18 Septiembre, 2011
En época pasada fue un uso corriente decir que Venezuela era kafkiana; o que se asemejaba al extraño mundo de Subuso: un personaje de las historietas, miope, provisto de unos lentes con los que veía sólo lo que él quería ver; por lo que toda cosa, por más distorsionada que fuera, parecía normal. El propósito era dar a entender que el nuestro era un país animado por fuerzas ajenas a la lógica, un país absurdo.Hoy en día esos decires referidos a Venezuela siguen vigentes. Uno los absurdos nacionales es la sensación de que el tiempo de súbito retornó al pasado y se detuvo en un momento espeluznante de su historia; de aquí que la existencia se haya vuelto primitiva y modular; es casi lo mismo leer un periódico viejo, o el de hoy: los acontecimientos reseñados son idénticos: el improperio o la payasada presidencial, y cuando no la suya, la de uno de sus subalternos; la exaltación rastrera del líder por los mismos; la complicidad impune en alguna tropelía delincuencial de alguno de los truhanes encaramados en el poder; atropellos a la ciudadanía, criminalidad violenta con su inconcebible secuela de muertos, deplorable estado de los servicios públicos, clamor en el vacío, llegado a las cotas de la desesperación, de los desasistidos, olvidados, engañados y dolientes de víctimas; la presencia mediática de los líderes de la oposición denunciando esos desafueros o respaldando los justos reclamos de la gente… ¡Pero el colmo del absurdo es que, aún así, somos uno de los países del mundo con más alto nivel de percepción de felicidad por sus habitantes!
Y ante la desastrosa realidad documentada en las denuncias, el gobiernúculo haciéndose el loco, como si nada tuviera que ver con ello; pintan un país deleitablemente paradisíaco los del poder, mientras el cada día más escuálido sector plegado al micomandantepresidente, cegado por la limosna, la ignorancia y la mentira sumadas a su mesianismo de medio pelo, sigue impávido ante esos hechos, ¡y en el más inconcebible de los gestos ilógicos, cree la patraña y celebra al novísimo santo viviente de la Corte Malandra!
Kafka estaría sorprendido al ver una realidad que supera su imaginario sobre la alienación humana.
Es en la ceguera donde radica lo absurdo al estilo de Subuso; salvo notables excepciones, los dirigentes opositores también parecieran llevar sus anteojos; con la mayor seriedad y sindéresis, esos notables cumplen su rol de críticos y voceros de las necesidades de la colectividad, tal como si viviéramos en una democracia auténtica; asumen la actitud del jugador honesto enfrentado a un contrincante de su misma condición moral; sin darse por enterados de que el otro juega como le da la gana.
No alcanzarían las páginas de todos los periódicos para hacer un recuento de las innumerables violaciones a la Constitución por este gobierno, muchas de ellas suficientes para justificar la desobediencia civil contemplada en ese mismo documento. Un solo ejemplo: la falacia de las elecciones parlamentarias; tan burda trácala ha debido tener como respuesta lógica y constitucionalista una protesta radical nacional, sostenida hasta desbancar legítimamente al gobierno, u obligarlo a enderezar el entuerto; no obstante, otra vez se impuso el absurdo: todo, trama del fraude a la sombra de leyes acomodadas y sus previsibles resultados espurios, lo aceptamos sumisamente; la reacción no pasó de ser el cuestionamiento formal de lo más civilizado, con el que el gobiernúculo se limpió el idem.
Entre los observadores de nuestro acontecer político que ven, Franceschi dice que “el juego está trancado”; otro, en su antípoda ideológica, Álvarez Paz, denuncia el “golpe de estado progresivo”. En efecto, hechos concretos, que no podemos calificar de simples indicios o delirantes sospechas propias de paranoicos, ponen en evidencia la disposición del gobiernúculo a darle una patada a la mesa del juego; eso en el supuesto caso de perder las elecciones, que de antemano sabemos serán arrebatadas a cuenta de la complicidad del CNE, de sus esbirros, del contubernio con los altos mandos de la Fuerza Armada y de otras agañazas. Todo el mundo sabe que las elecciones presidenciales están siendo groseramente guisadas; sin embargo, la generalidad de los líderes de la oposición continúan, diligentes, en el propósito sin destino de organizar su participación en ellas. O sea, que como efecto de las gafas de Subuso, ven normal lo distorsionado. Y el gobiernúculo encantado, porque con su conducta absurda le ponen graciosamente la mesa para servir su guiso.
Es que para evitar el peligroso calificativo de “golpista”, la única opción en este entorno sociopolítico cargado de tensiones y amenazas, es ajustar la conducta a las reglas del contexto democrático; no es posible hacer otra cosa, argumentan los dirigentes de la oposición venezolana.
Algo suena hueco, evasivo, en esa tesis; en efecto, consideremos, en primer término, que de hecho no estamos en contexto democrático, y luego, la existencia de al menos otra vía legítima, específicamente constitucional, para encarar esta autocracia enmascarada en dicho contexto, y esa es el aludido derecho a la desobediencia civil ante la ineptitud y el abuso sistemático del gobiernúculo. El papel que la Historia nacional reclama hoy a grito herido de los dirigentes opositores, no es el de cumplir formalmente su función de críticos, sino el de actuar como impulsores de un movimiento de masas que conduzca a la primavera venezolana.
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