PER KUROWSKI | EL UNIVERSAL
jueves 13 de diciembre de 2012 12:00 AM
Hay innumerable artículos que especulan sobre qué pasaría si el enfermo no mejora y, si aun absolutamente todos estos, de lado y lado, tuviesen razón, por imposible que eso sea, la verdad es que en un país tan dividido como el nuestro, todos, de todas formas, vamos presos.
El actual cacique de turno, sin duda alguien con unas características muy extrañas, entre otras una gran capacidad comunicacional para explotar los complejos complejos de nuestra psiquis nacional, catapultó de manera irresponsable el nivel de conflictividad en nuestro país.
Ayudado por nuestras abundantes resultas petroleras logró conseguirse tanto el amor y el apoyo de millones de buenos corazones venezolanos, así como por supuesto el apoyo de los tantos pon-me-donde-haya aprovechadores de siempre. Pero, con sus políticas de subdesarrollo, y su omnímoda e irritante autosuficiencia, también causó que otros millones de buenos corazones venezolanos lo detesten, hasta más no poder.
Y ahora, aún cuando ese cacique tenía designios para que su turno fuese eterno, parecería que el país debe acostumbrarse a su ausencia. Pero, antes de preguntarse sobre quiénes deben ser los candidatos a ser el próximo cacique de turno, el país debería comenzar por responder a sí mismo, si quiere o no quiere seguir en esta estúpida peleadera hecha peladera.
Y no hay duda que todos, por lo menos en nuestros adentros, sabemos muy bien que no tiene nada de patriótico o lógico el mantener el país dividido. ¿Qué hacer?
No sugiero saberlo, pero sí me gustaría comenzar por encuestas que buscan conocer quién de la variada oposición les parece menos malo a los que están con el cacique de turno, el enfermo, y quién, entre todo el variado chavismo, les parece menos malo a los de la oposición:
¿Si usted oposicionista naufragase con su familia en una isla donde sólo viven chavistas, a quién preferiría como cacique de turno, a Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello, u otro, u otra?
¿Si usted chavista naufragase con su familia en una isla donde sólo viven oposicionistas, a quién preferiría como cacique de turno, a Henrique Capriles, a Pablo Pérez, u otro, u otra?
El solo hecho de responder sobre quién puede para uno ser el menos horrible entre los horripilantes, da lugar a un espacio de reflexión y amplitud que por los momentos no existe.
Y luego incitaría a los dos titulares del "menos horrible entre los horripilantes", a que se tomen juntos unas cervecitas para simplemente conversar sobre el qué hacer con ese activo, o ese pasivo político, que comparten.
¿Sugiero yo un país gobernado por alguien "alguito menos horrible que horripilante"? ¡No! Quiero algo mucho mejor. Pero la verdad es que si alguien nos preguntase: "¿Les hubiere gustado tener caciques alguito menos horribles que horripilantes?" Igual les hubiésemos contestado "¡Sí! ¡Porfa! ¡Siempre es mejor quedar menos fallos!".
Ustedes conocen que la ruta de unificación nacional que prefiero, es aquella de unirnos los ciudadanos alrededor de la responsabilidad individual de cada quien en sembrar sus propias resultas petroleras. Lamentablemente esa posibilidad sí que se enfrenta a un sólido frente unido, formado por todos los políticos, de lado y lado; quienes rehúsan aceptar que se les quite su manguangua de manejar políticamente nuestras resultas petroleras... y la que defienden con su insolente consigna del: "Voten por mí, yo sé mucho más de lo que les conviene a ustedes y a sus familias de lo que ustedes mismos saben".
El actual cacique de turno, sin duda alguien con unas características muy extrañas, entre otras una gran capacidad comunicacional para explotar los complejos complejos de nuestra psiquis nacional, catapultó de manera irresponsable el nivel de conflictividad en nuestro país.
Ayudado por nuestras abundantes resultas petroleras logró conseguirse tanto el amor y el apoyo de millones de buenos corazones venezolanos, así como por supuesto el apoyo de los tantos pon-me-donde-haya aprovechadores de siempre. Pero, con sus políticas de subdesarrollo, y su omnímoda e irritante autosuficiencia, también causó que otros millones de buenos corazones venezolanos lo detesten, hasta más no poder.
Y ahora, aún cuando ese cacique tenía designios para que su turno fuese eterno, parecería que el país debe acostumbrarse a su ausencia. Pero, antes de preguntarse sobre quiénes deben ser los candidatos a ser el próximo cacique de turno, el país debería comenzar por responder a sí mismo, si quiere o no quiere seguir en esta estúpida peleadera hecha peladera.
Y no hay duda que todos, por lo menos en nuestros adentros, sabemos muy bien que no tiene nada de patriótico o lógico el mantener el país dividido. ¿Qué hacer?
No sugiero saberlo, pero sí me gustaría comenzar por encuestas que buscan conocer quién de la variada oposición les parece menos malo a los que están con el cacique de turno, el enfermo, y quién, entre todo el variado chavismo, les parece menos malo a los de la oposición:
¿Si usted oposicionista naufragase con su familia en una isla donde sólo viven chavistas, a quién preferiría como cacique de turno, a Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello, u otro, u otra?
¿Si usted chavista naufragase con su familia en una isla donde sólo viven oposicionistas, a quién preferiría como cacique de turno, a Henrique Capriles, a Pablo Pérez, u otro, u otra?
El solo hecho de responder sobre quién puede para uno ser el menos horrible entre los horripilantes, da lugar a un espacio de reflexión y amplitud que por los momentos no existe.
Y luego incitaría a los dos titulares del "menos horrible entre los horripilantes", a que se tomen juntos unas cervecitas para simplemente conversar sobre el qué hacer con ese activo, o ese pasivo político, que comparten.
¿Sugiero yo un país gobernado por alguien "alguito menos horrible que horripilante"? ¡No! Quiero algo mucho mejor. Pero la verdad es que si alguien nos preguntase: "¿Les hubiere gustado tener caciques alguito menos horribles que horripilantes?" Igual les hubiésemos contestado "¡Sí! ¡Porfa! ¡Siempre es mejor quedar menos fallos!".
Ustedes conocen que la ruta de unificación nacional que prefiero, es aquella de unirnos los ciudadanos alrededor de la responsabilidad individual de cada quien en sembrar sus propias resultas petroleras. Lamentablemente esa posibilidad sí que se enfrenta a un sólido frente unido, formado por todos los políticos, de lado y lado; quienes rehúsan aceptar que se les quite su manguangua de manejar políticamente nuestras resultas petroleras... y la que defienden con su insolente consigna del: "Voten por mí, yo sé mucho más de lo que les conviene a ustedes y a sus familias de lo que ustedes mismos saben".
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