ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 23 de septiembre de 2011 12:00 AM
Encandilada con los focos que se posan sobre ella, Venezuela parece encaminada hacia episodios indescifrables. Ni la mirada más tenaz sirve al propósito de pronosticar el fondeadero hacia donde nos dirigimos. Por lo pronto, caben las inquietudes más hondas, apoyadas en las obligadas asociaciones que el caso justifica. El flujo de noticias acerca del narcotráfico, y de las ramificaciones que éste habría injertado en nuestro territorio, evoca los capítulos inolvidables de la reciente historia colombiana. Las vinculaciones no pueden eludirse, aunque todavía desconozcamos -¡o precisamente por eso!- el alcance de los tentáculos de la droga dentro del Estado venezolano.
Además de las noticias procedentes "del Norte" -todas alarmantes-, poco conocemos sobre la profundidad del "fenómeno": sin embargo, la experiencia de los vecinos, es más que suficiente para esforzarnos en visualizar los peores presagios. Uno de ellos, ése en el que Venezuela se agranda en los titulares de primera página del mundo, por causa de los espeluznantes hechos con que siempre viene acompañado el sucio negocio sobre el que se nos está advirtiendo.
La amenaza de que Venezuela pueda emular a la Colombia ensangrentada de los años '80, late nerviosa en el corazón del país: en la economía, la política y, desde luego, en el drama de la inseguridad, marcado por un tipo de violencia extrema que ya -antes de oficializarse las últimas noticias- se nos hacía sospechosa y malcarada. Muy frescos en la memoria, están guardados los relatos trágicos de aquellos "carteles", cuyo arrogante poder se respingaba sobre el Estado colombiano y sus instituciones.
Fue tan sólo ayer cuando los barones de la droga mantenían intervenida y tiranizada a la sociedad colombiana. La sola posibilidad de que se reediten en Venezuela las imágenes de aquella aterradora opresión delincuencial, debería estremecernos a todos. No es poca cosa que, a la terrible enfermedad del presidente -por la cual estamos expuestos a tantas interrogantes sobre el desenlace de la polarización interna-, se le haya sumado ahora la temible duda en torno al rol que procurarían darse los cabecillas venezolanos de la droga, en el incierto devenir político-electoral del país.
Favorecidos por el campo paradisíaco en el cual se habrían estado moviendo todo este tiempo, cuesta creer que estos capos y sus proxenetas se autoexcluyan de la ruda disputa por el poder en Venezuela. Aunque los prejuicios alrededor de la procedencia de la denuncia puedan resultar razonables, ellos no deberían interferir en la reacción frente al tema. Estamos hablando de situaciones gruesas; de dinero, poder y sangre; de una guerra escrita con "palabras mayores".
Además de las noticias procedentes "del Norte" -todas alarmantes-, poco conocemos sobre la profundidad del "fenómeno": sin embargo, la experiencia de los vecinos, es más que suficiente para esforzarnos en visualizar los peores presagios. Uno de ellos, ése en el que Venezuela se agranda en los titulares de primera página del mundo, por causa de los espeluznantes hechos con que siempre viene acompañado el sucio negocio sobre el que se nos está advirtiendo.
La amenaza de que Venezuela pueda emular a la Colombia ensangrentada de los años '80, late nerviosa en el corazón del país: en la economía, la política y, desde luego, en el drama de la inseguridad, marcado por un tipo de violencia extrema que ya -antes de oficializarse las últimas noticias- se nos hacía sospechosa y malcarada. Muy frescos en la memoria, están guardados los relatos trágicos de aquellos "carteles", cuyo arrogante poder se respingaba sobre el Estado colombiano y sus instituciones.
Fue tan sólo ayer cuando los barones de la droga mantenían intervenida y tiranizada a la sociedad colombiana. La sola posibilidad de que se reediten en Venezuela las imágenes de aquella aterradora opresión delincuencial, debería estremecernos a todos. No es poca cosa que, a la terrible enfermedad del presidente -por la cual estamos expuestos a tantas interrogantes sobre el desenlace de la polarización interna-, se le haya sumado ahora la temible duda en torno al rol que procurarían darse los cabecillas venezolanos de la droga, en el incierto devenir político-electoral del país.
Favorecidos por el campo paradisíaco en el cual se habrían estado moviendo todo este tiempo, cuesta creer que estos capos y sus proxenetas se autoexcluyan de la ruda disputa por el poder en Venezuela. Aunque los prejuicios alrededor de la procedencia de la denuncia puedan resultar razonables, ellos no deberían interferir en la reacción frente al tema. Estamos hablando de situaciones gruesas; de dinero, poder y sangre; de una guerra escrita con "palabras mayores".
No comments:
Post a Comment