CAROLINA GÓMEZ-ÁVILA | EL UNIVERSAL
miércoles 7 de diciembre de 2011 12:00 AM
El arte de dirigir consiste en saber cuándo dejar la batuta
para no molestar a la orquesta.
Herbert von Karajan
Lo que sigue, es impreciso. Formarse un criterio propio es su ejercicio ciudadano. Le pido que investigue y compare. Mi propuesta de hoy le dejará algo de qué conversar para después de un café, si no logro que signifique más.
De 1813 a 1833 vivió Richard Wagner, glorioso compositor alemán. Su música majestuosa representa el estereotipo del carácter ario, como en "Tannhäusser". Simplificando mucho, su contraparte venezolana bien podría ser nuestro guariqueño Antonio Estévez (1916-1988) autor de la música de la "Cantata Criolla" sobre poema de nuestro barinés Alberto Arvelo Torrealba (1905-1971).
Entre 1895 y 1982, tuvimos a Carl Orff, más reconocido en películas de terror que en escenarios. El estremecedor coro de "El Exorcista" es su magnífico "¡Oh, Fortuna!" de "Carmina Burana".
De 1908 a 1989 le tocó el turno al más famoso de los directores de orquesta del siglo XX: Herbert Von Karajan, austríaco. Histriónico, genial, polémico y comercial. Llegó a decirse que los primeros discos compactos duraban 74 minutos a solicitud suya para que escucháramos -sin interrupciones- la "Novena Sinfonía" de Beethoven.
Entre 1889 y 1945 la humanidad convivió con Adolf Hitler, fundador del Tercer Reich (la Tercera República) en 1933. Y quien, por todo lo que ya usted sabrá, se convirtió en objetivo de la II Guerra Mundial, entre 1939 y 1945.
De 1928 a 2010, vivió Fred Prieberg, católico alemán, investigador musical (apenas reseñado en español). En "La música en el Estado Nacionalsocialista" describe la "Operación Cosmética" según la cual el régimen nazi maquillaba sus acciones devastadoras a través de magníficos actos en los que resaltaba su apoyo a la cultura nacional.
Así que hay registro de la devoción del führer por Wagner (confeso antisemita); que Carl Orff sustituyó a Mendelssohn (judío) en los programas de mano; que Wilhelm Furtwängler (el que se limpiaba, asqueado, después de saludar a Goebbels) se defendía: "la preocupación de que mi arte fuera mal usado como propaganda había de ceder a la gran preocupación de que la música alemana debía ser preservada, que la música debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos". Y que Von Karajan se dejó mimar y aplaudió las consignas necesarias para que le permitieran continuar dirigiendo... En la postguerra, un oficial que lo interrogó lo definió como "un individuo fanático, cuyo fanatismo está dirigido hacia la música, que le supone la existencia".
Saque usted sus conclusiones. Aquí, las mías:
¡Qué orgullo me das, Gustavo, compatriota! ¡Qué privilegio, Maestro, disfrutarte, porque tengo conciencia de tu inmortalidad! ¡Aviso a todos, anegadas mirada y voz, que hasta la fecha no ha parido nuestro gentilicio una gloria como tú!
¡Y cómo me dueles en el apartheid, en las mazmorras, en la corrupción, en las páginas rojas y en la miseria, mientras formas parte de la operación cosmética, Von Dudamel!
para no molestar a la orquesta.
Herbert von Karajan
Lo que sigue, es impreciso. Formarse un criterio propio es su ejercicio ciudadano. Le pido que investigue y compare. Mi propuesta de hoy le dejará algo de qué conversar para después de un café, si no logro que signifique más.
De 1813 a 1833 vivió Richard Wagner, glorioso compositor alemán. Su música majestuosa representa el estereotipo del carácter ario, como en "Tannhäusser". Simplificando mucho, su contraparte venezolana bien podría ser nuestro guariqueño Antonio Estévez (1916-1988) autor de la música de la "Cantata Criolla" sobre poema de nuestro barinés Alberto Arvelo Torrealba (1905-1971).
Entre 1895 y 1982, tuvimos a Carl Orff, más reconocido en películas de terror que en escenarios. El estremecedor coro de "El Exorcista" es su magnífico "¡Oh, Fortuna!" de "Carmina Burana".
De 1908 a 1989 le tocó el turno al más famoso de los directores de orquesta del siglo XX: Herbert Von Karajan, austríaco. Histriónico, genial, polémico y comercial. Llegó a decirse que los primeros discos compactos duraban 74 minutos a solicitud suya para que escucháramos -sin interrupciones- la "Novena Sinfonía" de Beethoven.
Entre 1889 y 1945 la humanidad convivió con Adolf Hitler, fundador del Tercer Reich (la Tercera República) en 1933. Y quien, por todo lo que ya usted sabrá, se convirtió en objetivo de la II Guerra Mundial, entre 1939 y 1945.
De 1928 a 2010, vivió Fred Prieberg, católico alemán, investigador musical (apenas reseñado en español). En "La música en el Estado Nacionalsocialista" describe la "Operación Cosmética" según la cual el régimen nazi maquillaba sus acciones devastadoras a través de magníficos actos en los que resaltaba su apoyo a la cultura nacional.
Así que hay registro de la devoción del führer por Wagner (confeso antisemita); que Carl Orff sustituyó a Mendelssohn (judío) en los programas de mano; que Wilhelm Furtwängler (el que se limpiaba, asqueado, después de saludar a Goebbels) se defendía: "la preocupación de que mi arte fuera mal usado como propaganda había de ceder a la gran preocupación de que la música alemana debía ser preservada, que la música debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos". Y que Von Karajan se dejó mimar y aplaudió las consignas necesarias para que le permitieran continuar dirigiendo... En la postguerra, un oficial que lo interrogó lo definió como "un individuo fanático, cuyo fanatismo está dirigido hacia la música, que le supone la existencia".
Saque usted sus conclusiones. Aquí, las mías:
¡Qué orgullo me das, Gustavo, compatriota! ¡Qué privilegio, Maestro, disfrutarte, porque tengo conciencia de tu inmortalidad! ¡Aviso a todos, anegadas mirada y voz, que hasta la fecha no ha parido nuestro gentilicio una gloria como tú!
¡Y cómo me dueles en el apartheid, en las mazmorras, en la corrupción, en las páginas rojas y en la miseria, mientras formas parte de la operación cosmética, Von Dudamel!
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