JOSÉ LUIS MÉNDEZ LA FUENTE | EL UNIVERSAL
jueves 8 de diciembre de 2011 12:00 AM
La recién finalizada cumbre de países que creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), dejó una estela variada de sensaciones políticas en el aire. Por supuesto que en el país anfitrión, Venezuela, se recogen la mayoría de las buenas. No se puede negar que su realización fue un éxito diplomático para Chávez y su gobierno. Reunir a los jefes de Estado de 33 países de nuestro continente, no deja de ser una tarea difícil. El poder de convocatoria del Presidente venezolano, aun con todo y su famosa chequera de petrodólares, es un hecho indiscutible.
Sin embargo, para quienes lo adversan dentro de Venezuela como fuera de ella, el evento político, con claros antecedentes en Unasur y la CALC, no pasa de ser uno más, en un continente acostumbrado a que los proyectos de integración regional o subregional, los grupos y reuniones de Estados y mandatarios se conviertan en entelequias llenas de declaraciones, intenciones y principios carentes, por lo general, de voluntad y de eficacia política. El objetivo de Chávez que era con la creación de la Celac, acabar con la OEA o al menos debilitarla, no se logró en esta oportunidad; cuatro potencias diplomáticas del área como México, Brasil, Argentina y Colombia se opusieron a la idea. La constitución de un organismo paralelo a la OEA, algo que a Chávez le encanta y en lo que tiene gran experiencia, si juzgamos por todos los mundos paralelos que creó en Venezuela, no fue apoyada, en términos generales, por la mayoría de los países participantes. Se trata pues, de una nueva organización regional, sin sede fija, presidencia itinerante y objetivos integracionistas, llena de la retórica de siempre; pero eso sí, sin la presencia, al menos física, de EEUU. Como diría alguien por allí ¡consuelo de tontos! Pretender que la influencia que ha tenido EEUU en la OEA, pueda ser erradicada de la región, solo con el simple hecho de excluir al país del norte de un nuevo organismo multilateral de ámbito continental, es no solo ingenuo, sino irreal. La historia de América Latina, tanto antes, como después de la OEA, ha estado siempre marcada por la huella del gigante norteamericano.
Por lo pronto, los grandes temas y declaraciones de la cumbre, más allá del reconocimiento de los países asistentes como pueblos hermanos y soberanos con necesidades y retos comunes, fueron los de siempre, o casi siempre, condena al bloqueo económico de EEUU a Cuba, apoyo a la reclamación argentina sobre las Malvinas, defensa de la democracia en la región, sin mencionar a Cuba, por supuesto, cooperación contra el narcotráfico y la defensa de los derechos humanos.
Pero, tal vez, la mejor definición de lo que será la Celac la encontremos en boca del Presidente de Colombia Juan Manuel Santos, quien ante el reclamo internacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), pidiendo la intervención del nuevo organismo en el conflicto armado, dijo lo siguiente: "Por ahora, la mejor forma de ayudar es no hacer nada".
Sin embargo, para quienes lo adversan dentro de Venezuela como fuera de ella, el evento político, con claros antecedentes en Unasur y la CALC, no pasa de ser uno más, en un continente acostumbrado a que los proyectos de integración regional o subregional, los grupos y reuniones de Estados y mandatarios se conviertan en entelequias llenas de declaraciones, intenciones y principios carentes, por lo general, de voluntad y de eficacia política. El objetivo de Chávez que era con la creación de la Celac, acabar con la OEA o al menos debilitarla, no se logró en esta oportunidad; cuatro potencias diplomáticas del área como México, Brasil, Argentina y Colombia se opusieron a la idea. La constitución de un organismo paralelo a la OEA, algo que a Chávez le encanta y en lo que tiene gran experiencia, si juzgamos por todos los mundos paralelos que creó en Venezuela, no fue apoyada, en términos generales, por la mayoría de los países participantes. Se trata pues, de una nueva organización regional, sin sede fija, presidencia itinerante y objetivos integracionistas, llena de la retórica de siempre; pero eso sí, sin la presencia, al menos física, de EEUU. Como diría alguien por allí ¡consuelo de tontos! Pretender que la influencia que ha tenido EEUU en la OEA, pueda ser erradicada de la región, solo con el simple hecho de excluir al país del norte de un nuevo organismo multilateral de ámbito continental, es no solo ingenuo, sino irreal. La historia de América Latina, tanto antes, como después de la OEA, ha estado siempre marcada por la huella del gigante norteamericano.
Por lo pronto, los grandes temas y declaraciones de la cumbre, más allá del reconocimiento de los países asistentes como pueblos hermanos y soberanos con necesidades y retos comunes, fueron los de siempre, o casi siempre, condena al bloqueo económico de EEUU a Cuba, apoyo a la reclamación argentina sobre las Malvinas, defensa de la democracia en la región, sin mencionar a Cuba, por supuesto, cooperación contra el narcotráfico y la defensa de los derechos humanos.
Pero, tal vez, la mejor definición de lo que será la Celac la encontremos en boca del Presidente de Colombia Juan Manuel Santos, quien ante el reclamo internacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), pidiendo la intervención del nuevo organismo en el conflicto armado, dijo lo siguiente: "Por ahora, la mejor forma de ayudar es no hacer nada".
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