José Guerra
3 Septiembre, 2014
La Venezuela de hoy se parece en muchos aspectos a aquella de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Cuando bostezaba el siglo XIX y abría los ojos el primer día de 1900, el país era ingobernable. Arrastrado por una secuencia de conflictos intestinos después de la guerra de independencia no había manera ni forma de poner concierto en el desconcierto y orden en ese gran desorden que era Venezuela. Atestiguaba el país un proceso de literal disolución. Vino la guerra federal con su carga fratricida y después de ella en 1863, se abre el espacio del caudillismo y con este los gobiernos cambiaban de manos al ritmo del azar. El primero de octubre de 1899 los andinos, encabezados por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, comienzan desde Cúcuta su marcha triunfal hacia Caracas para tomar el poder y hacer valer la supremacía económica de Los Andes venezolanos, única región próspera entonces debido a las exportaciones de café y donde las guerras no habían hecho estragos.
Muerto Chávez en marzo de 2013, ha entrado Venezuela en terreno movedizo. Maduro ha depreciado a tasa acelerada el capital político que le legó Hugo Chávez y su deslizamiento hacia la impopularidad es directamente proporcional a la inacción que exhibe. Maduro no preside un gobierno sino más bien una especie de junta de condominio donde acordarse para adoptar decisiones se trasforma en una tarea titánica que inmoviliza. Distintas falanges que hacen vida en el seno del partido de gobierno le impiden, ante su dubitación, trazar un rumbo claro y definido.
Ahora el país está sumergido en una crisis económica profunda, expresada en elevada inflación, escasez de bienes esenciales y una economía en contracción. Ello a pesar de los altos precios del petróleo hoy insuficientes para financiar la máquina de destruir riqueza instalada en Miraflores. El bolívar es despreciado por gentes que se refugian en otros signos monetarios para no arruinarse. Con ello convive una sociedad acorralada por un hampa permitida que asesina, secuestra y extorsiona con absoluta impunidad frente a cuerpos policiales desmoralizados unos y corrompidos otros. No hay certeza de que un ciudadano que salga de su casa a trabajar regrese sano y salvo a su hogar o que un hombre industrioso pueda desempeñarse en su ramo y prosperar sin ser blanco de las bandas de secuestradores y extorsionadores. El peculado se ha instalo en todas las dependencias de la Administración Pública. Los jóvenes no encuentran asiento ni arraigo en un país que mutiló sus oportunidades de vida y ven en el exterior las ocasiones que su país no le brinda. A ello se suma una camada de profesionales de altos quilates a los que Venezuela le quedó pequeña y optaron por emigrar en masa. Venezuela es además un país aislándose del mundo con el peligro cierto de encerrase en sí misma.
Tiene la nación un gobierno dirigido por una persona muy inferior al reto que tiene por delante, con un equipo gubernamental totalmente inhábil para configurar el perfil de un país moderno y que rota en los cargos como la tierra sobre su propio eje. Gómez no estudió porque no pudo y Maduro porque no quiso, pero Gómez con sus conocimientos básicos tenía muy claro lo que el país exigía en 1903, Maduro ni entiende y ni percibe lo que la Venezuela de 2014 reclama y requiere.
Desafortunadamente quienes militamos en las filas de la unidad democrática todavía no hemos podido o sabido encarnar una verdadera opción de poder para ser divisada por una parte importante del país como una alternativa válida y viable. Nuestra tarea más importante y fundamental es labrar esa opción porque en la política como en la física no hay espacio vacío y el espacio que deja un gas rápidamente lo ocupa otro gas. Estamos a tiempo de evitar que Venezuela se transforme en un matorral y siga saltando hacia atrás porque si no lo hacemos nosotros alguien lo hará. El país no estaría dispuesto a tolerar por más tiempo este equilibrio precario que es hoy Venezuela. Los que están no pueden, hagámoslo nosotros.
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