Se difumina, se expande, se riega y amenaza con llevárselo todo por delante
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 6 de septiembre de 2011 12:00 AM
No resulta una casualidad que el caudillo cantante de corridos y galerones se queje amargamente de que la mortandad en Libia ascienda a veinte mil personas, la misma cantidad que tendrá Venezuela, más o menos, a fin de este año por obra de la violencia que genera la acción combinada y desenfrenada del hampa y de las autoridades. Que se conduela por las víctimas libias, aparte de constituir un acto de hipocresía, porque el principal responsable de esa masacre continuada es su camarada y compadre, el prófugo de la justicia internacional, Muamar Gadafi, revela cuán disociado de la realidad se encuentra un hombre que debería ser el más y mejor informado del país.
Embebido en el melodrama colectivo-televisivo de su enfermedad, rodeado de charlatanes, farsantes, curas, pastores, rezanderos, chamanes, pretendidos santones, vendedores de pócimas infalibles y una cuadrilla de secuaces que cambiaron El Capital (nunca leído) por la Biblia, el Corán por las oraciones al Negro Miguel y los discursos del Che por el Gayani Mantra de Sai Baba, su epopeya cancerosa, convertida en cruzada providencial para conservar el poder sobre la insólita metodología de la compasión, le quita tiempo y energía para ocuparse de la tragedia de la violencia, auténtica catástrofe nacional de la cual es responsable por acción y por omisión.
Decidido desde el principio a generar las "condiciones objetivas" para la consumación revolucionaria, apeló a la violencia como la más socorrida estrategia dirigida al derrumbamiento del orden establecido (y me excusan la verborragia seudomarxista), apelando a la división social, a la inversión de valores ("¿si sus hijos tuvieran hambre usted no robaría?"), fomentado la creación de grupos paramilitares, dejando hacer a la guerrilla colombiana en territorio nacional, creando las milicias, comprando armas y repartiéndolas con sus respectivas municiones, dinamitando las bases institucionales de las Fuerzas Armadas, destruyendo productividad, permitiendo la invasión, por el malandraje, de los cuerpos policiales y generando una dinámica hamponil basada en la impunidad que ahora se le está escapando de las manos.
Efectivamente, se han creado las condiciones necesarias para la generación mayúscula del caos y la anarquía en una sociedad atemorizada donde la pobreza sigue siendo causa fundamental de la violencia. Sólo que el odio inducido y acumulado a lo largo de todos estos años ya no se concentra y dirige unidireccionalmente, sino que se difumina, se expande, se riega y amenaza con llevárselo todo por delante, incluso a quienes se dedicaron a generarlo aviesa y deliberadamente y ahora se tapan los ojos para tratar de ignorarlo.
Embebido en el melodrama colectivo-televisivo de su enfermedad, rodeado de charlatanes, farsantes, curas, pastores, rezanderos, chamanes, pretendidos santones, vendedores de pócimas infalibles y una cuadrilla de secuaces que cambiaron El Capital (nunca leído) por la Biblia, el Corán por las oraciones al Negro Miguel y los discursos del Che por el Gayani Mantra de Sai Baba, su epopeya cancerosa, convertida en cruzada providencial para conservar el poder sobre la insólita metodología de la compasión, le quita tiempo y energía para ocuparse de la tragedia de la violencia, auténtica catástrofe nacional de la cual es responsable por acción y por omisión.
Decidido desde el principio a generar las "condiciones objetivas" para la consumación revolucionaria, apeló a la violencia como la más socorrida estrategia dirigida al derrumbamiento del orden establecido (y me excusan la verborragia seudomarxista), apelando a la división social, a la inversión de valores ("¿si sus hijos tuvieran hambre usted no robaría?"), fomentado la creación de grupos paramilitares, dejando hacer a la guerrilla colombiana en territorio nacional, creando las milicias, comprando armas y repartiéndolas con sus respectivas municiones, dinamitando las bases institucionales de las Fuerzas Armadas, destruyendo productividad, permitiendo la invasión, por el malandraje, de los cuerpos policiales y generando una dinámica hamponil basada en la impunidad que ahora se le está escapando de las manos.
Efectivamente, se han creado las condiciones necesarias para la generación mayúscula del caos y la anarquía en una sociedad atemorizada donde la pobreza sigue siendo causa fundamental de la violencia. Sólo que el odio inducido y acumulado a lo largo de todos estos años ya no se concentra y dirige unidireccionalmente, sino que se difumina, se expande, se riega y amenaza con llevárselo todo por delante, incluso a quienes se dedicaron a generarlo aviesa y deliberadamente y ahora se tapan los ojos para tratar de ignorarlo.
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