Editorial: http://www.analitica.com/
El que tanto habla, cuando no es necesario, no puede callar cuando está en juego la integridad territorial de nuestro país
El silencio, no necesariamente refleja sabiduría, puede ser simplemente la reacción del que no sabe que decir si no le dan línea. En la Venezuela actual los funcionarios del gobierno no se atreven a hablar si antes Chávez no les ha dado la señal de lo que pueden y no pueden decir. Antes de la enfermedad bastaba con asistir y estar atento a las opiniones, instrucciones y órdenes que el primer mandatario en Aló Presidente, le transmitía a todos los poderes del Estado.
Si el CNE tenía que adelantar o atrasar las elecciones debía escuchar la voz del oráculo. Si se podía o no aceptar la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, tenía que haber recibido en privado o públicamente los lineamientos del comandante en jefe. Si había que dar una respuesta al problema carcelario era necesario esperar que regresara de Cuba. Así podríamos enumerar todas las acciones que no se toman hasta que se pueda escuchar el mandato preciso de la boca del único autorizado a opinar sobre lo humano y lo divino. Lo que falta es que todas esas órdenes orales se recojan en un libro, ahora multicolor y que constituirá, sin dudas, eltexto de referencia más importante que el libro rojo de Mao o el verde de Gadafi.
El problema es cuando el silencio perjudica a la nación, como es el caso de la cosiata que nos están preparando algunos hermanos del Caribe. Claro que ellos nunca se habrían atrevido a borrarnos, de un solo golpe, del mapa acuático si no estuvieran convencidos de que Chávez no haría nada para impedírselos.
El silencio en el derecho internacional tiene consecuencias y si no se habla a tiempo no se podrá alegar en el futuro que quien no lo hizo era porque no sabía las consecuencias de callarse.
La responsabilidad histórica de Chávez y Maduro será imborrable si pretenden seguir callados ante la afrenta que nos está haciendo Guyana, con la anuencia de Trinidad, Barbados.
Por algo será que hay entusiasmo en algunas trasnacionales que podrán explotar importantes yacimientos de gas y petróleo en nuestras narices y en la plataforma continental que debería ser nuestra e incluso en la que ya lo es y dejará de serlo si el silencio de quien debería hablar no lo hace, diciendo lo que tiene que decir: que Venezuela no acepta que se delimite la plataforma continental en el Atlántico sin que ella sea parte fundamental de cualquier acuerdo de delimitación.
El que tanto habla, cuando no es necesario, no puede callar cuando está en juego la integridad territorial de nuestro país. Y mientras no lo haga y deje en claro que su principal responsabilidad es Venezuela y no Guyana, seguirán alzándose voces de protesta por tan irresponsable y entreguista conducta del que tiene la obligación constitucional de defender la soberanía nacional.
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