Alicia Freilich Segal
Esta
servidora por muchos años abandonó sus amores, dejó de leer literatura, escuchar
jazz y otras buenas músicas, ir al cine, eventos familiares y sociales,
empeñada durante quince años en redactar notas para llamar a concurrir sin
falta a las elecciones bajo régimen chavista. Pero al igual que le ocurre a las
mayorías votantes de la clase media educada en democracia y a los engañados
chavistas de todos los sectores, desde abril 2013 sufrimos la lesión y la
lección de una desconfianza difícil de erradicar.
Cuando
especialistas académicos y profesionales en la materia indican que el CNE
trabaja con una impecable maquinaria electrónica, incapaz de modificar
resultados a conveniencia del poder instalado en Miraflores, olvidan o quieren
olvidar, el origen monetario que las pagó, los negocios fraudulentos ya
evidenciados en los papeles que vendieron y compraron esos equipos, las
trácalas que por mucha comisión en dólares practican expertos en esos
menesteres, que el ilegítimo desgobierno actual se negó a revisar papeletas
comprobatorias y luego las destruyeron delatando así su descarado robo de la
voluntad del ciudadano votante, una garantía que le fue ofrecida continuamente
por el candidato Henrique Capriles y sus seguidores en la campaña por cierto
muy bien llevada pero muy mal acabada.
Ese
fue un suceso determinante en la conducta general, comunitaria, frente al mito
de la perfección digital tanto para el sector más preparado de la sociedad como
en la aguda percepción, intuitiva, del elector promedio que es mayoría. No se
puede engañar a todos y menos todo el tiempo.
Acudir
a los argumentos tradicionales para nada ayuda en este desencanto mientras
permanezca el mismo cabezal funcionario del CNE, la abstención será mayor y ese
factor sí es a fondo muy dañino para reestructurar el sistema electoral
venezolano. En todo sitio y todo tiempo se hace trampa, es inevitable y es un
vicio tentador para fanáticos y deshonestos. Pero humillar y ofender a un
votante global, variado, insistiendo en que es ignorante, que no conoce el
historial de las elecciones en otros países, que 30% del planeta vota electrónicamente,
que México repotenció la corrupción mediante el engaño electoralista contado a
mano, ninguna erudita reflexión para iniciados puede propiciar que retorne la
confianza, basamento esencial de toda relación humana, ausente ya en el elector
venezolano porque su gran mayoría comprende hasta qué punto las primitivas
botas, las mismas que torturan y asesinan estudiantes, practican contrabando en
fronteras, puertos y aeropuertos, signadas por el narcoestado, las que
despachan motorizados armados hacia los puestos electorales para amenazar
testigos, destruir pruebas y otros delitos, pueden respetar ese sagrado derecho
de elegir a sus representantes que tantos siglos de lucha y sacrificio tardó en
hacerse ley y tan escasos años se pudo ejercer.
Votar
es un derecho y un deber, sí. Pero cuando las botas permanecen atentas y
garantes al cumplimiento cabal del Estado de Derecho. Lo demás, por desgracia,
es farsa y me cuento entre quienes pueden explicarlo a voz en cuello, y entre
quienes lo piensan pero no pueden manifestarlo, mucho menos gritarlo pues van
presos o se quedan sin el oficialista quince y último. Que se vayan de una vez
a sus cuarteles, para que en verdad se pueda elegir además de votar.
Hoy
el país tiene sólo dos opciones. Reelección fraudulenta de una dictadura
militarista corrupta, o recuperación de la democracia imperfecta que controla y
corrige en la medida de lo posible.
Lo
demás, disculpen, es paja, y en eso precisamente se ha convertido el país a
punto de arder. Hablemos claro.
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