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Vladimiro Mujica
El chavismo y la “revolución bolivariana” son el último coletazo de los peores vicios de la IV República El conflicto inevitable no es por detener el futuro sino por impedir que el pasado pretenda perpetuarse
La pretendida separación de nuestra historia entre una IV y una V Repúblicas es una de las mejores operaciones de marketing político que se hayan articulado en Venezuela y, probablemente, en muchas partes del mundo. Un nuevo nombre para una nueva era que viniera a representar la demolición del pasado y la reivindicación del futuro luminoso que las malas prácticas de sus gobernantes habían robado al pueblo venezolano. La supuesta refundación del país vino acompañada de otro nombre, modificaciones en la bandera nacional, en la forma de interpretar el Himno Nacional en actos públicos y, en última instancia, de la propia Constitución Nacional.
No queda sino quitarse el sombrero frente al trabajo del grupo de asesores que en diversos momentos ha tenido el chavismo y, por supuesto la enorme capacidad comunicacional del Comandante, para ir construyendo una narrativa centrada en la figura de Simón Bolívar que se hilvana aparentemente sin costuras para construir una serie de equívocos históricos que terminan en el acto supremo de sabiduría popular que fue su elección.
Pienso que en algún momento se tornará una exigencia irreprimible el poner en orden el registro histórico y el alma nacional para que lleguemos a entender cómo un país cayó víctima de sus peores demonios por tratar de librarse de ellos sin medir las consecuencias de sus actos.
En 1998, Chávez se encontró con un país que estaba ansioso de entregarse a la aventura de la V República. Pero si bien es cierto que el acto supremo de entrega al Comandante lo ejecutó el pueblo con sus votos, no lo es menos que la operación de construcción de la verdad que permitió su ascenso al poder, fue cuidadosamente articulada como un plan político por gente que conocía muy bien su oficio.
Pero quizás más importante que el análisis del proceso de avance e imposición del chavismo, que en definitiva es casi un caso de librito sobre cómo una nación en crisis cae en manos de aventureros y líderes mesiánicos, sea la reflexión acerca de cómo es posible emplear sus mismas armas para salir de su yugo.
En un sentido muy profundo, todo lo que la gente pensó que se estaba corrigiendo, todo lo que se percibía como un elemento de crisis nacional hace 12 años, está hoy peor y ese simple hecho abre un boquete muy importante en el discurso del chavismo. El desgaste del mesianismo y del carisma es palpable, pero seguimos enfrentados a nuestras propias carencias para aprovechar las debilidades del adversario.
En más de un sentido Hugo Chávez es el último gran cuartorrepublicano. Su propia creación se ha vuelto contra él en la misma medida en que su gobierno ha profundizado la crisis del país que se rebeló contra las carencias de la democracia, la corrupción y la crisis de los partidos políticos en 1998. El hecho simple de que la defensa de la Constitución ha pasado de manos del chavismo a las de la oposición, es una señal inequívoca de que la V República siempre fue un acto de histrionismo histórico para alimentar un proyecto de poder que devino versión autoritaria de la “IV” con todos sus vicios y ninguna de sus virtudes.
LA RECONCILIACIÓN La idea sencilla de que el arribo de Chávez y su corte a Miraflores fue el resultado de una serie de errores esenciales en el liderazgo nacional que condujeron a un error colosal del pueblo debe ser transmitida con claridad.
Asumir la responsabilidad de que de un modo u otro todos nos equivocamos, unos por acción y otros por omisión, abre la puerta para plantearse correcciones que permitan el tránsito democrático hacia un país reunificado. Eventualmente esta conducta entrará en abierto contraste con la que asume el autodesignado intérprete del pueblo, quien pretende que el pueblo pague a perpetuidad por su error. El lenguaje de la reconciliación juega un papel esencial en construir esta diferencia en la percepción pública.
La reconciliación del país será, en definitiva, la derrota última y final de la revolución chavista porque inevitablemente esta conducirá a un país distinto que tendrá que tomarse en serio el asunto de que no es posible construir un paraíso para algunos mientras otros viven en el infierno de la pobreza, pero que lo hará en democracia y no regido por el autoritarismo. El dilema para la oposición es que la reconciliación no puede pensarse como un acto posterior a una victoria de las fuerzas democráticas sino como una parte fundamental de las políticas que conducirán hacia esa victoria. Paradójicamente, muchas de las cosas que alguna gente encuentra reñidas con la reconciliación, como por ejemplo la posibilidad de enjuiciar a Chávez por violaciones a la Constitución, pasan por restablecer la independencia del poder judicial en el país y rescatar el imperio de la ley, algo impensable en un país dominado por la polarización, como con mucha claridad lo señaló Henrique Capriles Radonski en el segundo debate de los candidatos opositores.
En el largo camino de salida del torbellino de destrucción en que está metida Venezuela no se podrá evitar el conflicto, pero es bueno que la gente perciba que la parodia de la V República ha quedado al desnudo como el último intento de supervivencia de los peores vicios de la mal llamada “IV”. Que el conflicto no es por detener el futuro sino por impedir que el pasado pretenda perpetuarse.
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