En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/06/hector-e-schamis-ambiguedades-politicas-pobreza-intelectual/
Héctor E. Schamis
Es uno de esos eventos fijos en el calendario, la conferencia anual CAF-Inter-American Dialogue en Washington. Son
dos días completos para debatir América Latina, la política, la
economía, la sociedad y sus relaciones internacionales. La asistencia es
de a miles, los expositores son los que uno lee en los periódicos y ve
en la televisión, todos influyentes.
Un panel reunió al Secretario General de la OEA Insulza, al exjefe de gabinete de Clinton Mack McLarty, a la embajadora colombiana ante Naciones Unidas y excanciller María Emma Mejía, al
expresidente panameño Martín Torrijos y al asesor de política exterior
de la presidente de Brasil Marco Aurélio García. Con el título “Los
desafíos hemisféricos”, fue moderado por Claudia Gurisatti, directora
del canal de noticias NTN24.
La conversación cubrió las relaciones interamericanas, la
integración—justamente, a 20 años de la primera cumbre de las Américas—y
sus características. Continuó con el problema del narcotráfico. Todos
resaltaron el hecho que el gobierno de Obama ha
dejado de usar la expresión “guerra contra las drogas” para comenzar a
enfatizar la crisis de seguridad y salud pública que se derivan del
narcotráfico. Un cambio bienvenido en relación a una “guerra” que no
tiene vencedores ni vencidos posibles, solo víctimas y en una abrumadora
mayoría civiles inocentes. Insulza fue explícito, señalando la
importancia del cambio de lenguaje y elogiando al gobierno
estadounidense por la nueva manera de abordar el tema.
Luego la moderadora invitó al panel a reflexionar sobre la
importancia decreciente de la democracia en la agenda de las cumbres y
como parámetro de integración. Insulza fue el primero en responder,
rechazando esa descripción y señalando que América Latina tiene hoy más
democracias que nunca en su historia, y que eso hablaba de los sólidos
avances democráticos de la región.
El punto es muy cierto, pero también es parcial. Ergo, sirve para
distorsionar más que para precisar. Pasa por alto que la calidad de la
democracia en la región ha disminuido de manera visible y preocupante,
según surge del trabajo de académicos, medios y ONGs que miden desde la
vigencia de los derechos humanos hasta la libertad de expresión y la
integridad física de los periodistas. Además omite que si, por ejemplo,
utilizáramos la variable “alternancia en el poder” como test ácido de
democracia— ¿acaso no es condición necesaria?—varios países de la región
no lo aprobarían. Gurisatti reflejaba esta realidad con su pregunta.
La discusión continuó con Venezuela, escuchándose algunos de los
conceptos de comienzo de la crisis: que Venezuela es una sociedad
dividida y que América Latina está más allá de la era de la
intervención, noción a la cual la OEA se opone firmemente. El primer
punto es cierto también, pero al igual que en febrero, soslaya lo
esencial: que en esa división, una parte está en la calle y la otra en
el estado, incluyendo el férreo control de la burocracia, la justicia y
el aparato represivo. Decir que el país está dividido “en dos mitades”
sin reconocer las asimetrías de poder inherentes a esa división disimula
la verdadera naturaleza del problema.
El otro punto, el de la no intervención, también es una carencia
semántica, porque así como la expresión “guerra contras las drogas”
definía el problema de manera equivocada, el término “intervención” hace
exactamente lo mismo. Si uno entiende por “intervención” los marines
del pasado, claro que hay que oponerse. Pero intervención hoy quiere
decir mediación, lo cual es deseable. Como hizo UNASUR, por ejemplo, salvo que no lo hizo bien por no poder sostener una verdadera imparcialidad ante el conflicto.
La conversación luego se focalizó en Cuba. Marco Aurélio García fue
más allá y en relación a la pregunta y a la (ausencia de) democracia en
Cuba, afirmó enfáticamente que Brasil “se opone a interferir en asuntos
internos de otro país”. Más allá del caso en particular, si Insulza
había mostrado una cierta ambigüedad política, tal vez obligado por los
delicados equilibrios de todo funcionario internacional, García exhibía
allí una patente pobreza intelectual, especialmente porque la definición
más acabada que hizo de sí mismo fue haber sido profesor de historia.
Como historiador debe saber, entonces, que ese principio es arcaico, no
corresponde a este siglo y ni siquiera corresponde a la segunda mitad
del siglo anterior. En realidad es tan antiguo que remite a la Paz de
Westfalia y la constitución de la soberanía estatal como concepto
fundante de aquel incipiente sistema internacional.
Pero eso era en 1648. Los estados hace tiempo que no son libres de
hacer lo que quieren dentro de sus fronteras. Gracias a la existencia
del derecho internacional y la doctrina de los derechos humanos—que,
precisamente, existen para interferir—los estados tienen restricciones.
Los derechos humanos como principio suspenden dos ejes centrales de la
soberanía estatal, el tiempo y el espacio. Los crímenes contra la
humanidad no prescriben jamás y son de jurisdicción universal.
El mundo sin injerencia externa del asesor García es así un mundo
donde la Declaración Universal de los Derechos Humanos es imposible y la
Corte Penal Internacional de La Haya una utopía. En un mundo sin
interferencia externa el Apartheid quizás continuaría vigente, Milosevichabría
muerto en su casa y Pinochet probablemente en el poder. Tal vez hasta
los militares brasileños seguirían gobernando. Es que el doble standard
que se escucha estos días no es trivial.
Esto fue llegando al final de los dos días del evento. Concluyó entre
la ambigüedad política y la pobreza intelectual, de ahí el título de
esta columna, pero la ambigüedad y la pobreza de quienes deciden. El
enorme mérito de la conferencia fue haber permitido documentar esas
ideas para debatirlas—para “dialogar”, según los organizadores.
Esa es la buena noticia. La mala es que ese debate en la América
Latina de hoy no parece haber llegado al siglo XXI. A veces, ni siquiera
al siglo XX.
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