En: http://www.lapatilla.com/site/2015/02/04/karl-krispin-en-estado-general-de-sospecha/
Karl Krispin
A veces me pregunto por el desgano que se tiene por respaldar la
empresa privada. Cada vez que alguna es invadida, ocupada, insultada, o
eufemísticamente expropiada, el común (que somos todos) no muestra un
entusiasmo por defenderla más allá de las redes sociales. Mientras
compongo estos garabatos, el país sigue sin conocer el destino de la
cadena Farmatodo, con más de 90 años de ejemplaridad y trabajo por el
país. En estos tiempos en que el tema de la responsabilidad social del
empresariado se ha convertido en un disco rayado, conviene recordar que
la gran responsabilidad social del empresario es simplemente existir. De
su existencia se traduce la prosperidad y la generación de riqueza
para la sociedad.
Seguimos embaucados por esa división a la que ya le salieron
telarañas entre izquierda y derecha. Continuamos como esos espectadores
que miran un partido de tenis y voltean de un lado a otro sin fijarse en
la red, o en el centro. Más allá de que no hayamos superado esta
costumbre definitoria, lo cierto es que la izquierda ha abusado
históricamente de su intervención estatal para restar posibilidades de
construir una economía libre, sana y expansiva, a la par de prometer lo
que no tiene y gastar más allá de sus posibilidades. De cualquier forma
en Venezuela no hay liberalismo ni lo habrá. Todo el mundo le huye al
concepto como se le huía a los antiguos silbadores en las navidades. Los
partidos políticos sacralizaron siempre al Estado como un tótem y una
estación de llegada: el individualismo fue visto con desprecio y
anatema. Asumimos la monserga del bien común, desde la socialdemocracia a
la democracia cristiana (¿alguien se acuerda de la propiedad
comunitaria de Luis Herrera Campíns?) y ni hablar de los comprometidos
de base, los curitas enemigos del capital, las monjitas revolucionarias y
los socialistas tóxicos.
Cuando una empresa demuestra éxito en nuestro país, le empiezan a dar
vueltas, como se decía antes, hasta terminar de hundirla. El dogma
estatista y los abundantísimos políticos incultos que no entienden las
bondades del capitalismo, han hecho ver que la empresa ha de estar, como
dijo alguno, en “estado general de sospecha”. El empresario auténtico
es un competidor ético. Si no lo creen, fíjense a Bill Gates que se ha
propuesto acabar con el hambre en África, lo que nunca lograron los
gritones del socialismo. Por eso es que no dejaremos de representar
nuestro rol de payasos del orbe, poniendo la torta y llegando de últimos
a todos los índices de competitividad mundial y libertad económica.
@kkrispin
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