Por Gloria M. Bastidas @gloriabastidas.-
Las
fuerzas armadas se proclamarán chavistas. Maduro podrá tener, en un
alarde de Alejandro Magno, un ejército entero que lo aúpa. O que lo
respalda. O que al menos no se le alza. El Gobierno podrá comprar
aviones Sukhoi y equipos anti motines a granel. Pero eso no es garantía
para preservar el trono a futuro. El poder siempre está sujeto a
condiciones. El poder no tiene fiador. El poder no tiene aval. El poder
puede evaporarse producto de una crisis sociopolítica. Nadie está a
salvo: ni siquiera el titán Chávez, que vio disminuir seriamente su
popularidad un año antes del referendo de 2004, aunque luego logró
levantar su imagen. Ahora es Maduro quien no las tiene todas consigo.
Hay diez grandes enemigos a los que se enfrenta. Son adversarios muy
poderosos. Cualquier gladiador puede sucumbir ante ellos. Un mosquito Aedes albopictus(el
vector que transmite la fiebre africana) puede resultar tan letal para
la gobernabilidad como un problema en la balanza de pagos. Una
inflación desbordada es un adversario tan temido como la caída en las
encuestas. Y todos estos factores se retroalimentan. Eso es lo que
hacemos en esta nota: un inventario de las diez bestias a las que debe
enfrentarse el gladiador Maduro para mantener el equilibrio del
ecosistema revolucionario.
Bajo rating. La
popularidad de Maduro ha caído exponencialmente. El éxtasis que produjo
el “dakazo” para potenciar su figura ya pasó. Datanálisis maneja una
aceptación de 35 por ciento. E incluso Hinterlaces, que solía publicar
números más favorables al Gobierno, da una cifra similar. El empaque
Maduro presenta fallas. Y en eso coinciden desde las encuestadoras
filochavistas hasta las no chavistas. El propio Henrique Capriles dice
en una reciente entrevista para el diario El País,
de Madrid, que el Gobierno podría tener una base de apoyo que oscilaría
entre 30 y 35 por ciento. Lo dice Capriles, que nunca ha jugado a
sobredimensionar las estadísticas que afectan al chavismo. Y es que,
efectivamente, la estadística le juega una mala pasada a la revolución.
Datanálisis recoge que 80 por ciento cree que la situación del país es
negativa y que 60 por ciento se pronuncia por un cambio de gobierno. El
periodista Eugenio Martínez (El Universal)
ha hecho una precisión clave: ha recordado que, al inicio de la gestión
de Maduro, apenas 47,6 por ciento valoraba negativamente la situación
del país. Martínez también ha subrayado —para que se comprenda la
dimensión del malestar— que la cifra que observamos hoy es mucho peor
que la registrada en febrero de 2004 (antes del revocatorio de 2004),
cuando 64 por ciento valoraba negativamente la situación del país. Las
encuestas son una bestia a la que hay que prestar atención. Pese al
excelente manejo que el Gobierno hace de la propaganda, y más allá del
aparato comunicacional del que dispone, la revolución enfrenta un serio
problema de marketing. Y de rating.
Una caja que no cuadra. Maduro
goza de un precio de barril petrolero envidiable. Cuando Chávez llegó
al poder, estaba en 16 dólares. Hoy está por encima de 90 dólares. Claro
que el Gobierno apostaba a que la crisis en Oriente disparara la
cotización. Pero aun así sigue siendo un precio formidable. Sin embargo,
y aunque parezca ciencia ficción financiera, hay problemas de caja. Las
cuentas no cuadran. Y el Gobierno tiene que establecer prioridades. Le
paga a Wall Street y cae en default con
la gente: deja de pagarle a los proveedores de alimentos, de medicinas,
de repuestos para carros. La periodista Mayela Armas (El Nacional)
señala que para este año el servicio total de la deuda interna y
externa (capital más intereses) monta 15, 6 millardos de dólares. El
tema de la deuda externa —que ha subido cuantiosamente, si consideramos
que era de 34 mil millones de dólares cuando Chávez asumió el mando y
que ahora sobrepasa los cien mil millones de dólares— es otra bestia con
la que la revolución debe lidiar. Porque el pago de la deuda afecta el
flujo de caja. Y ese panorama de números en rojo es el que ha motivado
que tanto la calificadora china Dagong como la norteamericana Standard & Poor’s hayan bajado la nota a Venezuela.
La plata que no alcanza. La
inflación es otro de los talones de Aquiles del Gobierno. Es la más
alta del planeta. Y el economista Francisco Rodríguez ha advertido que,
si no se lleva adelante la unificación cambiaria, caeremos en un
escenario de hiperinflación. Es decir, inflación de tres dígitos, algo
que puede resultar mortal para cualquier gobierno. Según cifras del
Banco Central de Venezuela (BCV), la inflación registró un salto de 60,5
por ciento entre junio de 2013 y junio de 2014. Pero dentro de ese
universo, el indicador que debería tener más alarmado al Gobierno
debería ser el de los alimentos. El periodista Víctor Salmerón sacó una
cuenta: entre agosto de 2012 y agosto de 2014, el índice de precios de
alimentos y bebidas no alcohólicas experimentó un salto (Salmerón lo
califica, con toda razón, de explosivo) de 210 por ciento. El del alto
costo de la vida es, sin duda, uno de los factores que más está
erosionando la imagen de Maduro. Lo dicen las encuestas: la evaluación
negativa de Maduro en cuanto al manejo del tema de la inflación es de
81, 7 por ciento, según cifras de Datanálisis. Y las perspectivas son, a
menos que se tomen medidas económicas encaminadas a enfrentar el
problema, que la inflación persistirá y se agudizará. Desde luego que
una cosa que ayuda al Gobierno es que cuenta con redes como Mercal y
PDVAL, que permiten a los sectores populares amortiguar el golpe. Pero
eso no es suficiente. La inflación es un monstruo de mil cabezas, que no
sólo abarca al sector alimentos, sino también al de servicios, al de
ropa y calzado, al de vivienda. Una bestia contra la que el mejor
gladiador puede perder la batalla.
Los productos que no se consiguen. El
BCV no publica las cifras de escasez desde enero pasado. Hasta
entonces, la última cifra oficial que se manejó fue 28 por ciento. Pero,
aunque el índice sea secreto de Estado, ya se sabe que es uno de los
frentes que tiene abierto el Gobierno. Un estudio de Datanálisis indica
que, para agosto pasado, en Caracas, el porcentaje de productos
regulados que no se consiguen llegó a 70 por ciento, según reporta el
periodista Alejandro Hinds, de El Nacional.
Una encuesta de la misma Datanálisis, revela que 80,1 por ciento de los
consultados evalúa de manera negativa el papel del Gobierno en el
manejo del tema del desabastecimiento. Hinds dice en una nota: “La
escasez va mucho más allá de los productos básicos. La más reciente
Encuesta de Coyuntura de Conindustria muestra que todos los sectores
manufactureros reportaron una caída de la producción y de los
inventarios durante el segundo trimestre de 2014”. Hay dos factores que
juegan en el problema de la escasez: la Ley de Precios Justos y la falta
de divisas. El Gobierno, aunque haya autorizado ajustes de algunos
productos, no parece estar en la dirección correcta para defenderse de
esta bestia.
El brote epidémico. El
sector salud es uno de los más afectados con la crisis que vive el
país. Pero lo que ha encendido las alarmas es la alta cifra de chikungunya.
La Red de Sociedades Científicas y Médicas estima que hay entre 65 mil y
120 mil infectados. La percepción que se tiene es que, si bien se
preveía que el virus llegaría a Venezuela en su natural recorrido por el
mundo, las autoridades sanitarias lucen desbordadas y negligentes para
atacar el brote de la fiebre africana. Y aunque el Gobierno amenace con
cárcel a quienes creen “alarma” ante la presencia del virus, la verdad
es que el crecimiento exponencial del número de afectados convierte en
un chiste (un mal chiste) las amenazas que ha proferido el poder. La chikungunya llega
en un momento en que no hay insecticidas (por la crisis de divisas), no
hay repelentes (por la crisis de divisas) y tampoco hay acetaminofén
(por la crisis de divisas). Por eso decimos que las diez bestias que
acechan al Gobierno se retroalimentan entre sí: la fiebre africana está
directamente vinculada a los problemas de caja (o al mal manejo de
recursos que hace el Gobierno). Y no sólo es la chikungunya. También
está el dengue. Y las enfermedades que han reaparecido, como la
malaria: en 2013 hubo 76.621 casos (según boletín epidemiológico de
Sanidad) mientras que en 1990, por ejemplo, la cifra era de 46.910,
según El Nacional. Definitivamente: el gladiador Maduro tiene que mantener su espada al aire para combatir a esta bestia que se las trae.
La inseguridad. Venezuela
es el segundo país con mayor tasa de asesinatos en el mundo, después de
Honduras: 79 homicidios por cada 100 mil habitantes. El ítem en el que
Maduro sale peor parado es en inseguridad: 83,1 por ciento lo evalúa
negativamente, según Datanálisis. Es decir, en esa área su evaluación es
peor que en el ítem de manejo de la inflación (81,7 por ciento) y en el
del desabastecimiento (80,1 por ciento), que ya de por sí son muy
desfavorables para él. Este problema tiene tal peso que fue precisamente
el asesinato de la actriz Mónica Spears y de su esposo lo que causó un
punto de inflexión en la percepción que tiene la gente sobre el manejo
del tema de la seguridad por parte del Gobierno. Esta es una bestia
negra contra la que Maduro tiene que luchar. Lo que ocurre es que esa
bestia también está armada.
La pugna dentro del PSUV. Maduro
es el heredero universal nombrado por Chávez. Y hasta ahora, al menos
nominalmente, ha demostrado que lo es. Pero Maduro, precisamente por su
pobre desempeño en las encuestas, tiene competidores dentro del
chavismo. No es el líder indiscutible que era Chávez, alrededor del cual
se cohesionaba el chavismo. Maduro no es un tótem. Maduro es hoy la primera autoridad del PSUV, pero carga una sentencia bajo el brazo. Así como las calificadoras Dagong o Standard & Poor’s bajan la nota a la deuda venezolana, y colocan la palabra default en
el horizonte, asimismo las encuestadoras, vía encuestados, le bajan la
calificación a Maduro. Y allí están los otros hombres del PSUV para
disputarse el trono. Desde Diosdado Cabello hasta Rafael Ramírez, a
quien, ciertamente, le ha quitado poder, pero que todavía juega. Maduro
debe lidiar con los factores internos del chavismo, que seguramente
aguardan una caída más estrepitosa del heredero universal en los sondeos
para mostrar sus garras.
Las parlamentarias del 2015. Esta
es otra bestia a la que debe enfrentarse el gladiador Nicolás Maduro.
Los sondeos favorecen a la oposición y no al Gobierno. Falta ver si la
oposición logra ir unida a la contienda. Falta ver qué carta colocará la
revolución sobre la mesa. En las parlamentarias pasadas apeló a la
jugada de los circuitos electorales. Pero, en todo caso, una medición en
las urnas en el futuro próximo resulta muy comprometedora para el
chavismo vista la crisis que sacude al país y dada la caída del rating del
Gobierno, que ya empieza a moverse para recuperar audiencia y para
cuadrar sus números. El periodista Hernán Lugo Galicia (El Nacional)
reseñaba hace poco que el PSUV celebra reuniones con sus partidos
aliados para mantener el control de la Asamblea Nacional en las
venideras elecciones. Lugo Galicia daba cuenta del actual número de
diputados afectos al oficialismo: 95 del PSUV; 3 del PCV y 1 de UPV.
Ello le confiere la mayoría simple: 99 diputados. La mayoría calificada,
la perdió el Gobierno en las anteriores elecciones. La oposición, por
su parte, cuenta actualmente con 64 diputaciones. ¿Perderá el chavismo
en diciembre del 2015 la mayoría simple? Ese es un escenario que no debe
descartarse y por lo que Maduro debe hilar fino. La bestia peso pesado a
la que debe enfrentarse Maduro (y el Gobierno) es la electoral. Y esta
variable está en estrecha conexión con los otros frentes que tiene
abiertos el Gobierno.
El modelo económico. Maduro
enfrenta un dilema: si toma medidas económicas de manera articulada, si
adelanta un plan de ajuste, eso puede tener un alto costo político. Y,
vistos los números de las encuestas, no tiene suficiente piso político
para ello. Se ha decantado entonces por seguir con el modelo fracasado
de los controles (de precios y de cambio). Pero eso también tiene un
costo: no resuelve los problemas sino que los agrava. Otra bestia a la
que Maduro debe enfrentarse es a la de su propio modelo, heredado de
Chávez. Un modelo que asfixia al sector productivo. Un modelo que
espanta a los inversionistas. Un modelo que ya fracasó en la antigua
Unión Soviética y en Cuba. Un modelo que genera escasez e
hiperinflación. Un modelo que ha creado un mercado negro. Un modelo que
lo pone mal en las encuestas. Un modelo que ha provocado el éxodo de más
de un millón de venezolanos, la mayoría de ellos con título
universitario. Un modelo que tiene al país en una eterna pugna. Un
modelo que sólo favorece a la nomenklatura chavista. Un modelo que
propició la evaporación de 25 mil millones de dólares de CADIVI. Un
modelo del pleistoceno. Pero no es tan fácil para Maduro cambiar ese
“legado”. Y por eso está en una trampa. Un viraje supondría la ira de
sus radicales y también generaría más pérdida de piso político: los
ajustes son duros. Y Venezuela lo sabe. Pero no hacer un viraje también
es impopular.
La crisis sociopolítica que se gesta. Todas
las bestias que hemos mencionado (excepto la de la pugna en el PSUV), y
ante las cuales Maduro debe maniobrar, son el caldo de cultivo para la
bestia mayor que se está incubando. Esa bestia es el resumen de todas.
Tiene algo de la caída en las encuestas. Tiene algo del problema de
caja. Tiene también que ver con el chikungunya.
Está asociada a la tasa de homicidios. Tiene que ver con la escasez.
Está muy vinculada al alto costo de la vida y a ese salto de 210 por
ciento que experimentó la inflación en alimentos entre 2012 y 2014. Está
directamente vinculada al modelo económico fracasado. Y esa bestia es
la bola de fuego que se está creando en Venezuela con esta amalgama de
problemas. El gladiador Maduro (que no es un gladiador de raza, además)
tiene ante sí, en plena gestación, al monstruo más grande del que
hayamos tenido noticia en la Venezuela contemporánea. Lo que ha hecho es
correr la arruga. Rogar que suban los precios del petróleo. Conceder
(merecidas) medidas humanitarias. Autorizar aumentos de precios. Jugar
con el SICAD I y II. Pero el problema de fondo está allí. Es la crisis
sociopolítica que se cocina. Es una bomba que puede estallar. Y los
gladiadores no saben de bombas sino de espadas.
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