Eduardo Semtei Alvarado
Me asombro. Descubro la maldad en su estado puro. Registro
los disparates. Las mentiras de los personeros oficiales que se van
agregando capa a capa como una cebolla babosa y descompuesta. La patria
me duele. El futuro se tambalea y está por alcanzarnos. El pasado los
condena. 5.500 días de división y odio. La muerte acecha a policías y
militares. Nadie es libre. La noche se alarga. Hambre hoy. Hambre
mañana. Veo con asombro la controversia del consumidor. La maldición de
las captahuellas. Hay un olor mortecino. Abuso del formol para retrasar
el deterioro.
Un primer monigote de hule y anime anuncia con fanfarria que las
máquinas infernales que ofrendan triunfos a quienes muerden el pantano
de la derrota electoral servirán para multiplicar panes y leche. Otro
fantoche con indumentaria e inmunidad restriega las despiadadas
computadoras contra los débiles clientes de productos subsidiados y
supermercados rojos. En el fondo se mueve un mar convulsionado. El
Caracazo no los deja dormir. No hay reposo. Terminó por cumplirse la
frase: “Socialismo o muerte”.
El mandatario reconoce que las parlamentarias destriparán su gobierno. Es un revolcón en ciernes. Nada es lo que parece. La parca y sus luceros visitan con alevosía y libertad cárceles y hospitales. Los médicos huyen. Se quitan las batas. Los guardaespaldas de turno caen como moscas. Un arma es símbolo de bienestar y al propio tiempo señal de despedida. Andan y desandan. Hay derroche. Avanzan y retroceden. Disparan y reculan.
Una quinaria de atropellantes gobierna. Suenan apellidos. Maduro. Jaua. Ramírez. Rodríguez. Cabello. Ellos tienen el miedo en la sangre. En el alma. Otean el futuro. Negocian asilos y paraísos fiscales. Los pitonisos ya les advirtieron. La suerte de Manuel Noriega los acecha. Es un espejo que se repite. Se acobardan. Amenazan. Chillan. Quienes los adversan están conscientes de su agonía. Se desesperan. Quieren apurar las cosas. Precipitar el desenlace. Calma. Paciencia. Permitid que el moribundo se despida. Que el enterrador de la ley cumpla su función. Falta poco.
El Palacio Legislativo no mudará su sitio. Una extremaunción política. Sus agavillados del petróleo se van retirando con disimulo. Las sillas parlamentarias vacías de inteligencia, probidad y democracia esperan la llegada de los nuevos guerreros. Un contingente de jóvenes se apresta a llenar curules. Las boinas militares regresan de la almoneda a sus cuarteles. Millones de dedos los señalan. Se aíslan. No ven a nadie y deducen que nadie los ve. Dice el poeta: “El ojo que tú ves, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”.
Los dinosaurios de Zapata cambian de bando. Carne de hiena. El terror aumenta. Saben lo que les espera. Se retuercen. Se inculpan unos con otros. Yo no fui. Fuiste tú. Yo no sabía. Sí sabías. Ensayan con sus abogados. Preparan salidas. Yates. Aviones. Fueron órdenes. Núremberg es su sino. No hay perdón en la complicidad. Malgastaron el petróleo. Las reservas. Escupieron sobre la moral. Perforaron la ética. Anduvieron a horcajadas sobre la Constitución. Ay, cómo se burlaron. Ay, cómo la usaron. Ay, cómo la desconocieron.
El mandatario reconoce que las parlamentarias destriparán su gobierno. Es un revolcón en ciernes. Nada es lo que parece. La parca y sus luceros visitan con alevosía y libertad cárceles y hospitales. Los médicos huyen. Se quitan las batas. Los guardaespaldas de turno caen como moscas. Un arma es símbolo de bienestar y al propio tiempo señal de despedida. Andan y desandan. Hay derroche. Avanzan y retroceden. Disparan y reculan.
Una quinaria de atropellantes gobierna. Suenan apellidos. Maduro. Jaua. Ramírez. Rodríguez. Cabello. Ellos tienen el miedo en la sangre. En el alma. Otean el futuro. Negocian asilos y paraísos fiscales. Los pitonisos ya les advirtieron. La suerte de Manuel Noriega los acecha. Es un espejo que se repite. Se acobardan. Amenazan. Chillan. Quienes los adversan están conscientes de su agonía. Se desesperan. Quieren apurar las cosas. Precipitar el desenlace. Calma. Paciencia. Permitid que el moribundo se despida. Que el enterrador de la ley cumpla su función. Falta poco.
El Palacio Legislativo no mudará su sitio. Una extremaunción política. Sus agavillados del petróleo se van retirando con disimulo. Las sillas parlamentarias vacías de inteligencia, probidad y democracia esperan la llegada de los nuevos guerreros. Un contingente de jóvenes se apresta a llenar curules. Las boinas militares regresan de la almoneda a sus cuarteles. Millones de dedos los señalan. Se aíslan. No ven a nadie y deducen que nadie los ve. Dice el poeta: “El ojo que tú ves, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”.
Los dinosaurios de Zapata cambian de bando. Carne de hiena. El terror aumenta. Saben lo que les espera. Se retuercen. Se inculpan unos con otros. Yo no fui. Fuiste tú. Yo no sabía. Sí sabías. Ensayan con sus abogados. Preparan salidas. Yates. Aviones. Fueron órdenes. Núremberg es su sino. No hay perdón en la complicidad. Malgastaron el petróleo. Las reservas. Escupieron sobre la moral. Perforaron la ética. Anduvieron a horcajadas sobre la Constitución. Ay, cómo se burlaron. Ay, cómo la usaron. Ay, cómo la desconocieron.
Y sigue la cuenta regresiva implacable. Y la registradora de la
patria solo exhibe cuentas por cobrar. Son intereses imposibles de
pagar. Una vela a cada santo. Las fastuosas fiestas van menguando. El
patiquín de la corbata Luis Vuitton y temerario de las cantinas
militares se ve sorprendido en sus patrañas. Los hijos del cadivismo se
burlan de la ley. Son ascendidos. El sistema acusatorio se engalana con
flores de meretrices. Labios pintarrajeados y lunares falsos. El oro del
Banco Central merma. Ya no hay caja. Todo está paralizado. Viviendas.
Trenes. Fábricas. Industrias. Agricultura. Violan la ley. Quieren
privatizar a Pdvsa por pedazos. Primero Citgo. El acento cubano se oye
en las voces criollas. Muchos nacionales emigran. La clase media sufre y
los pobres padecen. Ya cambiará todo. La historia será implacable con
ellos. Serán pulverizados. Del polvo vinieron y en lixiviados se
convertirán. El fruto de su odio es el olvido.
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