SOLEDAD MORILLO BELLOSO
| EL UNIVERSAL
viernes 19 de septiembre de 2014 12:00 AM
Habiendo transitado -con
dolores, pesares y logros- por el siglo XX, a los venezolanos nos toca
vivir el siglo XXI con un gobierno con conocimientos, talento y
pensamiento de principios del siglo XIX. Así de insensato es el asunto.
Mientras Venezuela evoca los infiernos de la Divina Comedia, al Dante local le asignan la tarea de zambullirse en las pailas de una burocracia creada ad hoc para facilitar la corrupción y amargarle la vida a los ciudadanos de bien. La burocracia marca V-República devora como monstruo mitológico los dineros públicos que nunca ven lo público. Queda para los mortales indefensos lo que luego escupe el monstruo: la inflación, el desabastecimiento, la escasez y otras fruslerías que carcomen nuestros bolsillos y esos derechos marcados por una Constitución que es magreada frente a los impávidos ojos de los "ocupas" de las instituciones. No es cierto que esos males no hagan distingos entre preferencias partidarias. A los boliburgueses el costo de la vida no les hace ni coquito. El "no hay" ni les va ni les viene, no sólo porque para ellos sí hay, siempre hay, sino porque si en un supuesto negado llegará a no haber, pues a importarlo, pagarlo con verdes de dudosa procedencia y sanseacabó.
Ya no es sólo que Venezuela no esté bien, sino que cada día está peor. Ni en las más osadas fantasías pudimos haber imaginado el caos convertido en cotidianidad. Ya no es asunto de opiniones de estúpidos ilustrados, de sesudos analistas o persistentes opositores. Es lo que piensan Casilda y Juan y doña Mercedes y Perucho, aunque un gran defensor de este desastre sume al pote de apoyos a esos que en las encuestas declaran que este gobierno es de "regular a malo", para poder cacarear en un domingo de mañana que el presidente supera el 50% en popularidad y con ello sabanear embustes sin que a nadie se le ofrezca igual privilegiado espacio para refutar.
Y, créanme, si en Caracas los problemas son graves, en el interior son color de hormiga amazónica en celo. De lo que no hay, hay menos, aunque suene a imposibilidad cartesiana. Si en la capital hay cortes de electricidad, multiplíqueselo por "n" en la provincia. Al menos en Caracas, porque la mitad de la ciudad está en el estado Miranda, se cuenta con la solidaridad de la máxima autoridad estadal. Igual en Amazonas y Lara. Pero uno no ve a los virreyes provinciales quejarse o siquiera fruncir el ceño. Para ellos más vale la sonrisa en palacio que gobernar para los ciudadanos de su entidad. En la democracia marca V-República, los ciudadanos de a pie sólo valen cuando la escena se pinta de votos. Cuando la agenda marca reposo, el "ciudadano" es metamorfoseado en "súbdito".
La mala noticia, empero, no está en los titulares. No la busque. No la hallará. Pero yo, aun a riesgo de ser lapidada por factores de la política, se la doy. Los países no "llegan al llegadero". El deterioro es ad infinitum, como el infierno de Dante. Si usted supone que no es así, paséese por la realidad de varios países cuya contínua degradación habla por sí misma. Los países sólo salen de una pesadilla despertándose.
Mientras Venezuela evoca los infiernos de la Divina Comedia, al Dante local le asignan la tarea de zambullirse en las pailas de una burocracia creada ad hoc para facilitar la corrupción y amargarle la vida a los ciudadanos de bien. La burocracia marca V-República devora como monstruo mitológico los dineros públicos que nunca ven lo público. Queda para los mortales indefensos lo que luego escupe el monstruo: la inflación, el desabastecimiento, la escasez y otras fruslerías que carcomen nuestros bolsillos y esos derechos marcados por una Constitución que es magreada frente a los impávidos ojos de los "ocupas" de las instituciones. No es cierto que esos males no hagan distingos entre preferencias partidarias. A los boliburgueses el costo de la vida no les hace ni coquito. El "no hay" ni les va ni les viene, no sólo porque para ellos sí hay, siempre hay, sino porque si en un supuesto negado llegará a no haber, pues a importarlo, pagarlo con verdes de dudosa procedencia y sanseacabó.
Ya no es sólo que Venezuela no esté bien, sino que cada día está peor. Ni en las más osadas fantasías pudimos haber imaginado el caos convertido en cotidianidad. Ya no es asunto de opiniones de estúpidos ilustrados, de sesudos analistas o persistentes opositores. Es lo que piensan Casilda y Juan y doña Mercedes y Perucho, aunque un gran defensor de este desastre sume al pote de apoyos a esos que en las encuestas declaran que este gobierno es de "regular a malo", para poder cacarear en un domingo de mañana que el presidente supera el 50% en popularidad y con ello sabanear embustes sin que a nadie se le ofrezca igual privilegiado espacio para refutar.
Y, créanme, si en Caracas los problemas son graves, en el interior son color de hormiga amazónica en celo. De lo que no hay, hay menos, aunque suene a imposibilidad cartesiana. Si en la capital hay cortes de electricidad, multiplíqueselo por "n" en la provincia. Al menos en Caracas, porque la mitad de la ciudad está en el estado Miranda, se cuenta con la solidaridad de la máxima autoridad estadal. Igual en Amazonas y Lara. Pero uno no ve a los virreyes provinciales quejarse o siquiera fruncir el ceño. Para ellos más vale la sonrisa en palacio que gobernar para los ciudadanos de su entidad. En la democracia marca V-República, los ciudadanos de a pie sólo valen cuando la escena se pinta de votos. Cuando la agenda marca reposo, el "ciudadano" es metamorfoseado en "súbdito".
La mala noticia, empero, no está en los titulares. No la busque. No la hallará. Pero yo, aun a riesgo de ser lapidada por factores de la política, se la doy. Los países no "llegan al llegadero". El deterioro es ad infinitum, como el infierno de Dante. Si usted supone que no es así, paséese por la realidad de varios países cuya contínua degradación habla por sí misma. Los países sólo salen de una pesadilla despertándose.
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