HUMBERTO VILLASMIL PRIETO | EL UNIVERSAL
jueves 8 de diciembre de 2011 12:00 AM
No se habla aquí del señor Keuner de Bertolt Brecht, sino de otro Sr. K asiduo visitante de Miraflores en otros tiempos. En "El reencuentro", una de sus historias más conocidas, se narra que "Un hombre a quien el señor Keuner no veía hacía mucho lo saludó con las siguientes palabras: 'Usted no ha cambiado en nada'. 'Oh', dijo el señor Keuner y palideció". En contraste, el autor de lo que se comentará de seguidas no pasará por trance semejante pues ha cambiado tanto que resulta ya irreconocible para sus partidarios y para el país mayoritario que lo padece.
Otra muestra del signo profundamente personalista del régimen, qué falta no hacía, todo sea dicho, se mostró con una crónica periodística del pasado 2 de diciembre: "El presidente venezolano Hugo Chávez regaló este jueves a su par argentina, Cristina Kirchner, un cuadro pintado por él en que aparece la figura de Néstor Kirchner, al inaugurar en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas un salón en homenaje a su fallecido esposo". Pero algo más dijo el nobel artista: "este cuadro ahora presidirá las sesiones del Consejo de Ministros. Honor a quien honor merece".
El mensaje es claro: esta "Casa del pez que escupe el agua es mía" -digo, del pintor- que decide colocar los cuadros donde le parezca mejor, pues eso de la despersonalización del poder es una tontería de quienes no entienden la lógica del proceso. Entre su cuarto, el despacho privado y el salón del Consejo de Ministros ¿qué diferencia puede haber? ¿Qué significa eso al lado de la gesta de ordenar colocar una estrella más a la bandera o cambiar el sentido de la dirección en que corre el caballo del escudo nacional?
Que alguien indague sobre los méritos del Sr. K para semejante honor es una necedad de apátridas, como gusta decir el inquilino de Miraflores. El maletín de Antonini Wilson o la compra de los bonos argentinos, de seguro habrán motivado la resolución de algún consejo de símbolos y de edificios patrios a quienes debió consultarse su parecer sobre esta pieza pictórica que colgará en lugar tan destacado de la sede del Poder Ejecutivo venezolano. La resolución de marras con el ritual de estilo debió decir: "considerando los invalorables servicios del Sr. K a la República...". Que no hubiere un venezolano ilustre capaz de unificar al país en el reconocimiento general que merezca para dedicarle el honor que mereció el Sr. K no puede importar a quien maneja Venezuela como una hacienda, sin Poder Público que le controle y con un Poder Judicial que terminó siendo un Ministerio del poder central. Los áulicos del Gobierno tendrán ya lumbalgias dolorosísimas de tanto doblar la cervical: tiempos aciagos estos de general estrabismo con muchos de adentro y de afuera cansados de mirar para otra parte.
Este escribiente se permite sugerir que el cuadro del Sr. K se cuelgue al lado del de su jefe, huésped de honor de Marcos Pérez Jiménez y carnal del celebérrimo Miguel Silvio Sanz, amo y señor de las catacumbas de la Seguridad Nacional, para que el ciudadano de a pie que se llegue hasta lugar tan reservado tenga idea de los antecedentes del homenajeado y de la tradición que representa. Hablamos de Juan Domingo Perón, por supuesto, y de sus amigos venezolanos, cuyos retratos deberían rodear al que Chávez pintó para que presida el salón del Consejo de Ministros.
Que hay milicos buenos y otros no tanto, golpes que al final resultan rebeliones militares, felonías puras y duras que no son tales, como el común supondría, sino apenas un pronunciamiento, nada de ello es una constatación innovadora de este escribiente. Pero si hasta el Sr. José Mujica, presidente de la República Oriental del Uruguay, víctima de brutal represión por la pasada y espero última dictadura militar que azotó a su gran país, se disfrazaba de oficial del Ejército venezolano en medio de la Cumbre de la Celac, ingeniosa manera de halagar el ego de quien lo hospedaba y, acaso, de estimularle su generosidad. El general Eleazar López Contreras se quitó el uniforme para siempre al entrar a Miraflores, el presidente Mujica se lo pone al apersonarse en el Fuerte Tiuna, sede de la Cumbre y recinto inmune a cacerolazos y demás formas populares de protesta.
Pero llegará el tiempo en que éste y otros cuadros se bajarán de modo tan presuroso como indigno, como en aquella película de Cantinflas, "Su Excelencia", donde buena parte del film se pasaba viendo bajar las distintas fotografías con la imagen de los mandatarios derrocados, sucesivamente, en una no tan imaginaria "República de los Cocos".
Antes de corregir estas líneas y en medio de una tarde de domingo fría y lluviosa este escribiente dormitaba hasta despertar con sobresalto pues había soñado que en la sede de la Casa Rosada de Buenos Aires, sede de la presidencia de la República Argentina, se colocaba un retrato de Rómulo Gallegos encabezando el salón de sesiones del Consejo de Ministros. La cercanía del día de los inocentes acaso sea culpable de un sueño así, que era tan real como aquella letra del tango Cambalache: "Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón".
Otra muestra del signo profundamente personalista del régimen, qué falta no hacía, todo sea dicho, se mostró con una crónica periodística del pasado 2 de diciembre: "El presidente venezolano Hugo Chávez regaló este jueves a su par argentina, Cristina Kirchner, un cuadro pintado por él en que aparece la figura de Néstor Kirchner, al inaugurar en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas un salón en homenaje a su fallecido esposo". Pero algo más dijo el nobel artista: "este cuadro ahora presidirá las sesiones del Consejo de Ministros. Honor a quien honor merece".
El mensaje es claro: esta "Casa del pez que escupe el agua es mía" -digo, del pintor- que decide colocar los cuadros donde le parezca mejor, pues eso de la despersonalización del poder es una tontería de quienes no entienden la lógica del proceso. Entre su cuarto, el despacho privado y el salón del Consejo de Ministros ¿qué diferencia puede haber? ¿Qué significa eso al lado de la gesta de ordenar colocar una estrella más a la bandera o cambiar el sentido de la dirección en que corre el caballo del escudo nacional?
Que alguien indague sobre los méritos del Sr. K para semejante honor es una necedad de apátridas, como gusta decir el inquilino de Miraflores. El maletín de Antonini Wilson o la compra de los bonos argentinos, de seguro habrán motivado la resolución de algún consejo de símbolos y de edificios patrios a quienes debió consultarse su parecer sobre esta pieza pictórica que colgará en lugar tan destacado de la sede del Poder Ejecutivo venezolano. La resolución de marras con el ritual de estilo debió decir: "considerando los invalorables servicios del Sr. K a la República...". Que no hubiere un venezolano ilustre capaz de unificar al país en el reconocimiento general que merezca para dedicarle el honor que mereció el Sr. K no puede importar a quien maneja Venezuela como una hacienda, sin Poder Público que le controle y con un Poder Judicial que terminó siendo un Ministerio del poder central. Los áulicos del Gobierno tendrán ya lumbalgias dolorosísimas de tanto doblar la cervical: tiempos aciagos estos de general estrabismo con muchos de adentro y de afuera cansados de mirar para otra parte.
Este escribiente se permite sugerir que el cuadro del Sr. K se cuelgue al lado del de su jefe, huésped de honor de Marcos Pérez Jiménez y carnal del celebérrimo Miguel Silvio Sanz, amo y señor de las catacumbas de la Seguridad Nacional, para que el ciudadano de a pie que se llegue hasta lugar tan reservado tenga idea de los antecedentes del homenajeado y de la tradición que representa. Hablamos de Juan Domingo Perón, por supuesto, y de sus amigos venezolanos, cuyos retratos deberían rodear al que Chávez pintó para que presida el salón del Consejo de Ministros.
Que hay milicos buenos y otros no tanto, golpes que al final resultan rebeliones militares, felonías puras y duras que no son tales, como el común supondría, sino apenas un pronunciamiento, nada de ello es una constatación innovadora de este escribiente. Pero si hasta el Sr. José Mujica, presidente de la República Oriental del Uruguay, víctima de brutal represión por la pasada y espero última dictadura militar que azotó a su gran país, se disfrazaba de oficial del Ejército venezolano en medio de la Cumbre de la Celac, ingeniosa manera de halagar el ego de quien lo hospedaba y, acaso, de estimularle su generosidad. El general Eleazar López Contreras se quitó el uniforme para siempre al entrar a Miraflores, el presidente Mujica se lo pone al apersonarse en el Fuerte Tiuna, sede de la Cumbre y recinto inmune a cacerolazos y demás formas populares de protesta.
Pero llegará el tiempo en que éste y otros cuadros se bajarán de modo tan presuroso como indigno, como en aquella película de Cantinflas, "Su Excelencia", donde buena parte del film se pasaba viendo bajar las distintas fotografías con la imagen de los mandatarios derrocados, sucesivamente, en una no tan imaginaria "República de los Cocos".
Antes de corregir estas líneas y en medio de una tarde de domingo fría y lluviosa este escribiente dormitaba hasta despertar con sobresalto pues había soñado que en la sede de la Casa Rosada de Buenos Aires, sede de la presidencia de la República Argentina, se colocaba un retrato de Rómulo Gallegos encabezando el salón de sesiones del Consejo de Ministros. La cercanía del día de los inocentes acaso sea culpable de un sueño así, que era tan real como aquella letra del tango Cambalache: "Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón".
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