Enrique Viloria Vera
¡Qué ingratos somos los venezolanos!
En estos trece años de gobierno no queremos ver los grandes logros de una Revolución que nos obliga a ser felices, aunque no lo queramos. Es que la felicidad la tenemos a la vuelta de la esquina y nos negamos a aceptarla. ¡Demasiada injusticia con nuestro Líder que es todo amor y desprendimiento, el Apóstol No 13, el que siempre le hizo falta a Cristo!
No queremos apreciar los grandes logros del Proceso Bolivariano. Venezuela es de verdad otra y es para todos. Hipócritas, farsantes y embusteros son aquellos que no reconocen las bondades de estos 13 años de felicidad impuesta a base de decretos y regulaciones a granel para que los venezolanos sepamos lo que es alegría, gozo, satisfacción.
Son 13 años en los que el país ha dado un vuelco significativo digno de ser la envidia de países como Finlandia, Noruega o Suecia. En efecto, los grandes objetivos se han logrado a cabalidad.
.De verdad es un placer transitar las autopistas y calles del país - se siente uno en Suiza o en Alemania - o ir a consulta a un CDI; cualquier hospital gringo de prestigio se queda pendejo. Qué decir de las escuelas básicas y los liceos relucientes, con baños limpísimos y alumnos ejemplares - permanentes ganadores de las Olimpiadas Internacionales de Matemática, Física y Química - dignos de la admiración mundial, donde los maestros y profesores también están al día en sus competencias docentes y gozan de sueldos dignos que ya quisieran los educadores japoneses.
¡Qué belleza las urbanizaciones populares! Cada una dotada de lo que hace falta: parques, escuelas, guarderías, ambulatorios, supermercados, áreas de recreación, Le Corbusier se estremece de envidia en su tumba. Compiten ellas con las universidades que han sido todas renovadas y gozan de abundantes recursos para sus actividades de docencia e investigación: buena prueba de ello son los Nobel que le han sido concedidos a algunos de sus investigadores y la cantidad de doctores que inundan el mercado nacional.
La basura es cosa del pasado, no hay rastro de ella en ninguna calle o esquina del país. Ratas, chipos, zancudos gusanos, moscas o alacranes son desconocidos por las nuevas generaciones de simoncitos. La tranquilidad que reina en las calles es única, se acabaron ladrones y malandros, la tasa de asesinatos es menor que la de Quebec, la INTERPOL está maravillada de la labor del gobierno, de lo que no se han percatado es de que no hay crimen porque se acabó la pobreza.
Pero nada como el sano ambiente de concordia y armonía que reina en el país. El odio se desconoce, la discriminación política es cosa del pasado: no hay listados ni presos políticos en las cárceles sin ver la luz del sol, los sorprendidos reporteros describen la felicidad reinante, las discusiones en la Asamblea Nacional parecen un baile de salón por su elegancia, lenguaje de altura y oratoria impecable.
El Comandante Presidente, jubiloso y sin preocupaciones, anda solo, sin escoltas y a pie por las calles del país en medio de vítores, aplausos y pañuelos blancos que lo saludan a su paso, como reconocimiento a los logros del gobierno más apto y eficiente que haya tenido la Nación , donde todo se ha logrado con el excelente uso de unos cada vez menos barriles de petróleo.
¡Qué felices somos!
¡Lástima que los pitiyanquis sean tan muérganos! Si a hasta Cuba nos envidia.
¡Viva Venezuela ¡ La Patria más feliz del Universo.
¡Viva EL LÍDER! ¡Viva la Revolución !
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