MIGUEL BAHACHILLE M.
| EL UNIVERSAL
lunes 15 de septiembre de 2014 12:00 AM
Declaraba el Ministro de
Educación, Héctor Rodríguez, el ostensible problema que significa el
déficit de profesores en las materias Matemáticas, Física y Química.
Casi de manera inmediata agregaba como estímulo que los docentes
disfrutarán de un salario, ya incrementado, de Bs 5:557. No es una cifra
para estar eufórico cuando el propio BCV admite una inflación
anualizada del 60%. El Ministro hizo un conmovedor llamado a los
docentes jubilados a fin de cubrir ese déficit y evitar que se caiga en
lo que alguien definió como "el retraso cultural de la escuela".
Esporádicamente la escuela, sobre todo por estas épocas de inicio de clases, se convierte en el centro de ataques de la colectividad porque omite la intervención de la conciencia crítica de la opinión pública. Por el contrario, el actual ministro se deja llevar por objetivos que no se corresponden con las necesidades sociales planteadas por la realidad del país. No sabemos cuántos alumnos abandonan el sistema escolar; tampoco el número de profesores que deserta para incursionar en otras actividades. No hay unidad de criterios para determinar la cifra y calidad de profesores que el país requiere hoy; mucho menos la que requerirá en un plazo de cinco o diez años.
¿Cuáles son las consecuencias de esa deserción? Los profesores que por convicción entran en conflicto con el sistema educativo, no tienen más salida que renunciar. Lo hacen los pedagógicamente competentes y un menor número de incompetentes. Al educador no se le reconoce el estatus social que le corresponde. De allí que abandone su profesión o caiga en impavidez. Ello implica que en el futuro confiaremos nuestros hijos a los resignados o a una rutina educativa en desmedro de su calidad.
Los profesores se cansan de luchar en vano. Como no pueden introducir innovaciones por limitaciones ideológicas, se refugian en el abrigo de las horas de clases para cubrir parte de los ingresos que le permitan permanecer en la profesión. Ciertamente los éticos se ocupan del "alumno" pero no pueden, porque carecen de espacio y tiempo, ocuparse del muchacho. Siguen así impartiendo clases dentro de una rutina sin compromiso ni entusiasmo.
Mientras los burócratas priorizan las cuestiones económicas que no dejan de ser relevantes, la escuela se hunde en el atraso y nos aleja del mundo tecnológico y científico en general a nivel mundial. Así alumnos y profesores se desconectan de las creaciones indefectibles para ocuparse de detalles. Se hacen exámenes, se cuentan faltas e inasistencias; se asignan notas buscando promedios. Se regatean los porcentajes para lograr calificaciones que permitan ascender. No se trata pues de que el Ministro se glorifique porque el nuevo salario del docente será incrementado en algo más del 20% del valor del salario mínimo. El trance que afecta a nuestro sistema educativo va mucho más allá que un asunto de salario y de ideología improductiva.
Esporádicamente la escuela, sobre todo por estas épocas de inicio de clases, se convierte en el centro de ataques de la colectividad porque omite la intervención de la conciencia crítica de la opinión pública. Por el contrario, el actual ministro se deja llevar por objetivos que no se corresponden con las necesidades sociales planteadas por la realidad del país. No sabemos cuántos alumnos abandonan el sistema escolar; tampoco el número de profesores que deserta para incursionar en otras actividades. No hay unidad de criterios para determinar la cifra y calidad de profesores que el país requiere hoy; mucho menos la que requerirá en un plazo de cinco o diez años.
¿Cuáles son las consecuencias de esa deserción? Los profesores que por convicción entran en conflicto con el sistema educativo, no tienen más salida que renunciar. Lo hacen los pedagógicamente competentes y un menor número de incompetentes. Al educador no se le reconoce el estatus social que le corresponde. De allí que abandone su profesión o caiga en impavidez. Ello implica que en el futuro confiaremos nuestros hijos a los resignados o a una rutina educativa en desmedro de su calidad.
Los profesores se cansan de luchar en vano. Como no pueden introducir innovaciones por limitaciones ideológicas, se refugian en el abrigo de las horas de clases para cubrir parte de los ingresos que le permitan permanecer en la profesión. Ciertamente los éticos se ocupan del "alumno" pero no pueden, porque carecen de espacio y tiempo, ocuparse del muchacho. Siguen así impartiendo clases dentro de una rutina sin compromiso ni entusiasmo.
Mientras los burócratas priorizan las cuestiones económicas que no dejan de ser relevantes, la escuela se hunde en el atraso y nos aleja del mundo tecnológico y científico en general a nivel mundial. Así alumnos y profesores se desconectan de las creaciones indefectibles para ocuparse de detalles. Se hacen exámenes, se cuentan faltas e inasistencias; se asignan notas buscando promedios. Se regatean los porcentajes para lograr calificaciones que permitan ascender. No se trata pues de que el Ministro se glorifique porque el nuevo salario del docente será incrementado en algo más del 20% del valor del salario mínimo. El trance que afecta a nuestro sistema educativo va mucho más allá que un asunto de salario y de ideología improductiva.
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