Milagros Socorro
Me llamo Chúo Torrealba
Chúo Torrealba dedica a la política ¿el
día entero?, ¿casi toda su vida?, pero dice que no milita porque sabe
por experiencia que en los partidos se pierde mucho tiempo “en la maraña
interna de las organizaciones”.
¿De dónde salió usted?
Vengo del 23 de enero y de Caricuao.
Vengo de mis preciosos viejos, Laureano Torrealba y Marina Rodríguez.
Papá se vino caminando desde Güiripa a Caracas para hacerse obrero. Hizo
mil cosas hasta que fue a parar a la industria metalmecánica. Fue
contactado por el Partido Comunista de Venezuela, que alguna vez fue una
organización de impecables credenciales democráticas obtenidas en la
lucha contra Gómez y Pérez Jiménez, y junto con Acción Democrática eran
las fuerzas fundamentales contra las dictaduras. A ese PCV se incorpora
Laureano Torrealba, donde llegó a ser secretario sindical nacional y
miembro del buró político del PCV, junto a sindicalistas como Eloy
Torres, Cruz Villegas y Carlos Arturo Pardo.
Y Marina venía de Aroa. Su padre, mi
abuelo, trabajaba en las minas que alguna vez fueron del Libertador.
Estuvo allí hasta que las minas dejaron de producir. Entonces se marchó
con su familia a Cocorote y allí se dedicó a la agricultura, que no daba
lo suficiente para mantener a 11 hijos. Los mayores empezaron a irse a
Caracas para trabajar y ayudar a los que venían detrás. Mi madre era la
segunda. Vino y consiguió trabajo en la industria textil, concretamente
en la Textilera Lanex. Hacía casimires. Allí se hizo defensora de sus
compañeras obreras y terminó siendo dirigente sindical. Ahí también es
contactada por el PCV y se transforma en dirigente comunista. Soy, pues,
hijo de la lucha política, porque en ella se conocieron mis padres y en
ella crecí.
¿Cómo resumiría sus años de infancia y primera juventud?
Yo nací en 1958. Clandestinidad,
persecución de la Seguridad Nacional. Prisión y exilio de papá. Lo
sacaban del país y se regresaba hasta nadando. Mis padres separados por
esas circunstancias, se reencuentran al final de la dictadura. Luego
vino la errada decisión del PCV de ir a la guerrilla, con la que los
dirigentes obreros no estaban de acuerdo, pero que acataron con
disciplina. Vuelta a la persecución. Nos mudamos muchas veces. Vivimos
en sitios que ni recuerdo, pero sí sé que en Ciudad Bolívar casi morimos
mi mamá y yo por el hambre y el calor. Nos dio una anemia que casi nos
mata. Terminamos en Valencia, donde mi mamá tenía familia que nos dio
apoyo y solidaridad. Vivíamos en uno de los barrios del sur de Valencia,
un lugar muy duro, muy precario. En el año 68 regresamos a Caracas,
porque el partido movió a papá para que participara en el UPA (Unión
Para Avanzar), pero ya ese es otro cuento…
¿Qué le queda de esos años duros?
Un gran respeto por la gente, por lo
solidaria que sé que puede ser; por aquel venezolano que decía con
orgullo que era pobre pero honrado y que tenía la certeza de que a punta
de estudio, esfuerzo y trabajo podía salir adelante. Me dejó una
solidaridad a prueba de bomba con los presos políticos. Yo, que recuero
lo que era ir a visitar a mi papá en los calabozos de la Digepol, no
puedo ver una foto de Simonovis sin estremecerme.
Me queda la certeza de que uno tiene que
hacer lo que buenamente cree que tiene que hacer por su país y por lo
que cree. No hablo de abstracciones sino de privaciones y de riesgos.
Me queda saber que mi primo Ramón era
obrero de la General Motor, con su salario de obrero especializado
levantó 9 hijos y el que quiso estudiar lo hizo y el que quiso estudiar
en la UCV se graduó. Y muchos pasaron de barrios en el oeste a
urbanizaciones este de Caracas. Movilidad social y movilidad urbana del
oeste al este. No necesito estudiar Sociología para saber esto. Yo lo
viví con mi familia.
Y me queda la certeza de que el cemento
que mantiene unida a una familia es el amor. Yo tuve esa estructura. El
resentimiento es cemento para mantener unida una pandilla.
Su programa Radar de los Barrios
salió de la pantalla cuando la planta que lo transmitía fue adquirida
por empresarios de quienes se dice que son miembros de la boliburguesía.
¿Tiene algún comentario para esto?
No. La salida de nuestros programas de
la pantalla de Globovisión es una oportunidad para seguir creciendo,
para seguir reinventándonos. De hecho, el Radar de los Barrios se está
reconvirtiendo para dar paso a dos nuevas estructuras de servicio
público: Una Agencia Comunitaria de Noticias y una Universidad
Comunitaria, que serán nuestro regalo a Venezuela en el 2014
¿Cómo llega al periodismo?
Yo siempre había querido aprender cosas
para aprender y comunicar, por eso estudié Historia en el Pedagógico de
Caracas. En 1973 me separé del PCV y luego me vinculé al MAD y en 1984
me fui de todo eso. Dejé de respetar lo que estaba haciendo. Entonces,
como también cuestionaba que los profesores de izquierda usaran el aula
como extensión de sus arengas ideológicas, dejé la cátedra. Y en 1986
entré a la UCV a estudiar Comunicación Social.
Mi primera incursión es en el periodismo
institucional. En el 90, un amigo a quien habían nombrado jefe de
Publicidad del Censo, me contrata. Este amigo se retira y quedo yo en el
cargo. En la entonces llamada Oficina Central de Estadísticas e
Informática empecé a interactuar con la data estadística de este país.
Me di cuenta de que cosas que yo venía repitiendo eran inexactitudes o
meras falsedades. Conozco, por ejemplo, que el porcentaje de población
venezolana que tenía acceso a agua potable era superior al 90%, solo
superado en la región por Costa Rica. Descubro que la expectativa de
vida del venezolano había crecido notablemente, que los niños nacían con
mucho más peso y talla y que los viejos morían mucho más tarde que en
los años de la dictadura; y comprendí, a la vista de los indicadores,
que todo ese incremento no solo en la expectativa sino en la calidad de
vida de los venezolanos había ocurrido porque en los tempranos años 60
la democracia venezolana había desarrollado cuatro políticas
fundamentales: una política petrolera nacionalista; la política de
sustitución de importaciones; la democratización de la educación
preservando su calidad; y la política sanitaria, que convirtió a muchos
hospitales venezolanos en centros de referencia internacional.
De resto trabajé en publicidad; brindé
asesoría comunicacional a proyectos de políticas públicas en diversas
áreas; fui asesor comunicacional de un gran ministro de Educación, como
lo fue Antonio Luis Cárdenas Colmenter; también presté apoyo
comunicacional al proyecto de habilitación integral de barrios, liderado
desde el CONAVI por Josefina Baldó y Federico Villanueva.
Desde el año 2005 dirijo y conduzco el
Radar de los Barrios por Radio Caracas Radio; desde 2007 y hasta 2013
produzco, dirijo y conduzco su versión en TV; y desde 2009 hasta agosto
del 2013 hago lo mismo en Del Dicho Al Hecho. Mantengo una
página dominical en el diario La Voz y hacemos activismo ciudadano en el
mundo 2.0 a través de nuestro blog y nuestra presencia en Twitter
Desde su perspectiva, ¿qué pasó el 8D, día de las más recientes elecciones municipales?
El 8D el pueblo venezolano insistió en
utilizar el arma del hombre libre: el voto como mecanismo para dirimir
diferencias y construir convivencia, a pesar de que esta cita electoral
se produjo en medio de una inmensa crisis económica y de una ola de
violencia social estimulada directamente por el gobierno. A pesar de las
brutales provocaciones del oficialismo, -y de los cantos de sirena de
reducidos grupitos que dicen que “estos comunistas no salen con votos”-,
el pueblo venezolano salió a votar. Una participación del 58 % es muy
importante en una elección municipal, en Venezuela y en todas partes.
Eso es lo primero que hay que registrar.
Lo segundo es que continuó el descenso
electoral del proyecto totalitario: En el 2007 el oficialismo perdió el
referendo constitucional; en 2008 perdió muchas de las alcaldías y
gobernaciones más importantes; en 2010 perdió en el voto popular en las
elecciones parlamentarias; en las presidenciales del 2012, la votación
opositora se incrementó en dos millones de votos y redujo a la mitad la
ventaja que Chávez le había sacado en las presidenciales anteriores; en
las presidenciales del 2013 esa ventaja, de apenas 8 puntos, se redujo
prácticamente a cero.
Pues bien, de las elecciones del 8D, el
oficialismo sale con menos alcaldías y concejales, mientras la Unidad
Democrática emerge con muchas más alcaldías (75, cuando antes controlaba
más o menos 50) y muchísimos más concejales (900, antes tenía unos
300). Eso sin contar con que en las alcaldías gobernadas por la
oposición vive más del 63% del país…
El comportamiento del liderazgo y del electorado, ¿qué le permite augurar para el futuro inmediato?
El mandato del electorado al país
político ha sido claro: Convivan, conversen, pónganse de acuerdo. El 8D
el oficialismo se graduó de minoría, pero es una minoría muy grande;
también ese día el país no oficialista se graduó de mayoría, pero una
mayoría aun no suficientemente cohesionada.
Un país donde el oficialismo tiene el
48% y las fuerzas distintas al oficialismo suman el 52% es una sociedad
obligada a entenderse. Así lo confirman muchísimas alcaldías, como las
de Barquisimeto y La Victoria, donde el alcalde es de un bloque político
y la mayoría de la cámara municipal, de otro. El pueblo les ha dicho:
“¡Entiéndase!”. Si el mensaje hubiera sido “¡Mátense!”, no hubiera usado
el voto.
Las reacciones del país político han
sido hasta ahora de distinto signo: Capriles, la misma madrugada del
domingo 8 para el lunes 9, llamó al necesario diálogo nacional en
beneficio del pueblo. Por su parte, el bicéfalo liderazgo gobiernero
(Maduro-Cabello) ha gastado tiempo, saliva y energía desestimando el
logro opositor y tratando de explicar el 8D como un supuesto triunfo oficialista,
sin entender que con las victorias ocurre lo mismo que con los chistes:
si tienes que explicarlo es porque no funciona.
¿Qué evaluación hace usted de
las siguientes figuras: Henrique Capriles Radonski, Nicolás Maduro,
Ramón Guillermo Aveledo y le propongo una cuarta figura que sea usted
quien la menciones y analice.
Henrique Capriles no solo es el líder
formal de una alianza de partidos. También es (sobre todo) el líder
afectivo, el referente emocional del partido opositor. Como Jefe de
Campaña de la Alternativa Democrática en las municipales, le retuvieron
en tierra las avionetas donde viajaba, le bloquearon autopistas y
carreteras para que no llegara a su destino, le decomisaron tarimas para
que no tuviera desde donde hablarle al pueblo e incluso llegaron al
intento de incendio del vehículo donde solía desplazarse… ¡con él
adentro! Aun así, logró el resultado de avance que hoy la Venezuela
democrática puede inventariar.
Aveledo es la ponderación, la sobriedad, la consistencia, la credibilidad.
Maduro es el desespero, la angustiosa
lucha de mantenerse en el poder por el poder mismo, con un horizonte de
futuro de horas, días, dispuesto siempre a sacrificar sectores enteros
de la población o de la economía si eso resulta para él en unos minutos
más en el poder. Es difícil ubicar otra figura interesante de analizar
en el ámbito oficialista, ya que es demasiado plano, demasiado uniforme
en su escaso peso social y su precariedad política. Quizá no para
analizar sino para echar en falta valdría la pena referirse a Alí
Rodríguez Araque. Es una gran lástima para el oficialismo que Alí no
tenga diez años menos. Es decir, que no tengan activo a un político que
sepa leer y escribir, que aun teniendo afinidad con los cubanos tenga
con ellos una relación que no sea de subalternidad y sepa que la
política es algo más que hacer negocios.
¿Qué es lo que más sobrevalorado
en la política venezolana y, por contraste, menos valorado (aún cuando
debería tenerse en mayor aprecio)?
En la política venezolana esta muy
sobrevalorada la “viveza”, el confundir la histeria con la historia y la
creencia de que el desplante, el hablar golpeao o la gerencia
de marketing sustituye el necesario conocimiento del país. Hay un
problema de formación gravísimo. Antes los partidos eran escuelas de
política, de alguna manera escuelas de ciudadanía. Hoy, el PSUV tiene
una visión tan extranjera, tan antinacional de ese proceso, que los
“intelectuales” que lo asesoran son alquilados en España; el Frente
Francisco de Miranda forma sus activistas en Cuba y el proyecto de una
Escuela de Cuadros lo están gestando en alianza con China. E
n la oposición, aunque los problemas son
de otra naturaleza, también son severos: los antiguos partidos, venidos
a menos, ya no forman de manera sistemática a sus cuadros; las
organizaciones políticas emergentes, más franquicias que partidos
verdaderos, ven la política más como una carrera en la que hay que tener
suerte y conexiones que un apostolado que exige formación y entrega.
Por eso, antes un político podía corromperse en décadas. Ahora lo hacen
en meses.
A partir de lo que usted ha visto desde el Radar de los Barrios, ¿qué quieren los venezolanos?
Este es un país mucho más homogéneo de
lo que cabe suponer desde las atalayas de la polarización. Chavistas,
opositores e independientes quieren un país que funcione, justo,
solidario, inclusivo. Unos y otros quieren una Venezuela donde los
precios no suban por el ascensor mientras los sueldos se arrastran por
las escaleras; donde los hijos tengan iguales o mayores oportunidades
que las que tuvieron sus padres y no al revés; donde la gente pueda
vivir su vida en vez de temer por su vida.
Hace 15 años, cuando usted le preguntaba
a una madre en el barrio qué quería para su hijo, ella declaraba su
aspiración de que su hijo fuera médico, ingeniero o abogado. Ante esa
pregunta, una madre en ese mismo barrio lo más probable es que responda:
“Que no me lo maten”.
Desde 1999 hasta el año 2006, buena
parte del país creyó que ese país anhelado era posible siguiendo la
prédica de un líder carismático. Ese líder construyó una fórmula que
durante mucho tiempo le funcionó: colonizar el Estado y ponerlo a su
servicio, mientras enviaba a las empobrecidas mayorías un mensaje que
mezclaba la gratificación simbólica con la material, proporción que
variaba según la proximidad de una contienda electoral.
A partir de 2006 esa formula ha venido
decayendo, y el oficialismo pasó de traficante de esperanzas a
dispensador de excusas. Tras la desaparición física de Chávez, el país
sigue esperando del oficialismo (ahora sin carisma, sin dinero y sin
unidad de comando) lo que se le ofreció en 1998: Nada más y nada menos
que redención social. Pero ahora en el “balcón del pueblo” no está quien
inspiraba confianza, sino quien genera duda. Chávez representaba un
sueño. Maduro, un pantalla plana…
¿Podría usted hacer un retrato robot del nuevo liderazgo necesario en Venezuela?
El nuevo liderazgo venezolano tiene que
estar casado con los pobres: la pobreza en Venezuela no es incidental
sino mayoritaria, no es casual sino estructural. Siete de cada diez
venezolanos vive en espacios económicamente deprimidos y socialmente
segregados. Si ese nuevo liderazgo quiere ser democrático, debe
pensar-con, actuar-con y generar resultados-para esa mayoría. Si ese
nuevo liderazgo quiere ser poder y no solamente acceder al gobierno,
debe ser progresista: un proyecto político democrático, para ser
exitoso, debe estar referido al centro político de la sociedad.
Y ese centro no es una categoría
geográfica, un supuesto punto equidistante entre dos extremos. Es una
categoría social, política y cultural, es ese espacio donde la mayoría
del país se encuentra y se reconoce. En Venezuela, desde los años 40 del
siglo XX y con mucha mas fuerza desde finales de los 90, el centro
político del país esta asociado a los valores y principios de la centro
izquierda, del “progresismo”, de la justicia social.
Ese nuevo liderazgo debe ser,
finalmente, ético (no santurrón). Se trata de que el líder exprese en su
testimonio de vida lo que su discurso propone. Congruencia de pensar,
decir y hacer. Así es, a mi juicio, el nuevo liderazgo que puede vencer
en la presente circunstancia y construir una Venezuela económicamente
productiva, socialmente justa y políticamente democrática.
***
Esta entrevista fue publicada en la Revista Clímax en marzo de 2014, y se publica en Prodavinci con autorización de su autora.
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