Simón García
¿Qué decir de un
mandatario que deja al país
haciendo cola y huye a dar
un pésame a una nación
lejana? ¿Qué esperar de
quien no pudo anunciar un
verdadero plan frente a la
crisis y prolonga la incertidumbre sobre medidas que no pudo explicar? Todo puede ocurrir en la dimensión de un presidente capaz de empeorar todo.
El discurso fue una pieza de indecisión. Bordeó una rectificación protegiendo la tangente de una caída en el recetario neoliberal. Por cuidar un auditorio que ya no le cree, ratificó un guión suicida para todos.
En la lógica revolucionaria, más mitológica que racional, no hay crisis, sólo los dolores de parto de un socialismo radicalmente de espaldas al siglo XXI.
El extravío de la realidad del gobierno se resume en su afán de ocultar lo que ve hasta quien no tiene ojos; imponer el sofisma económico de que se trata de un tema de distribución; tapar la protesta; obligar a sus seguidores a mentir para defenderlo; desviar las responsabilidades hacia una loca conspiración y amarrar todas sus arrugas en pellejo ajeno. La cúpula oficialista sigue un plan de control de la sociedad que durante 15 años produjo logros considerables por la vía de la coerción y por la de asegurarse, a través de una redistribución clientelar de la renta, un gran caudal de apoyo popular. Ya no es así: el modelo, el plan y la estrategia estallaron.
El gobierno pierde base popular y falla en coerción. Rebasa un preocupante nivel de errores y debilidad. Pero no está agarrado a una brocha sino al peso que el Estado tiene, en este caso, contra el país. Así, que podríamos padecer su agonía prolongada si en el seno del PSUV las corrientes menos influidas por el revolucionarismo autoritario se inhiben de proponer un esquema de transición desde su óptica. Todavía es posible un entendimiento nacional para asumir la transición como reinstitucionalización del Estado y la Fuerza Armada, relanzamiento de la democracia protagónica, reconstrucción del sector capitalista de la economía y bienestar social construido desde la base popular de la sociedad.
Pero una parte de la élite dominante en el Estado une despotismo, corrupción y voluntad de perpetuación en el poder. Ese grupo que está en el centro del poder y no en su entorno, se opone a launificación de los venezolanos con un vigor directamente proporcional a sus privilegios e ilegalidades.
Si no se da una transición a varias manos, la contradicción país y cúpula dominante buscará alguna forma de resolución constitucional, democrática y pacífica. Es aventurado poner fechas y alentar leyendas que no se apoyen en una combinación eficaz de la organización, la movilización en la calle y los espacios públicos, la resistencia social, la unidad plural y la siempre universal e ineludible vía electoral. Se debe innovar todo lo que sea posible, pero la base de nuevos horizontes de cambio exige que los partidos se ocupen de fortalecerse a sí mismos y de elevar el desempeño de la MUD. El cambio es acumulación de ideas, propuestas, iniciativas y fuerzas.
@garciasim
El discurso fue una pieza de indecisión. Bordeó una rectificación protegiendo la tangente de una caída en el recetario neoliberal. Por cuidar un auditorio que ya no le cree, ratificó un guión suicida para todos.
En la lógica revolucionaria, más mitológica que racional, no hay crisis, sólo los dolores de parto de un socialismo radicalmente de espaldas al siglo XXI.
El extravío de la realidad del gobierno se resume en su afán de ocultar lo que ve hasta quien no tiene ojos; imponer el sofisma económico de que se trata de un tema de distribución; tapar la protesta; obligar a sus seguidores a mentir para defenderlo; desviar las responsabilidades hacia una loca conspiración y amarrar todas sus arrugas en pellejo ajeno. La cúpula oficialista sigue un plan de control de la sociedad que durante 15 años produjo logros considerables por la vía de la coerción y por la de asegurarse, a través de una redistribución clientelar de la renta, un gran caudal de apoyo popular. Ya no es así: el modelo, el plan y la estrategia estallaron.
El gobierno pierde base popular y falla en coerción. Rebasa un preocupante nivel de errores y debilidad. Pero no está agarrado a una brocha sino al peso que el Estado tiene, en este caso, contra el país. Así, que podríamos padecer su agonía prolongada si en el seno del PSUV las corrientes menos influidas por el revolucionarismo autoritario se inhiben de proponer un esquema de transición desde su óptica. Todavía es posible un entendimiento nacional para asumir la transición como reinstitucionalización del Estado y la Fuerza Armada, relanzamiento de la democracia protagónica, reconstrucción del sector capitalista de la economía y bienestar social construido desde la base popular de la sociedad.
Pero una parte de la élite dominante en el Estado une despotismo, corrupción y voluntad de perpetuación en el poder. Ese grupo que está en el centro del poder y no en su entorno, se opone a launificación de los venezolanos con un vigor directamente proporcional a sus privilegios e ilegalidades.
Si no se da una transición a varias manos, la contradicción país y cúpula dominante buscará alguna forma de resolución constitucional, democrática y pacífica. Es aventurado poner fechas y alentar leyendas que no se apoyen en una combinación eficaz de la organización, la movilización en la calle y los espacios públicos, la resistencia social, la unidad plural y la siempre universal e ineludible vía electoral. Se debe innovar todo lo que sea posible, pero la base de nuevos horizontes de cambio exige que los partidos se ocupen de fortalecerse a sí mismos y de elevar el desempeño de la MUD. El cambio es acumulación de ideas, propuestas, iniciativas y fuerzas.
@garciasim
Vía Tal Cual
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