ALFREDO YÁNEZ MONDRAGÓN | EL UNIVERSAL
sábado 10 de septiembre de 2011 09:44 AM
Con un destello de lucidez tan improvisado como la gesta demoledora los más recientes trece años han dicho "Hemos descuidado el tema de la electricidad". Un alarde de sinceridad inverosímil, que por crudo, se torna nuevamente en burla y en manifiesta desatención a las alarmas nacionales.
El país, por distintas vías, grita la ausencia de una política de Estado referida a los asuntos de la generación y distribución eléctrica. El país sufre recortes, apagones, multas, cronogramas de racionamiento, y muchas horas de transmisiones audiovisuales obligadas sobre el tema. Es decir, no hay descuido posible; lo que hay es desidia, mentira, incapacidad.
Reconocer, así como quien advierte en la mañana que se le terminó el papel de baño, no es reconocer; es una simple argucia para intentar revertir la debacle de un sistema instaurado para solo proveer problemas y burocracia para la sostenibilidad de esos problemas en el tiempo. Allí, la palabra solución no existe.
Mientras el país padece los efectos de la falta de gerencia efectiva, del desatino de unos nombramientos leales, pero carentes de oficio para generar bienestar, algunos se declaran "enchinchorraos", advirtiendo "descuidos", o consolando su incapacidad en temas como la inseguridad con las cifras que reflejan el mismo mal en otras tierras.
Vendrán, como no, otros reconocimientos. Dirán que hubo descuido al implantar una meta de construcción de viviendas; que se descuidaron con el tema carcelario. Que los ajustes económicos para contener la inflación los agarraron descuidados; que la impunidad se produce solo al espabilar de más; y que los ataques directos a la descentralización son solo unos pequeños descuidos respecto a la letra de la Constitución; como lo es la determinación de no acatar las sentencias internacionales. En fin, todo este ejercicio invertebrado de poder es un descuido magnificado.
El diagnóstico no pudo ser mejor; pero ojo: Ese descuido no puede permear más hacia la sociedad que a ratos se muestra diáfana y luego cede terreno a la apatía y la indiferencia. El tiempo que vivimos no admite descuidos. Es hora de estar ojo avizor. Hay que concentrarse en la realidad que se vive y asumir que cada día el desafío es mayor para aquellos que aspiramos a un país de ciudadanos conscientes, que no se escudan en la excusa y mucho menos en la mediocridad de la minimización de una falla estructural que se paga con desempleo, inseguridad, falta de producción... pobreza.
Descuidarse hoy, en términos de la democracia, es someter al país al más absoluto apagón; con su correspondiente multa; tal y como se ilustra por estos días con la tristemente célebre medida de la empresa de racionamiento e impuesto eléctrico. Descuidarse hoy, en términos de la sociedad de ciudadanos, es someterse a un irresponsable e infinito desatino.
¡Qué descuido!
El país, por distintas vías, grita la ausencia de una política de Estado referida a los asuntos de la generación y distribución eléctrica. El país sufre recortes, apagones, multas, cronogramas de racionamiento, y muchas horas de transmisiones audiovisuales obligadas sobre el tema. Es decir, no hay descuido posible; lo que hay es desidia, mentira, incapacidad.
Reconocer, así como quien advierte en la mañana que se le terminó el papel de baño, no es reconocer; es una simple argucia para intentar revertir la debacle de un sistema instaurado para solo proveer problemas y burocracia para la sostenibilidad de esos problemas en el tiempo. Allí, la palabra solución no existe.
Mientras el país padece los efectos de la falta de gerencia efectiva, del desatino de unos nombramientos leales, pero carentes de oficio para generar bienestar, algunos se declaran "enchinchorraos", advirtiendo "descuidos", o consolando su incapacidad en temas como la inseguridad con las cifras que reflejan el mismo mal en otras tierras.
Vendrán, como no, otros reconocimientos. Dirán que hubo descuido al implantar una meta de construcción de viviendas; que se descuidaron con el tema carcelario. Que los ajustes económicos para contener la inflación los agarraron descuidados; que la impunidad se produce solo al espabilar de más; y que los ataques directos a la descentralización son solo unos pequeños descuidos respecto a la letra de la Constitución; como lo es la determinación de no acatar las sentencias internacionales. En fin, todo este ejercicio invertebrado de poder es un descuido magnificado.
El diagnóstico no pudo ser mejor; pero ojo: Ese descuido no puede permear más hacia la sociedad que a ratos se muestra diáfana y luego cede terreno a la apatía y la indiferencia. El tiempo que vivimos no admite descuidos. Es hora de estar ojo avizor. Hay que concentrarse en la realidad que se vive y asumir que cada día el desafío es mayor para aquellos que aspiramos a un país de ciudadanos conscientes, que no se escudan en la excusa y mucho menos en la mediocridad de la minimización de una falla estructural que se paga con desempleo, inseguridad, falta de producción... pobreza.
Descuidarse hoy, en términos de la democracia, es someter al país al más absoluto apagón; con su correspondiente multa; tal y como se ilustra por estos días con la tristemente célebre medida de la empresa de racionamiento e impuesto eléctrico. Descuidarse hoy, en términos de la sociedad de ciudadanos, es someterse a un irresponsable e infinito desatino.
¡Qué descuido!
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