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Carlos Blanco
Si Chávez logra amarrar una situación en la que él o su eventual sucesor se impongan en 2012 hay miles que se han confesado a sí mismos que hasta allí llegan, sea que se traten de ir del país o que excaven una cueva aún más profunda y lóbrega en la cual refugiarse. Por esta razón es que para los excluidos la oportunidad irrevocable del cambio es en 2012; la oportunidad de recuperar la libertad y construir una sociedad en la que el crimen y esa otra forma del crimen que es el gobierno no obliguen al exilio interior.
Una pregunta que ronda en muchos paisanos de esta esquina del planeta, regentada por uno de estos salvadores que de tiempo en tiempo arrasan países desestructurados, es hasta cuándo aguantarán la exclusión. Meditan sobre el especial estado de ánimo que hay que tener para sobrellevar la exclusión, que es mucho más que la persecución política aplicada a los más connotados activistas políticos y a esa escogida colección de chivos expiatorios con la cual se han encaprichado ciertos cabecillas del régimen. Exclusión que también es el encuevamiento al que se ven obligados quienes no pueden arriesgarse a perder sus empleos o los magros ingresos que les arriman las misiones; o quienes han sido seducidos por otro futuro a través de las borrosas promesas de casas o de glorias imprecisas que sobrevendrán si se conserva alguna cercanía con el gobierno, aunque sólo sea en la dimensión cromática de la ideología que es vestirse de rojo como símbolo de pertenencia al club de los escogidos.
También hay otra exclusión. Es el exilio interior, dentro o fuera del país, que radica en estar y sentirse apartado de la polis, de la ciudad, del ámbito de lo socialmente compartido que vaya más allá de la familia y los amigos más cercanos. Empresarios, profesionales, empleados públicos o privados que solían participar de redes de actividad gremial, social, cultural, intelectual o política, ahora confinados a guetos que no tienen alambradas a su alrededor, pero sí la cerca invisible e invivible que dibuja fronteras de temor, que queman cuando se traspasan.
Tamaño del exilio
Basta pensar que en 2012 Chávez habrá tenido 20 años gravitando sobre la vida ciudadana, de los cuales trece como jefe y dueño de Venezuela; más aún, de los venezolanos; de esa multitud de seres humanos que sienten, aunque no tengan actividad política o, incluso aunque teniéndola estén del lado del gobierno, que sus vidas están sometidas a un marco regulado por alguien que vocifera allá, siempre, para recordar que es el amo, y que un día puede decretar que la empresa donde trabajo ya no existe, que el banco en el cual tengo mis ahorros se evaporó, que la empresa que manejo está en libertad condicional, que el contrato que busco en forma legítima de repente tiene un sobre precio que busca saciar las insuficiencias de flujo de caja de algún prócer bolivariano.
Los que tenían 10 años en 1992 y hoy tienen casi treinta no han vivido más que bajo el orden gravitatorio impuesto por Chávez. Los cuarentones de ese tiempo, convertidos hoy en sesentones, que no forman parte de la élite chavista o de su empresariado parásito, se han convertido en refugiados por el cerco espiritual impuesto. A los cuarenta se tiene toda la vida por delante; a los sesenta se tienen los setenta y los ochenta por delante.
Unos perseguidos, otros no, en realidad todos son refugiados dentro o fuera del país. Las redes a las cuales se pertenecía han sido devastadas y muchas destruidas. Centenas de grupos culturales, gremios, asociaciones deportivas, tertulias, partidos políticos se murieron a perdieron su razón de ser debido a esta desolación. Entre el gobierno y el crimen, sea político o común, se ha derrochado el capital social y espiritual que la sociedad venezolana había acumulado.
Hay empresarios que continúan pero ahora son parias. Pertenecían a una élite de la producción y del trabajo; sí, de la riqueza pero en incontables casos gente de buena entraña, aptos para la solidaridad. Hoy viven al margen; señalados por un régimen que los ha convertido en culpables de la miseria ajena, por esa culpa difusa que es ser capitalistas y, por definición, enemigos del pueblo al cual por perversas razones abren oportunidades de empleo. Unos cuantos ganan buen dinero porque no hay manera que este sistema corrompido y descompuesto funcione sólo con los dedicados bolivarianos pegados al corte; se necesita ese celaje que subsiste del sector empresarial privado que no es rojo; pero, no hay que engañarse, también sus integrantes comparten la cueva a la que los confina el delirio salvacionista que habita la humanidad abombada del caudillo.
Existen otros funcionarios, empresarios, gorrones, que se insertan en el proceso, ya no como víctimas sino como beneficiarios de tercera categoría. No sólo han dimitido de cualquier derecho sino que han entrado gozosos al nuevo orden, que como mafia exige incondicionalidad y que admite nuevos miembros pero jamás una renuncia: sólo se sale muerto o a un costo de difamación casi impagable.
Ahora o nunca
El choque que viene es político e ideológico, qué duda puede haber. Sin embargo, va mucho más allá. Es un conflicto existencial como alguna vez lo definió Oswaldo Álvarez Paz. Hay una porción mayoritaria del país, constituida por chavistas de a pie y antichavistas, que está exhausta, que quiere cambio, unos para un chavismo más light, mientras que otros se colocan en el costado opuesto. Quieren salir de la asfixia, del ambiente contaminado y pestífero en que se ha convertido el cotidiano sobrevivir.
Si Chávez logra amarrar una situación en la que él o su eventual sucesor se impongan en 2012 hay miles que se han confesado a sí mismos que hasta allí llegan, sea que se traten de ir del país o que excaven una cueva aún más profunda y lóbrega en la cual refugiarse. Por esta razón es que para los excluidos la oportunidad irrevocable del cambio es en 2012; la oportunidad de recuperar la libertad y construir una sociedad en la que el crimen y esa otra forma del crimen que es el gobierno no obliguen al exilio interior.
Los chances de acomodarse existen pero decrecen. No hay tanta plata; ya hay mafias establecidas que controlan las fuentes de recursos y no admiten nuevos miembros; ya no hay espacios en los cuales la disidencia sea respetada; la intolerancia se ha aposentado del espíritu de la mayoría, sean chavistas u opositores; hay cansancio hasta de las furias que cada quien posee (o que poseen a cada quien).
Chávez, su grupo cercano y la mafia cubana que lo consiente y controla no están dispuestos a nada que no sea seguir al mando. No se ven a sí mismos tranquilos, como integrantes de una oposición democrática, a pie por las calles del país, de vacaciones en Playa El Agua o la Gran Sabana, en el disfrute de una película en un cine concurrido, como seres humanos normales en una sociedad normal. Se ven arruinados, devueltos a sus precarias existencias anteriores, también muchos se ven enjuiciados y perseguidos; el espejo les devuelve una imagen similar a la de los opositores que tanto han escarnecido. No están dispuestos al precio que sea a entregar el poder.
Pero, del otro lado, hay quienes no pueden más. No están dispuestos a que sus vidas arriben a la vejez o al cementerio bajo el orden fanático y opresor de Chávez. Por eso darán todo lo que puedan -y más- porque el año que se aproxima sea el del rescate de la libertad.
El choque parece inexorable.
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