DÁMASO JIMÉNEZ| EL UNIVERSAL
martes 9 de julio de 2013 12:00 AM
Dónde quedó del Bentley aquél que perteneció a Makled y que fue expropiado para bajar al presidente Chávez hasta Maiquetía cada vez que tocaba emprender algún viaje alrededor del mundo. Ahora que el país rueda cuesta abajo como consecuencia de tanto desfalco del bien público dónde quedará la buena vida, el Champagne Cristal, el Chivas Royal, las grandes marcas del planeta que ya no encuentran dólares para ingresar al país y hacer el deleite de los únicos beneficiarios de la revolución.
Dónde tantos regalos y tantas prebendas por los favores concedidos a los ministros de turno o a los caballeros de la revolución. Las vacaciones a Dubái, las estancias en el hotel Marriot, tantas marcas de lujo, tantos aviones jet, yates y carros de lujo de semidioses que no eran un carajo hace 15 años y se convirtieron en grandes magnates de la noche a la mañana, gracias al salvoconducto permitido por el proceso castrochavista con los dineros del país y la dionisíaca bacanal de un barril de petróleo a precios inimaginables hasta para la época de la corrupción adeco-copeyana.
El Maduro de los últimos 3 meses prometió acabar con la corrupción que hunde al país y a la revolución misma, sin embargo la ineficacia lo persigue y lo único que ha hecho es emprender una cacería de brujas contra exgobernadores disidentes del PSUV ahora aislados de todo poder y funcionarios de pequeña extirpe en organismos como el Saime, Indepabis, el Seniat y algunos ministerios inauditables.
Nadie se atreve a tocar a estos "animales con forma humana" como los denominó en su momento el supremo comandante para explicar a los habitantes hacinados de los barrios miserables del país que "ser rico es malo".
Es malo si no eres del Gobierno, porque robar se ha convertido en un ejercicio de gestión y en uno de los beneficios alternos por derecho para todo burócrata revolucionario y su camada de ricos y protectores de la nueva alcurnia, solo permitido en un país donde la lealtad exime de pagar pena por enriquecimiento ilícito, malversación de fondos o quiebre económico de la República.
Se trata de un Estado que castiga y persigue a periodistas como Nelson Bocaranda por informar estas mismas irregularidades, mientras hace caso omiso a las 17 denuncias por daño patrimonial al estado Miranda por 480 millones de bolívares que tiene el propio el exgobernador de esa entidad y presidente actual de la AN, Diosdado Cabello, máximo acusador y verdugo de quienes se niegan a mirar hacia otro lado.
En un trabajo magistral de Olga Wornat publicado por el diario La Nación de Argentina a finales del 2012, son descritos los excesos hollywoodenses y de mal gusto de una fiesta de quince años de la hija consentida de un prominente empresario de seguros de estrechos vínculos con lo más granado de la nueva nomenclatura del poder castrochavista, una casta de empresarios, funcionarios y banqueros que se transformaron en la elite más rica y ostentosa del país, a la sombra de quienes manejan el poder ahora con más ahínco luego de la muerte del presidente Chávez.
Un listado no muy corto de una boliburguesía en decadencia que debe enfrentar que ya el dinero no corre tan libremente en Venezuela, a pesar que muchos sigan pensando que la renta petrolera seguirá siendo una fuente inagotable para el éxito social de la noche a la mañana.
Quedará para la historia las responsabilidades eximidas por la impunidad por el escándalo de Pudreval, el maletín con 800 mil dólares de Antonini Wilson, la venta de Aeropostal a los Makled, la olla de corrupción del Bandes, los negocios ilícitos de la vicepresidenta de ese mismo organismo, María de los Ángeles González, la carretilla de irregularidades de Pdvsa presentada por el padre Palmar, el desfalco a las empresas de Guayana, los 540 millones de dólares sustraídos por Francisco Illaramendi al fondo de pensiones de los trabajadores de la industria petrolera, el plan Bolívar 2000, las colitas en la flota de aviones a cualquier parte del mundo solo para ungidos y familiares, o los 200 millones de bolívares fuertes mensuales que le pagaba la ya destartalada Pdvsa a Mario Silva, para conducir un bodrio de terrorismo mediático en el canal de los venezolanos, por nombrar solo algunos de los escándalos más sonados que burlaron todo tipo de medidas gracias a una revolución permisiva y alcahueta.
Dónde tantos regalos y tantas prebendas por los favores concedidos a los ministros de turno o a los caballeros de la revolución. Las vacaciones a Dubái, las estancias en el hotel Marriot, tantas marcas de lujo, tantos aviones jet, yates y carros de lujo de semidioses que no eran un carajo hace 15 años y se convirtieron en grandes magnates de la noche a la mañana, gracias al salvoconducto permitido por el proceso castrochavista con los dineros del país y la dionisíaca bacanal de un barril de petróleo a precios inimaginables hasta para la época de la corrupción adeco-copeyana.
El Maduro de los últimos 3 meses prometió acabar con la corrupción que hunde al país y a la revolución misma, sin embargo la ineficacia lo persigue y lo único que ha hecho es emprender una cacería de brujas contra exgobernadores disidentes del PSUV ahora aislados de todo poder y funcionarios de pequeña extirpe en organismos como el Saime, Indepabis, el Seniat y algunos ministerios inauditables.
Nadie se atreve a tocar a estos "animales con forma humana" como los denominó en su momento el supremo comandante para explicar a los habitantes hacinados de los barrios miserables del país que "ser rico es malo".
Es malo si no eres del Gobierno, porque robar se ha convertido en un ejercicio de gestión y en uno de los beneficios alternos por derecho para todo burócrata revolucionario y su camada de ricos y protectores de la nueva alcurnia, solo permitido en un país donde la lealtad exime de pagar pena por enriquecimiento ilícito, malversación de fondos o quiebre económico de la República.
Se trata de un Estado que castiga y persigue a periodistas como Nelson Bocaranda por informar estas mismas irregularidades, mientras hace caso omiso a las 17 denuncias por daño patrimonial al estado Miranda por 480 millones de bolívares que tiene el propio el exgobernador de esa entidad y presidente actual de la AN, Diosdado Cabello, máximo acusador y verdugo de quienes se niegan a mirar hacia otro lado.
En un trabajo magistral de Olga Wornat publicado por el diario La Nación de Argentina a finales del 2012, son descritos los excesos hollywoodenses y de mal gusto de una fiesta de quince años de la hija consentida de un prominente empresario de seguros de estrechos vínculos con lo más granado de la nueva nomenclatura del poder castrochavista, una casta de empresarios, funcionarios y banqueros que se transformaron en la elite más rica y ostentosa del país, a la sombra de quienes manejan el poder ahora con más ahínco luego de la muerte del presidente Chávez.
Un listado no muy corto de una boliburguesía en decadencia que debe enfrentar que ya el dinero no corre tan libremente en Venezuela, a pesar que muchos sigan pensando que la renta petrolera seguirá siendo una fuente inagotable para el éxito social de la noche a la mañana.
Quedará para la historia las responsabilidades eximidas por la impunidad por el escándalo de Pudreval, el maletín con 800 mil dólares de Antonini Wilson, la venta de Aeropostal a los Makled, la olla de corrupción del Bandes, los negocios ilícitos de la vicepresidenta de ese mismo organismo, María de los Ángeles González, la carretilla de irregularidades de Pdvsa presentada por el padre Palmar, el desfalco a las empresas de Guayana, los 540 millones de dólares sustraídos por Francisco Illaramendi al fondo de pensiones de los trabajadores de la industria petrolera, el plan Bolívar 2000, las colitas en la flota de aviones a cualquier parte del mundo solo para ungidos y familiares, o los 200 millones de bolívares fuertes mensuales que le pagaba la ya destartalada Pdvsa a Mario Silva, para conducir un bodrio de terrorismo mediático en el canal de los venezolanos, por nombrar solo algunos de los escándalos más sonados que burlaron todo tipo de medidas gracias a una revolución permisiva y alcahueta.
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