ALBERTO ARTEAGA SÁNCHEZ | EL UNIVERSAL
miércoles 28 de septiembre de 2011 12:00 AM
La unidad no parece ser una característica de los venezolanos, ya que ella supone ceder en nuestras posiciones, ver las cosas desde la perspectiva de nuestro interlocutor y, por tanto, no pretender imponer a rajatablas nuestro punto de vista. El proceder unitario implica que, ante la comunidad de intereses y objetivos, convencidos de las razones que justifican nuestra actuación, dejemos a un lado nuestra exclusiva posición, para participar en una propuesta común.
Somos anárquicos, lo sabemos todo y cuesta mucho convencernos de que en muchos casos no tenemos la razón.
Sabemos de religión, de medicina, de leyes, de dietas, de deportes y, por supuesto, de política. Sobre todo sabemos de leyes y en cada uno de nosotros se esconde un abogado, que tiene la llave maestra de la interpretación y aplicación de las normas según el criterio de la simple conveniencia
Y como sabemos de política, tenemos la solución que enrumbará al país por el camino del progreso y de la felicidad.
El adversario nunca tiene la razón por principio y, evidentemente, por principio también, el que está en el gobierno nunca toma buenas decisiones.
Cada venezolano es jefe, conductor y caudillo. A cada uno le ha sido revelado lo que se impone hacer y cada opinión personal se refuerza con una vivencia que nos coloca en el vértice del poder, con informaciones de primera mano.
Nunca es acertada la posición y la decisión que toman otros, ni mucho menos puede ser compartida la línea de acción propuesta. La razón está de nuestra parte y detrás de los pretendidos amigos o de quienes se dice que son los partidarios de alguien, siempre hay un traidor que ha llevado a cabo las peores acciones y que marca la línea de conducta del líder, cuyo lado oscuro siempre se saca relucir.
Cuando uno se encuentra con una persona que reúne todas esas características negativas, aferrado a su posición y con una metralleta en la mano para liquidar a quien se le pone por delante -aunque solo en sentido figurado- no le queda otro camino que permanecer callado, ya que no vale argumentar ante quien le sobran sinrazones y maneja con desparpajo las medias verdades y la manipulación.
Con personajes así no hay nada que hacer, pero se trata de individuos peligrosos que destruyen todo lo que está a su alcance, influyen sobre un grupo de personas y tienen la habilidad para lograr lo que persiguen a costa de cualquier principio o convicción de la que carecen.
La unidad requerida en estos momentos, debe aislar a estas personalidades disolventes y altamente dañinas para el grupo.
Un país no se construye con resentimientos, ni posiciones radicales. Se edifica -eso sí- con trabajo, con esfuerzo, con entusiasmo, con optimismo, con constancia, con la unión de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que sí son capaces de sacrificar posiciones personales, en beneficio del bien colectivo. Estos hombres y mujeres que sienten los problemas del país están dispuestos a conformar una mayoría abrumadora que se imponga sobre los mezquinos y soberbios a quienes les han sido revelados todos los secretos del universo.
Somos anárquicos, lo sabemos todo y cuesta mucho convencernos de que en muchos casos no tenemos la razón.
Sabemos de religión, de medicina, de leyes, de dietas, de deportes y, por supuesto, de política. Sobre todo sabemos de leyes y en cada uno de nosotros se esconde un abogado, que tiene la llave maestra de la interpretación y aplicación de las normas según el criterio de la simple conveniencia
Y como sabemos de política, tenemos la solución que enrumbará al país por el camino del progreso y de la felicidad.
El adversario nunca tiene la razón por principio y, evidentemente, por principio también, el que está en el gobierno nunca toma buenas decisiones.
Cada venezolano es jefe, conductor y caudillo. A cada uno le ha sido revelado lo que se impone hacer y cada opinión personal se refuerza con una vivencia que nos coloca en el vértice del poder, con informaciones de primera mano.
Nunca es acertada la posición y la decisión que toman otros, ni mucho menos puede ser compartida la línea de acción propuesta. La razón está de nuestra parte y detrás de los pretendidos amigos o de quienes se dice que son los partidarios de alguien, siempre hay un traidor que ha llevado a cabo las peores acciones y que marca la línea de conducta del líder, cuyo lado oscuro siempre se saca relucir.
Cuando uno se encuentra con una persona que reúne todas esas características negativas, aferrado a su posición y con una metralleta en la mano para liquidar a quien se le pone por delante -aunque solo en sentido figurado- no le queda otro camino que permanecer callado, ya que no vale argumentar ante quien le sobran sinrazones y maneja con desparpajo las medias verdades y la manipulación.
Con personajes así no hay nada que hacer, pero se trata de individuos peligrosos que destruyen todo lo que está a su alcance, influyen sobre un grupo de personas y tienen la habilidad para lograr lo que persiguen a costa de cualquier principio o convicción de la que carecen.
La unidad requerida en estos momentos, debe aislar a estas personalidades disolventes y altamente dañinas para el grupo.
Un país no se construye con resentimientos, ni posiciones radicales. Se edifica -eso sí- con trabajo, con esfuerzo, con entusiasmo, con optimismo, con constancia, con la unión de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que sí son capaces de sacrificar posiciones personales, en beneficio del bien colectivo. Estos hombres y mujeres que sienten los problemas del país están dispuestos a conformar una mayoría abrumadora que se imponga sobre los mezquinos y soberbios a quienes les han sido revelados todos los secretos del universo.
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