RICARDO
HAUSMANN
La cuestión de la creciente
desigualdad de ingresos tuvo una importante presencia en el Foro Económico
Mundial de Davos este año. Como bien se sabe, la economía de Estados Unidos ha
crecido significativamente en los últimos treinta años, pero no así el ingreso
familiar medio. El 1% más alto (de hecho, el 0,01% más alto) ha captado la
mayor parte de las ganancias, algo que es improbable que las sociedades
continúen tolerando por mucho tiempo más.
Muchos temen que éste sea un
fenómeno mundial originado por causas similares en todas partes, como argumenta
el famoso libroCapital in the Twenty-First Century de Thomas
Piketty. No obstante, esta proposición puede ser peligrosamente engañosa.
Es crucial diferenciar la
desigualdad de la productividad entreempresas de la desigualdad en
la distribución del ingreso dentro de una empresa. La batalla
tradicional entre trabajo y capital se ha dado al interior de esta última:
tanto obreros como empresarios han luchado por mejorar su tajada de la torta.
Pero existe una profunda y sorprendente desigualdad de la productividad entre
empresas, por lo que el tamaño de la torta a distribuir tiene enormes
variaciones. Esto es especialmente cierto en los países en desarrollo, en los
cuales es común encontrar diferencias en productividad de un factor de diez
entre provincias o estados y mucho mayor a nivel municipal.
Estas dos diferentes fuentes de
desigualdad se suelen confundir, lo que impide que se piense de manera clara
sobre ninguna de ellas. Ambas se relacionan con una característica particular
de la producción moderna: el hecho de que requiere de numerosos insumos
complementarios. Éstos incluyen no sólo materias primas y maquinaria, las que
se pueden enviar de un lugar a otro, sino también mano de obra especializada,
infraestructura y reglas, las que no se pueden trasladar fácilmente y por lo
tanto deben localizarse en un mismo espacio físico. La escasez de cualquiera de
dichos insumos puede acarrear consecuencias desastrosas para la productividad.
Esta complementariedad hace que
muchos lugares del mundo en desarrollo no sean aptos para la producción moderna
porque carecen de ciertos insumos clave. Incluso dentro de ciertas ciudades,
las zonas pobres están tan desconectadas y tienen tantas carencias que su
productividad es extremadamente baja. Como consecuencia, existen enormes
diferencias entre las empresas en términos de eficiencia - y por lo tanto en
los ingresos que ellas pueden distribuir.
Dadas las restricciones de la
productividad, la redistribución es sólo paliativa y no curativa. Para
solucionar el problema se requiere invertir en inclusión, dotando a la gente de
capacidades y conectándola a insumos y redes que la hagan productiva.
El dilema consiste en que los
países pobres carecen de los medios para conectar todos los lugares a todos los
insumos. Enfrentan la opción de conectar unos pocos lugares a todos los insumos
y lograr una alta productividad allí, o colocar algunos insumos en todos los
lugares y obtener así una productividad extremadamente bajo en todas partes. Es
por esto que el desarrollo tiende a ser desigual.
El otro problema que enfrenta la
producción moderna es cómo distribuir el ingreso que generan todos los insumos
complementarios. Hoy día, no son sólo individuos, ni siquiera equipos de
individuos dentro de las empresas, los que generan la producción, sino también
equipos de empresas, o cadenas de valor. Como ejemplo, basta con mirar los
créditos finales de cualquier película contemporánea. La complementariedad
crea, entonces, un problema de atribución. ¿Cómo se deben asignar los créditos
del producto final y a quién?
Tradicionalmente, los economistas
han creído que a cada integrante de un equipo se le paga su costo de
oportunidad, es decir, el ingreso más alto que podría percibir si se le
despidiera del equipo. En este contexto, si los mercados se caracterizan por lo
que los economistas llaman competencia perfecta, una vez pagado el costo de
oportunidad de todos los insumos, no queda nada que distribuir. Pero en la vida
real, el valor de un equipo es más alto - con frecuencia mucho más alto - que
el costo de oportunidad de cada uno de sus miembros.
¿A quién se le adjudica este
"superávit del equipo"? Tradicionalmente se ha supuesto que a los
accionistas. Pero el surgimiento de altísimas remuneraciones de CEO en Estados
Unidos, documentado por Piketty y otros, puede reflejar el poder de los
gerentes de desestructurar el equipo si no reciben parte de ese superávit.
Después de todo, los gerentes generales experimentan una marcada merma en sus
ingresos cuando se les despide, lo que revela que su remuneración era mucho más
alta que su costo de oportunidad.
En el caso de los “startups” que
tienen éxito, el ingreso percibido cuando uno de ellos se vende o sale al
mercado se asigna a quienes formaron el equipo. En las cadenas de valor más
tradicionales, el superávit suele ir a los insumos que tienen mayor poder de
mercado. Las escuelas de negocios les enseñan a sus alumnos a captar el
superávit máximo de la cadena de valor enfocándose en insumos difíciles de
suministrar y, al mismo tiempo, haciendo que otros insumos sean considerados
“commodities” y así no puedan captar más que su costo de oportunidad.
Las ganancias no siempre van a
quienes más se las merecen. El aumento del "capital", que Piketty
documenta en Francia y otros países, es consecuencia en gran parte de la
apreciación de los bienes raíces, simplemente porque las buenas ubicaciones
adquieren mayor valor en una economía que cada vez tiene más redes. Al igual
que con la tierra, el régimen actual de derechos de propiedad intelectual, al
sobreproteger viejas ideas, puede proporcionar un poder de mercado que no solo
exacerba la desigualdad de ingreso sino que también perjudica la innovación.
Esto significa que las políticas
enfocadas a asegurar un resultado equitativo deberían concentrarse en poseer o
gravar los insumos que captan el "superávit del equipo". Una de las
razones por las cuales Singapur tiene un gobierno bien financiado, a pesar de
la baja carga impositiva, es que sus exitosas políticas hicieron que los bienes
raíces que le pertenecían al Estado aumentaran enormemente de valor, con lo que
generaron una gran corriente de ingresos.
Asimismo, la ciudad de Medellín,
en Colombia, se financia con las ganancias de su exitosa compañía de servicios
públicos, la que ya ha pasado a ser una multinacional. El economista Dani
Rodrik sugirió hace poco que los gobiernos deberían financiarse con los
dividendos de las inversiones de fondos públicos en capital de riesgo,
socializando así las ganancias provenientes de la innovación.
Es evidente que captar este
superávit podría permitir la redistribución del ingreso, como muchos sugieren,
pero se puede lograr un éxito de mayor envergadura y más sostenible si las
ganancias se destinan a financiar la inclusión. Es decir, un crecimiento
inclusivo puede generar una sociedad más próspera e igualitaria, mientras que
la redistribución puede no beneficiar ni a la inclusión ni al crecimiento.
Vía El Nacional
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