Antonio Sánchez García
27 Septiembre, 2014
En un inquietante artículo, Luis García Mora se preguntaba por las razones de la ausencia de preguntas y la escandalosa falta de respuestas de la oposición electoralista – ¿de qué otro modo calificarla? – constituida principal pero no exclusivamente por las dirigencias de Acción Democrática y Primero Justicia y toda su parafernalia electorera encabezada por el gobernador de Miranda Henrique Capriles y su equipo de asesores, ante preguntas de cuya obviedad no cabe más que darse de cabezazos: ¿quién está detrás de todo lo que está sucediendo desde las alturas de un encriptado, microscópico y exclusivísimo grupo de personajes que tienen la sartén por el mango, puesto al fuego por el eximio cocinero Fidel Castro, el mismo que le preparaba al amanecer sabrosas tortillas de patatas a su amigo Gabriel García Márquez?
Las preguntas de Luis García Mora lindan en la literatura negra; el caso de la política venezolana en una novela de enigmas. No es El Código Da Vinci: es el Código Hugo Chávez. A ser resumido en dos o tres incógnitas: Hugo Chávez se muere en Cuba, lo que de él queda es refrigerado durante meses manteniendo en silencio el suceso, para sacarlo del depósito mortuorio y usarlo en un momento necesario para los planes de la cripta habanera y sus dos o tres agentes supuestamente venezolanos de mayor confianza – encabezados por Nicolás Maduro – con el propósito de asegurar la sobrevivencia del régimen – cualquier él sea – y terminar por destruir lo que fue Venezuela y al parecer no volverá a ser nunca jamás.
Allí comienzan las interrogantes del periodista García Mora: ¿por qué la oposición de la ex MUD encabezada por su ex directivo Ramón Guillermo Aveledo y apuntalada por Henry Ramos Allup, Julio Borges y Henrique Capriles no formularon y seguramente ni siquiera se formularon a sí mismos la pregunta de las cien mil lochas: ¿por qué esta farsa digna de Tarantino?
La pregunta encapsula la gran pregunta que nos abruma a los treinta millones de venezolanos, pero que debiera constituir el meollo de la reflexión y el actuar, la teoría y la práctica de la llamada oposición de cualquier signo: ¿Quién manda en Venezuela? ¿Cuál es su proyecto estratégico y en qué fase de su desarrollo se encuentra? ¿Es un mal gobierno, como insisten en proponer los sectores arriba mencionados, tal como acaba de ser reafirmado por Henrique Capriles en una entrevista al periódico madrileño El País y en la que sostiene que elecciones o nada? Con lo cual, se inclina implícita pero documentadamente por la nada. ¿O Venezuela ya dejó de serlo para convertirse en una satrapía de la nomenklatura cubana, como afirman los que sí parecen reflexionar y mantener orden en sus pensamientos, así – según García Mora – se hayan precipitado con una acción irreflexiva y desordenada el 12 de febrero pasado?
De lo cual se deduce que la oposición electorera no sabe o no quiere saber qué es lo que realmente sucede en Venezuela, con lo cual se ha convertido en un peso muerto – o vivo, pero sólo para sus inconfesables intereses – para los fines de las adecuadas respuestas históricas a los siniestros propósitos de la tiranía cubana y sus esbirros venezolanos o semi venezolanos. Mientras que la que sí lo sabe y quisiera arrancarla del marasmo terminal en que se encuentra se halla en una fase aún germinal y, por lo mismo, todavía insuficientemente preparada para responder a la gran pregunta con grandes respuestas.
Hamlet, príncipe de Dinamarca, se hizo las grandes preguntas existenciales del hombre público, con el cráneo de un despojo en sus manos. Sólo tuvo una respuesta, que es la única gran respuesta de un gran político a la gran pregunta que unos ven con horror y otros intentan ocultar debajo de sus faldones: Ser o no Ser. He allí el problema.
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