Y tampoco dudamos en considerar que importantes sectores que lo respaldan comienzan a asumir la consciencia de su inevitable desplazamiento.
Todo proceso es inédito, todo desenlace es originario. Pero todos ellos guardan y contienen elementos comunes. El venezolano no será una excepción. Se verifican importantes cambios en el seno de la Nomenklatura: la súbita reaparición de Diosdado Cabello en el escenario político, no sólo el más conspicuo representante de la boliburguesía sino el de mayor armadura castrense, y el eclipse de los factores civiles de la ultraizquierda castrista, enviados a frentes de combate donde podrían encontrar sus grandes derrotas, demuestra que Chávez comienza a actuar ante el previsible futuro, incluso de su propia desaparición.
Cabe, por ello, a nuestros principales operadores políticos comenzar a pensar en los pasos necesarios para asegurar una transición pacífica mediante un sólido Pacto de Entendimiento Nacional, en bien de la República. Y tender los necesarios puentes que nos permitan atravesar por sobre la más crítica y turbulenta circunstancia de nuestra historia contemporánea.

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