MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
lunes 19 de diciembre de 2011 12:00 AM
Embebido por la prepotencia y, en gran parte, por la tosquedad, el Presidente ha osado desafiar las doctrinas conocidas para implantar un no sé qué indescifrable pero evidentemente destructible. Nada distinto de lo que hacen los autócratas. La historia está repleta de reinos y naciones desoladas por soberbios persuadidos de la sapiencia e irreductibilidad de sus entenderes. Así pues, el jefe de Estado está empeñado en construir un país paralelo preservando un frontis democrático con instituciones usuales, pero eso sí, bajo su égida.
El país paralelo se inicia con el refrendo de la Constitución de 1999 cuando se sustituyeron las cámaras de Diputados y Senadores por una Asamblea única, sumisa y controlable. Pero hay más. Ahora pretende reemplazarse el pensum educativo tradicional por textos henchidos de cultos a la personalidad de Chávez al estilo Fidel. En la salud, se ha creado a prisa un plantel de prácticos para sustituir la tradicional Escuela de Medicina fundada nada menos que en 1827. En el orden militar, se reforma la ley de las Fuerzas Armadas para acabar con su organicidad y suplantarla por milicias personales. En el ámbito social, se crean las misiones para enturbiar el hábito hacia trabajo y acabar con la aportación laboral del sector privado.
El autócrata no entiende que solo el transcurso del tiempo puede evidenciar si hay progreso y su medida es la comparación; no por el ejercicio jactancioso del poder. La alternativa prometida por el Presidente al inicio de su gestión, por tosca y atrasada, imposibilita establecer cualquier esquema reflexivo de progreso. Si cotejáramos la actual gestión con la peor de los vilipendiados 40 años (1958-1998) el régimen obtendría 2 puntos sobre diez.
El Gobierno no puede exhibir avances porque no los hay. Hasta hoy solo se ha dedicado a fantasear con una gestión quijotesca que combate supuestos pasados sombríos mientras promete futuros idílicos aunque irrealizables. ¿Y el presente? Para el Presidente la historia puntofijista se caracterizó por el desbarajuste y la impudicia y que, por contraste, su gestión, luego de 13 años, está a la conquista de un futuro ordenado y resplandeciente. Mientras tanto el país se despedaza entre la anarquía y la corrupción.
El Presidente confunde diversidad con trabajo productivo. Piensa que el verdadero cambio reside en incrementar el número de Ministerios; de once en 1998 a más de 30 en 2011. Es imposible convocar a los ministros de cada área para coordinar acciones y programas pues estos tendrían que caerse a codazos con sus colegas para correr la cortina donde pernocta el jefe a quien supuestamente hay que rendirle cuentas. La eficacia pasa a segundo plano mientras prospera la desidia; asunto que no preocupa al jefe de Estado pues para él lo relevante es asentar la revolución así sea chocarrera e improductiva.
Si algo se evidencia luego de 13 años es el más rotundo fracaso de un mandato que mide el tiempo como un punto fijo para todas las valoraciones. La medida del tiempo en las revoluciones no guarda relación con el progreso. Cuba nunca midió el tiempo y hoy solo el ojo del extranjero puede percibir la ruina y el atraso de ese país que no ha plantado un ladrillo durante más de medio siglo. Lo mismo ocurre en Venezuela. Las promesas del Gobierno no se materializan a través de cronologías ciertas. Chávez y sus sacristanes utilizan los términos corto o largo para programar los proyectos. Así ha sido desde el primer día mientras la ruina se apodera del país.
Chávez busca que parte de la población acepte cierta ruptura entre su realidad personal y el entorno social en que se desenvuelve. Esa adaptación le permite instaurar un patrón de dominio que lleva a la pasividad. De allí que los adeptos al régimen nunca hablen de trece años porque ello evidenciaría el fiasco. La desorientación respecto a las unidades de tiempo es lo más conveniente: corto o largo, son las unidades de avance que utiliza esta revolución chimba. El cambio verdadero ocurrirá en 2012 cuando se reinstaure la democracia plena. Todos a votar con entusiasmo.
El país paralelo se inicia con el refrendo de la Constitución de 1999 cuando se sustituyeron las cámaras de Diputados y Senadores por una Asamblea única, sumisa y controlable. Pero hay más. Ahora pretende reemplazarse el pensum educativo tradicional por textos henchidos de cultos a la personalidad de Chávez al estilo Fidel. En la salud, se ha creado a prisa un plantel de prácticos para sustituir la tradicional Escuela de Medicina fundada nada menos que en 1827. En el orden militar, se reforma la ley de las Fuerzas Armadas para acabar con su organicidad y suplantarla por milicias personales. En el ámbito social, se crean las misiones para enturbiar el hábito hacia trabajo y acabar con la aportación laboral del sector privado.
El autócrata no entiende que solo el transcurso del tiempo puede evidenciar si hay progreso y su medida es la comparación; no por el ejercicio jactancioso del poder. La alternativa prometida por el Presidente al inicio de su gestión, por tosca y atrasada, imposibilita establecer cualquier esquema reflexivo de progreso. Si cotejáramos la actual gestión con la peor de los vilipendiados 40 años (1958-1998) el régimen obtendría 2 puntos sobre diez.
El Gobierno no puede exhibir avances porque no los hay. Hasta hoy solo se ha dedicado a fantasear con una gestión quijotesca que combate supuestos pasados sombríos mientras promete futuros idílicos aunque irrealizables. ¿Y el presente? Para el Presidente la historia puntofijista se caracterizó por el desbarajuste y la impudicia y que, por contraste, su gestión, luego de 13 años, está a la conquista de un futuro ordenado y resplandeciente. Mientras tanto el país se despedaza entre la anarquía y la corrupción.
El Presidente confunde diversidad con trabajo productivo. Piensa que el verdadero cambio reside en incrementar el número de Ministerios; de once en 1998 a más de 30 en 2011. Es imposible convocar a los ministros de cada área para coordinar acciones y programas pues estos tendrían que caerse a codazos con sus colegas para correr la cortina donde pernocta el jefe a quien supuestamente hay que rendirle cuentas. La eficacia pasa a segundo plano mientras prospera la desidia; asunto que no preocupa al jefe de Estado pues para él lo relevante es asentar la revolución así sea chocarrera e improductiva.
Si algo se evidencia luego de 13 años es el más rotundo fracaso de un mandato que mide el tiempo como un punto fijo para todas las valoraciones. La medida del tiempo en las revoluciones no guarda relación con el progreso. Cuba nunca midió el tiempo y hoy solo el ojo del extranjero puede percibir la ruina y el atraso de ese país que no ha plantado un ladrillo durante más de medio siglo. Lo mismo ocurre en Venezuela. Las promesas del Gobierno no se materializan a través de cronologías ciertas. Chávez y sus sacristanes utilizan los términos corto o largo para programar los proyectos. Así ha sido desde el primer día mientras la ruina se apodera del país.
Chávez busca que parte de la población acepte cierta ruptura entre su realidad personal y el entorno social en que se desenvuelve. Esa adaptación le permite instaurar un patrón de dominio que lleva a la pasividad. De allí que los adeptos al régimen nunca hablen de trece años porque ello evidenciaría el fiasco. La desorientación respecto a las unidades de tiempo es lo más conveniente: corto o largo, son las unidades de avance que utiliza esta revolución chimba. El cambio verdadero ocurrirá en 2012 cuando se reinstaure la democracia plena. Todos a votar con entusiasmo.
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