Fernando Mires
Detrás de las opiniones hay a veces una
historia. En eso pensé cuando un académico alemán me preguntó acerca de
la posición de las naciones latinoamericanas frente al terrorismo del
ISIS. “Ninguna” –respondí– “los gobiernos latinoamericanos son de
izquierda”. Mi interlocutor preguntó: “¿Pero no es la izquierda una
categoría occidental”? “Sí” –fue mi respuesta–: “Pero una buena parte de
la izquierda latinoamericana es asiática”. Mi interlocutor pensó
seguramente que yo bromeaba. Pero no. Yo hablaba en serio. Muy en serio.
Si hubiera tenido tiempo le habría
explicado que la tesis del “asiatismo” de una gran parte de la izquierda
latinoamericana ya la había enunciado en un ensayo publicado en 1976 en
la revista “Lateinamerika, Analyse und Berichte”. Su título “El subdesarrollo del marxismo en América Latina”.
El texto apareció después en diversos idiomas. Sobre esa base escribí
en 1978 (¡Dios, cómo ha pasado el tiempo!) un libro titulado: Cuba, la revolución no es una Isla, el que marcó mi ruptura con las dos principales izquierdas de América Latina: la soviética y la castrista.
La tesis de la “asiatización” del
marxismo se encuentra muy bien formulada en un libro del líder de los
movimientos sesentistas, Rudi Dutschke, cuyo título –“Un intento para poner a Lenin sobre sus pies”– habla
por sí solo. Fue el mismo Rudi quien, en una conversación acerca del
tema, me sugirió escribir específicamente sobre “el asiatismo en la
izquierda latinoamericana”. Nunca lo hice. Pero la idea la he mantenido.
¿Por qué una parte de la izquierda latinoamericana –la castrista y la
post-soviética– no reconoce su occidentalidad política? Mi respuesta
vuelve a ser la de antes: esa izquierda no es occidental.
En pocas líneas no puedo resumir el libro de Dutschke. Pero hay sí tres ideas que sigo subscribiendo
1. Las teorías (no “la”
teoría) marxistas, son hijas del contexto alemán y europeo (Hegel,
Schelling, Feuerbach; además de Darwin, Ricardo, Smith, y tantos otros).
Marx en ese sentido es solo un eslabón, uno más, en la larga cadena del
pensamiento occidental.
2. Marx siempre dejó
clara su posición con respecto a la imposibilidad del socialismo en
Rusia. Su correspondencia con Bakunin y su reveladora carta a Vera Sasulich,
son testimonios irrefutables. Para Marx, el curso hacia el comunismo
(como sinónimo de socialismo) no podía surgir desde formaciones
históricas asiáticas. Esa era, para él, “otra historia”. (Karl Marx, “Formaciones económicas pre-capitalistas”, cuadernos de 1858)
3. Antes de que el
legado de Marx fuera convertido por Lenin en “marxismo”, existían
diversas teorías de Marx, algunas contradictorias entre sí. El
“marxismo-leninismo” como un todo ideológico fue un producto de la
Academia de Ciencias de la URSS. Allí comenzó la des-europeización y la
“asiatización” de Marx. Esa conclusión fue el aporte central de Rudi
Dutschke al pensamiento de izquierda europeo.
En su estudio, Dutschke consultó al
teórico alemán Karl A. Wittfogel para quien el comunismo soviético era
una reedición moderna de los antiguos despotismos asiáticos (“Despotismo Oriental”, 1957).
Los rasgos de esas “despotías hidraúlicas” eran perfectamente
reconocibles en la URSS. Entre otros, el culto al líder, la
verticalización de la “sociedad”, la construcción de una doctrina
dogmática, la apropiación total de los medios de producción por parte
del Estado, así como la formación de una clase dominante estatal (la
“nomenklatura”), Todo eso, según Dutschke, no tenía nada que ver con las
teorías de Marx. La tarea de los intelectuales revolucionarios debería
ser entonces la de rescatar a Marx de la cárceles asiáticas en las
cuales su teoría yacía secuestrada. Eso pasaba por reafirmar el carácter
europeo y occidental del marxismo.
En verdad, la misión de rescate había
sido iniciada por Antonio Gramsci en la Italia de los treinta. El auge
de Gramsci en los setenta y ochenta fue, por lo mismo, consonante con el
proyecto de re-europeización de Marx. El “eurocomunismo” de Enrico
Berlinguer apuntaba a la misma dirección. Pero ya era tarde. Las
revoluciones democráticas en los países de Europa Central y del Este
(1989-1990) postergaron cualquiera posibilidad para seguir ocupándonos
de Marx. Incluso los post-marxistas (Laclau, Zizec, Mouffe, entre otros)
dejaron de citarlo. Los –para mí todavía apasionantes- libros de Marx,
son hoy casi regalados en Amazon.com. No ocurrió así en América Latina.
En ese “lejano occidente” (Alain
Rouquié) el marxismo asiático ha continuado vigente. Lo digo con
conocimiento: En diversos universidades de América Central y del Sur es
impartido en nombre de la sociología, de la economía o de la historia,
un marxismo de silabario hecho para débiles mentales.
El marxismo asiático (leninismo,
stalinismo, maoísmo y otros ismos) ha llegado a formar parte de la
cultura política de una parte de la izquierda latinoamericana, aunque
muchos de sus integrantes no hayan leído a Marx. El culto faraónico a la
memoria de Chávez en Venezuela es solo un ejemplo. Pero hay otros. El
mismo Chávez se sentía fascinado por déspotas asiáticos como
Ahmadineyah, Asad, Gadafi, Husein. Las mismas fascinaciones son
cultivadas por los Castro y por Evo Morales. Incluso, el partido
comunista chileno –un partido democrático en democracia– envió una vez
una carta de felicitaciones al representante de la dinastía (comunista)
de Corea del Norte. ¿Reflejos condicionados de un “asiatismo” nunca bien
elaborado?
¿Por qué los gobiernos latinoamericanos
de izquierda no se pronuncian a favor del occidente político en la lucha
en contra de ISIS? Pienso que mi respuesta fue la justa: Hay una
izquierda latinoamericana que todavía no es occidental. De ahí su
precaria sensibilidad frente a temas como el de las libertades y los
derechos humanos. De acuerdo a la tradición marxista asiática, esos son
elementos de la ideología “burguesa” (occidental). Es triste
constatarlo; pero es la realidad.
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