ROBERTO GIUSTI
| EL UNIVERSAL
martes 9 de septiembre de 2014 12:00 AM
Según el filósofo francés
Edgard Morín la conversión forzada del marxismo en pretendida ciencia,
que predica el fin de la explotación del hombre por el hombre, en aras
de una sociedad sin clases, tuvo su complemento en una compañera
antagónica y contradictoria: la necesidad de creer en ese axioma como
verdad revelada, es decir la instauración de la Fe en terrenos del
materialismo. Así, siempre con Morín, "en la nueva promesa de
salvación, la religión ya no está en el cielo sino en la Tierra". En
otras palabras, no hace falta esperar la muerte para ser redimido en el
cielo porque esto ocurrirá en la Tierra.
A estas alturas ya sabemos que esto nunca ocurrió porque el resultado fue todo lo contrario, como lo demuestra la suerte de los regímenes totalitarios del siglo XX y su descomunal carga de muerte y destrucción. Pero como toda religión, la marxista (y/o leninista y/o stalinista y/o maoísta) reclamaba, según el momento, los países y sus realidades específicas, un Mesías, una figura mítica que encarnara esta dualidad de imposible aplicación y allí nació el líder divinizado cuya omnipotencia, en los casos de Stalin y Mao Tse Tung, se eleva hasta las alturas de los dioses, salvo que, como todos los hombres, al final la muerte los devuelve a la tierra, así sea en un mausoleo de mármol.
Curiosamente son estos hombres, cuya andadura hacia el poder, ha entrañado la aplicación sistemática de la violencia y cuyo ejercicio le costó a la humanidad la muerte y desgracia de millones de seres humanos, los más celebrados, los más endiosados, los más cantados por los sacerdotes de la aclamación, valga decir, poetas, escritores e intelectuales de toda laya. Así, por ejemplo, vemos como el gran Pablo Neruda, le cantaba loas al responsable de una de las hambrunas más devastadoras que recuerde la historia: "Lenin dejó una herencia/ de patria libre y ancha./ Stalin la pobló/ con escuelas y harina,/imprentas y manzanas./ Stalin desde el Volga/ hasta la nieve/ del Norte inaccesible/puso su mano y en su mano un hombre".
Pero citemos, también, para seguir en Chile, a Salvador Allende, quien habiendo ofrendado su vida en nombre del socialismo, estuvo animado, a lo largo de su carrera, por su apego a las normas democráticas. El "compañero presidente" también le dedicó su piropo al terrible "padrecito": "Stalin fue para el pueblo ruso bandera de revolución, de ejecución creadora, de seguimiento agrandado hasta la paternidad".
Sobre Mao, responsable de la muerte de más de sesenta millones de seres humanos nos remitimos, apenas, al testimonio del filósofo argentino Carlos Astrada: "Nos fue dado percibir, de inmediato, ante su presencia, la grandeza moral y lúcida serenidad del líder de la revolución mundial....". Pequeña muestra de cómo hasta en el reino del materialismo dialéctico aparecen los dioses.
A estas alturas ya sabemos que esto nunca ocurrió porque el resultado fue todo lo contrario, como lo demuestra la suerte de los regímenes totalitarios del siglo XX y su descomunal carga de muerte y destrucción. Pero como toda religión, la marxista (y/o leninista y/o stalinista y/o maoísta) reclamaba, según el momento, los países y sus realidades específicas, un Mesías, una figura mítica que encarnara esta dualidad de imposible aplicación y allí nació el líder divinizado cuya omnipotencia, en los casos de Stalin y Mao Tse Tung, se eleva hasta las alturas de los dioses, salvo que, como todos los hombres, al final la muerte los devuelve a la tierra, así sea en un mausoleo de mármol.
Curiosamente son estos hombres, cuya andadura hacia el poder, ha entrañado la aplicación sistemática de la violencia y cuyo ejercicio le costó a la humanidad la muerte y desgracia de millones de seres humanos, los más celebrados, los más endiosados, los más cantados por los sacerdotes de la aclamación, valga decir, poetas, escritores e intelectuales de toda laya. Así, por ejemplo, vemos como el gran Pablo Neruda, le cantaba loas al responsable de una de las hambrunas más devastadoras que recuerde la historia: "Lenin dejó una herencia/ de patria libre y ancha./ Stalin la pobló/ con escuelas y harina,/imprentas y manzanas./ Stalin desde el Volga/ hasta la nieve/ del Norte inaccesible/puso su mano y en su mano un hombre".
Pero citemos, también, para seguir en Chile, a Salvador Allende, quien habiendo ofrendado su vida en nombre del socialismo, estuvo animado, a lo largo de su carrera, por su apego a las normas democráticas. El "compañero presidente" también le dedicó su piropo al terrible "padrecito": "Stalin fue para el pueblo ruso bandera de revolución, de ejecución creadora, de seguimiento agrandado hasta la paternidad".
Sobre Mao, responsable de la muerte de más de sesenta millones de seres humanos nos remitimos, apenas, al testimonio del filósofo argentino Carlos Astrada: "Nos fue dado percibir, de inmediato, ante su presencia, la grandeza moral y lúcida serenidad del líder de la revolución mundial....". Pequeña muestra de cómo hasta en el reino del materialismo dialéctico aparecen los dioses.
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