Por Ezio Serrano Páez.-
Suficiente que sean la emanación pura y prístina del comandante eterno para exigir reverencia y devoción sacramental: la necedad intolerante hasta puede retrotraernos a la oscuridad de tiempos en los que el pecado es crimen, y expresar el pensamiento es un crimen principal. Intentamos mostrar en este breve ensayo, que las revoluciones se despliegan sobre una lógica implacable en la cual el poder en su pretensión de responder al “verdadero” interés colectivo, terminan por procurar suprimir al sujeto libre, con lo cual las diversas formas de creación emanadas del pensamiento individual se ven amenazadas o condicionadas. El humor como manifestación de la singularidad humana no puede ser la excepción a esta regla del poder arbitrario.
1..- El Humor, lo público y lo privado
Se dice que Venezuela es una República, es decir, una res pública si no ceñimos a la expresión latina lo cual significa “cosa pública”. Toda la historia republicana de nuestro país podría resumirse en la permanente lucha entre quienes han procurado deslindar la esfera de lo público separada de lo privado, en abierta pugna contra quienes se han propuesto apoderarse del Estado (lo público por definición) para colocarlo al servicio de sus fines personales. Las sociedades modernas debieron impulsar la división del poder y el asentamiento de la institucionalidad republicana para frenar las apetencias personalistas siempre al acecho en procura del control sobre la cosa pública. En todo caso, el fortalecimiento del personalismo siempre se producirá a expensas del debilitamiento institucional en la esfera estatal y al revés: si se desea el fortalecimiento de la institucionalidad republicana, se deberá limitar la injerencia particularista en la cosa pública.
Pero hay una diferencia crucial entre el republicanismo moderno y las formas personalistas de administrar el poder: en el primer caso, la actuación y desarrollo del individuo, incluyendo su participación en lo público, constituyen un asunto sometido a derecho, mientras que en el orden personalista, la figuración del sujeto en la esfera pública viene dada por un “privilegio” concedido desde el poder. Si tomamos en consideración la barrida institucional que se ha producido en Venezuela y el proceso de personalización de la autoridad, resulta lógico esperar la aprobación o reprobación de la actividad individual, según coincida o no con los dictámenes de quienes han privatizado lo público. De este modo se explica la existencia de creadores, de artistas y otros personajes, desplegando su actividad en ocasión del privilegio otorgado por el poder. Otros en cambio, son sancionados, acorralados o sometidos a la arbitrariedad evaluadora de una autoridad despótica con leyes oprobiosas.
2.- La Revolución Francesa como ejemplo: de uno a otro extremo.
Desde tiempos clásicos, el personalismo político se procuró una imagen, una simbología y unos actores representativos de la autoridad. El humor no escapó a esta lógica. De ello dan cuenta los bufones de palacio, prohijados para divertir a los portadores del mando, también utilizados para la befa y escarnio de los adversarios. El arbitraje ejercido por los déspotas condujo al ejercicio del humor privatizado. Como era de suponer el poder personalista se hacía sentir, bien para reprobar y enaltecer, pero también para rechazar y reprimir. Un ejemplo representativo de tal situación lo hallamos en la biografía de Voltaire, quien se verá en ocasiones perseguido por sus escritos, pero también encomiado y aplaudido. Los nobles se disputan su presencia considerada como un ornato incomparable de sus salones y una muestra de espíritu liberal. (De la presentación a Cándido. Voltaire, 1995). Luego debió buscar refugio en la corte británica.
Con la Revolución Francesa se produce la tendencia a considerar que los intereses privados eran incompatibles con el servicio público. ( Lynn Hunt, 1999). Es un punto de partida revolucionario colocado en la base de las grandes tragedias ocurridas durante aquel proceso. Al tomarse muy en serio la distinción entre lo público y lo privado, no eran admisibles ninguna clase de intereses particulares pues éstos podrían resultar factores divisores de la voluntad general de la nueva sociedad. Los secretos de palacio, en medio de los cuales se decidía sobre la vida y los bienes de millones de personas pertenecientes al pueblo, debían desparecer para dar vida a la transparencia de lo público. Ello suponía el cambio de las costumbres y los corazones, crear, en un espacio y un tiempo remodelados, un hombre nuevo en sus apariencias, su lenguaje y sus sentimientos, gracias a una pedagogía del gesto y del signo que va de lo exterior a lo interior. ( Michelle Perrot, 1999)
La revolución había irrumpido para cambiarlo todo y a todos. En sus momentos más álgidos, lo privado podía ser equivalente a lo faccionario, por ello se impone una permanente vigilancia para asegurar la publicidad y transparencia. Pero esta presión obsesiva originó la extralimitación de lo público a pesar de la aparente defensa de la individualidad. Aspectos como la familia, el divorcio o la vestimenta personal fueron objeto de atención por parte de los revolucionarios. Al hombre nuevo se le exigía la constancia y perseverancia del revolucionario a tiempo completo, es decir, desprovisto de vida privada o en el peor de los casos, se debía poseer un corazón privado transparente. De allí al delito de conciencia sólo había un paso.
Pero el estado revolucionario se tropezó con comunidades y estamentos como la Iglesia, las corporaciones, la nobleza, las comunidades campesinas, defensores de espacios para expresar sus costumbres o creencias. La resistencia se expresó sobre todo con mujeres y niños asumiendo papeles públicos en defensa de la Iglesia y sus prácticas tradicionales. Las mujeres se convirtieron en un problema para los fines de la Iglesia oficial: Ellas ocultaban a los refractarios, ayudaban a organizar misas clandestinas e incluso misas blancas…se reunían para manifestarse en nombre de la libertad religiosa.(Ibid)
De este modo, la pretensión de asegurar la libertad desde lo público, terminó por privatizar las prácticas religiosas y toda clase de manifestaciones tradicionales no previstas por las nuevas reglas impuestas por la revolución. La devoción se expresaba en casa, dentro del círculo familiar. Las celebraciones clandestinas eran la más clara expresión de una libertad declarativa e invasiva, capaz de reducir a lo más íntimo las expresiones particulares. La consecuencia no podría ser otra que las emigraciones, deportaciones, encarcelamiento y ejecuciones. Y por oposición, terminado el régimen de terror, habrían de resurgir los individuos para reivindicar públicamente su fe.(Ibidem)
Bajo el clima de seriedad impuesto por la revolución, parece obvio el encasillamiento de las manifestaciones humorísticas. La misión trazada desde lo público o colectivo no deja márgenes para la duda: se trataba de cambiarlo todo, una labor capaz de reclamar activistas a tiempo completo, es decir, sin vida privada. La seriedad de este asunto podía medirse con la propia vida, protegida con el leve manto de la fidelidad a la causa. No caben ironías ni sarcasmos a menos que se dirijan contra los símbolos o representantes del poder derrotado. El humor se retrograda. De la filigrana y belleza expresiva de un Voltaire, capaz de ironizar de forma inclemente al antiguo régimen, se pasa a una popularización o reactualización de la befa popular.
Mientras la ilustración había puesto el humor al servicio de la fe en la razón, se convirtió en herramienta para atacar el pasado que se oponía al progreso. En la literatura ilustrada el humor luce limpio, muy crítico y despojado de vulgaridades. Pero la revolución mostró una lógica que habría de registrarse en lo sucesivo, en todos los procesos proclamados revolucionarios. Y es que el humor permitido, lo oficialmente admisible, se cargaba de vulgaridad con todas las groserías posibles de expresar en lenguaje populachero. Toda clase de improperio valía si tenía por blanco la destrucción moral de los adversarios. Una auténtica paradoja para los enciclopedistas, quienes habían contribuido a mostrar las taras del orden antiguo, a veces con la mordacidad y la ironía tan refinada de un Voltaire.
3.- El Humor y las fronteras de la libertad.
En tiempos modernos el humor representa en síntesis, una alternativa de sobrevivencia distinta al camino revolucionario y permite constatar otro canal de expresión no conformista, sin la petulancia y arrogancia de quienes se creen capaces de destruir el mundo para rearmarlo de acuerdo con sus propios prejuicios. La experiencia de la revolución francesa nos aportó la valiosísima lección de una sociedad que pretendiendo fundarse sobre la razón y la libertad, llegó a suprimir al individuo con la pretensión de crear el hombre nuevo. Debió haber sido una experiencia decisiva para la humanidad. Sin embargo para infortunio y condena de la especie, otros sujetos, otros actores en otros procesos se empeñaron en iluminarse con fórmulas semejantes obteniendo parejos resultados: la liquidación de la libertad y la reducción del individuo a súbdito del poder.
El tiempo debió habernos aleccionado sobre aquello oculto tras la seriedad revolucionaria: la petulancia ególatra de quienes se consideran con autoridad suficiente como para pretender cambiar el mundo. Tal como lo ha expresado Raúl Arechavala en su Pedagogía del Humor:
“Quizá si pudiéramos fácilmente cambiar el mundo, no habría ni arte ni humor…los revolucionarios no pueden tener humor porque ellos cambian concretamente la sociedad, o pretenden cambiarla; los que no tenemos (el interés), el valor o la capacidad para realizar tal proeza, debemos conformarnos con el humor y la ironía. A los cobardes militantes (la expresión es de Woody Allen), para sobrevivir no nos queda otra posibilidad que la ironía y el humor.”
Por fortuna la libertad llegó a convertirse en un prejuicio generalizado (Hegel) y esto ya no tuvo retorno. La declaración y reconocimiento de los Derechos Humanos, la libertad de pensamiento dentro de ellos, repercutió sobre el humor de manera directa e indirecta. Tales repercusiones se han ido ampliando con el tiempo hasta configurar una etapa en la cual reír y procurar el buen humor es casi un asunto de salubridad pública. En nuestros días, se le atribuye al humor alguna propiedad curativa. Como el anciano que se explaya en su risa estentórea y agita su vetusta anatomía, afirmando que su risa es dinero, pues le ayudará a rebajar los honorarios del médico (Mark Twain). De este modo se cuela nuevamente aquella vieja premisa aristotélica que le atribuyó a la sátira la benevolente condición de actividad catártica. Pero también los chistes y el humor tienen su lado oscuro y esto se comprende recordando la distinción freudiana entre ambas manifestaciones: El chiste aflora desde el inconsciente, desde los instintos y la base primaria de la psique. Aflora cuando el súper yo baja la guardia, de modo que nada extraño tiene su apelación (del chiste) a lo vulgar e instintivo.
Lo anterior tiene repercusiones actuales en tanto la sociedad que admite la primacía de los derechos humanos puede censurar, como de hecho lo hace, el chiste soez, el que se funda en la humillación, donde el fuerte denigra del débil y se explotan diferencias raciales o sexuales, etc. De allí la dificultad para hacer chistes desde el poder, sobre todo si estos van acompañados de componentes denigrantes, el gobernante burlándose del gobernado.
El lado oscuro del chiste es el mismísimo lado oscuro del hombre, siempre presente y siempre dispuesto a ridiculizar la vigilancia de la consciencia. Sobrevive de este modo a la libertad ilimitada, la función del humor como control social. Sobrevive una percepción moral que pone las barreras del ridículo y el absurdo a la gracia e hilaridad que otrora pudo arrancar la quema de brujas o la horca de un convicto convertidos en espectáculo. Estos aspectos debieran ser tomados en cuenta por los humoristas que sirven al poder, los que tarifan sus chistes sacando ventajas desde lo público. Su posición los desliza de modo casi inevitable hacia la figura de los bufones. Pero este duelo entre el inconsciente y la consciencia también muestra la inevitabilidad del drama humano, batiéndose siempre entre la represión y el placer. No por casualidad decía Nietzsche que el hombre sufre tan profundamente que ha debido inventar la risa, lo cual equivale a la conocida expresión: reír para no llorar.
Por su parte el humor, en su acepción freudiana, como negador de la realidad, se ha visto prestigiado por su capacidad de irritar y burlar aquello asociada no sólo al poder político, sino también a las debilidades humanas con sus vicios y falsas poses. El poder demoledor de la crítica fundada en la sátira, la ironía o el cinismo ya habían probado su efectividad desde la antigüedad, y posteriormente con un Rabelais, un Moliere, un Shakespeare o un Voltaire. Pero la revolución francesa también mostró límites a la práctica del humor y mostró la posibilidad de su uso para causas que perfectamente pueden llevarle a su auto liquidación. Para decirlo en dos platos: la sobrevivencia del humor está asociada a la sobrevivencia de la libertad, por ello, tratándose del humor y política, el primero no debería inclinarse en favor a causas con vocación totalitaria pues siempre se encaminan a suprimir o minimizar al sujeto y con esto se nos lleva a la aceptación de la realidad única, verdadera, incuestionable, marcada por la seriedad del poder. Es el terreno en el cual ejercer el arte humorístico, el que denuncia con gracia la corrupción, lo injusto e hipócrita de cualquier orden político se vuelve peligroso. Dicho de modo más técnico, las tendencias totalitarias expanden la esfera de lo público y constriñen o restringen la esfera privada. El humor político se ve afectado en tanto visión de lo público. En estos casos, lo del común (político) se hace inaccesible para el humor. Está vedado a veces como secreto de Estado.
Pero el prestigio de la potencialidad crítica del humor político también genera un serio peligro capaz de amenazar la democracia, su aliada indiscutible. No nos referimos aquí a la democracia de los jacobinos, que terminó minimizando al sujeto en el torbellino de la masa iracunda. Nos referimos a la democracia liberal bien avenida con los derechos del ciudadano. Y es que la potencialidad crítica del humor político puede aliarse con las fuerzas que niegan toda pertinencia a la política y su rol esencial en la vida ciudadana. Esta es una amenaza permanente, probablemente más sería de lo comúnmente advertido. El desprecio y desinterés por lo público encierra una paradoja ya advertida por Toynbee: el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que siempre serán gobernados por personas que sí se interesan. Pero, si asumimos el humor sólo como evasión, podría alimentar el desprecio por lo público y estaremos alimentando una sociedad de tránsfugas.
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