En: http://konzapata.com/2014/09/con-el-plan-de-desarme-se-le-podria-pagar-un-sueldo-a-cada-delincuente/
Por Elizabeth Fuentes @fuenteseliz.-
Las matemáticas no fallan, ni
siquiera en boca del Presidente Maduro. Como sabemos, acaba de anunciar
un nuevo plan de desarme que consistirá en instalar 60 “centros de
desarme” y desembolsar la bicoca de 300 millones de bolívares ( 47,6
millones de dólares al cambio oficial), que servirán para crear un
“fondo nacional de desarme a fin de incentivar la entrega de armas”,
según dijo el presidente. Y hasta ahí llegó. No dijo para qué se
necesita tanto dinero, ni en que consistirá el incentivo para que cada
delincuente entregue su instrumento de trabajo y mucho menos, qué harán
después de desarmados ese bojote de jóvenes desempleados, porque las
cifras oficiales señalan que son los jóvenes quienes mayormente integran
el universo delictivo venezolano.
Lo que sí dijo, para terminar de complicar la cosa, fue: “Sigamos
detrás del sueño, detrás de la utopía, la utopía de una Venezuela en
paz”, como previendo que el asunto no tocará tierra y seguirá en el
reino de las ideas imposibles. Por lo mismo, creemos necesario que, como
víctimas de la delincuencia que somos casi todos, deberíamos aportar
algunas ideas sobre cómo manejar ese dinero sin que ningún delincuente
de cuello blanco se quede con su comisión de costumbre o que algún
militar salga a vender las armas entregadas a los mismos delincuentes
que ya las entregaron y entre todos se repartan la cochina de los 300
millones de bolívares sacados de nuestros bolsillos.
En fin, la propuesta más acertada debería ser la siguiente. Si, de
acuerdo a cifras oficiales, en Venezuela había para el año 2009 un
aproximado de 15 millones de armas legales e ilegales -la mitad de la
población, nada menos-, y el gobierno dispone de 300 millones bolívares
para desarmar a esos 15 millones de venezolanos armados, pues la
operación matemática es sencillísima: 300 millones de bolívares entre 15
millones de armados, da un total de dos millones de bolívares por
cabeza. Entonces el gobierno puede comprar cada arma en dos millones de
bolívares, pero pagaderos en cómodas mensualidades. Vale decir, que
durante los cuatro años que le quedan a Maduro en la presidencia, cada
delincuente gozará de 50 millones de bolívares mensuales sin hacer
absolutamente nada, sólo pasar por la taquilla, las cuales podrían
abrirse en Miraflores, La Casona o en los megabancoas que va a manejar
Elías Jaua.
En cualquier caso, siempre va a ser mejor que todos los planes de
desarme realizados hasta ahora, ninguno de los cuales ha servicio
absolutamente para nada, incluyendo la de junio de 2013, que castigaba a
la portación ilegal con 20 años de prisión, asunto que -hasta dónde
sabemos- no ha generado ni un preso más en las inmaculadas cárceles de
Iris Varela. Y ni hablar de los ejemplos cercanos, porque en Argentina
trataron de hacer algo similar en 2007 -pagarle hasta 2 mil dólares a
cada delincuente por su arma-, y hoy, siete años después, de los dos
millones de armas que circulan en Argentina, el gobierno solo ha
recuperado 160 mil y la medida no significó ninguna baja en los índices
de delitos, a pesar de que la ley garantizaba el anonimato y amnistía
para quien entregara el arma.
Nadando en utopías, el discurso del presidente Maduro llamó a la
conciencia de los jóvenes – imaginamos que se dirigía a la conciencia de
los delincuentes-, para solicitarles su ayuda: “hace falta que este
desarme se haga con la colaboración de la juventud, desde su
conciencia”.
El asunto es que la utopía clásica-ese sueño imposible, esa sociedad
perfecta- ya ni se nombra. A excepción de la ganadora del Premio Nobel,
la autora rumano-alemana Herta Müller, quien aseguró que utopía ya no es
la palabra cargada de futuro y revolución que todos proclaman, sino una
que sepulta las verdaderas ideas. Para ella, la utopía comunista que
había sido anunciada como creadora de una comunidad unida y pacífica,
comenzó a mandar en Rumania y lo que trajo fue muertes, extorsión y una
miseria infernal, una dictadura con todas las letras. Para Herta, “la
utopía expresa una realidad que ningún ser humano debería desear porque
es sinónimo de vidas condenadas a una muerte segura y a la censura en
todas sus formas”.
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