En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/15/hector-e-schamis-en-el-tunel-de-la-incertidumbre/
Héctor E. Schamis
El debate latinoamericano sobre el desarrollo es un clásico. La
Economía del Desarrollo tuvo un vínculo estrecho con la región desde sus
inicios. De Prebisch en adelante —con y sin Singer— las controversias
sobre el rol del estado y el del mercado se tradujeron en innovaciones
conceptuales extraordinarias: la caída secular de los precios de las
materias primas, las ventajas comparativas dinámicas, la
industrialización sustitutiva y tantas más. Esos temas definieron una
manera latinoamericana de entender la economía, y también dieron forma a
sus conflictos políticos e ideológicos.
En la actualidad, esas disputas se han reducido en intensidad. El
consenso de hoy es que el desarrollo depende de la complementariedad
entre el estado y el mercado, el gobierno y la inversión privada
nacional y extranjera, y ello a pesar de cualquier retórica de
izquierda. Esa es la historia de las prósperas multilatinas, por
ejemplo.
También se ha superado la vieja dicotomía entre materias primas o
manufacturas, en favor de ambas. Los recursos hay que usarlos y la
bonanza de precios internacionales —el boom de las commodities—
ha sido aprovechado por todos. Precisamente, los casos exitosos de
competitividad se encuentran en aquellos sectores que han sido capaces
de agregar valor a las exportaciones, agrícolas, mineras y energéticas.
No obstante esta saludable convergencia, se observa mucho menos
consenso cuando uno examina la manera como se ha usado el excedente del
crecimiento de la última década. Ello es de una importancia crucial,
porque las excepcionales condiciones internacionales de estos años
—altos precios de las materias primas, tasas de interés negativas y
abundante liquidez— están llegando a su fin. Esto explica la
desaceleración de la economía de la región, cayendo a alrededor del 2,5% para 2014,
según proyectan el FMI, la Cepal y el BID, por nombrar algunos
organismos. El ciclo está cambiando, el viento de cola ha dejado de
soplar, y mientras algunos países se enfrentan a las próximas
dificultades económicas en una relativamente buena posición
macroeconómica, otros lo hacen ingresando al oscuro túnel de la
incertidumbre.
Curiosamente, esta división tiene menos que ver con el discurso del
partido en el poder que con las viejas lecciones de política económica,
las aprendidas y las ignoradas. Los “izquierdistas” Morales y Correa
poseen ahorro fiscal; Chile lo hace por diseño institucional; los países
de la Alianza Pacífico por interés estratégico. Lula había tenido
voluntad contra cíclica, lo opuesto que la procíclica Dilma Rousseff.
Los “izquierdistas” Maduro y Fernández de Kirchner, a su vez, han sido
fiscalmente irresponsables, por decir lo menos. Ese también ha sido el
caso en buena parte de América Central, donde el desorden macroeconómico
es común a la “izquierda” y la “derecha”, magnificado además por la
reducción de los subsidios venezolanos. El Caribe, por su parte, también
vulnerable a Petrocaribe, está además sobre endeudado. Un aumento de
las tasas de interés en Estados Unidos generará serias turbulencias
allí.
De esta manera, regresan hoy algunos de los fantasmas históricos del
desarrollo: la propensión a crecer explosivamente en contextos
internacionales favorables, para colapsar dramáticamente cuando esas
condiciones cambian. A merced del boom and bust, entonces, ello
muestra que continúa faltando en América Latina la voluntad y la
capacidad de implementar políticas contra cíclicas, es decir, de generar
ahorro fiscal, reducir el crecimiento de la fase ascendente y así
suavizar los ciclos, moderando la desaceleración y neutralizando la
consecuente inestabilidad.
La calidad de la democracia importa porque estos ciclos tienden a
reproducirse con mayor virulencia en sistemas políticos de baja densidad
institucional. La política económica contra cíclica requiere de un
tejido institucional robusto para tomar decisiones colectivas, es decir,
compartidas por un amplio espectro de la sociedad política. La marcada
disminución de la calidad democrática en la región exacerba la
incertidumbre asociada con los cambios de ciclo. No hay más que recordar
las reformas constitucionales introducidas para beneficio directo e
inmediato del presidente en ejercicio, cambios que han reducido, sino
eliminado por completo, la muy necesaria alternancia en el poder. En
esos sistemas la política opera como un mero reflejo del ciclo
económico. El poder del gobierno es casi ilimitado en la fase
ascendente, pero se disuelve de manera rápida y peligrosa en la fase
descendiente. Lo hemos vivido, lo hemos leído.
Pero hay más para preocuparse: las externalidades negativas de la exitosa reducción de la pobreza, paradójicamente. El boom de
esta década ha permitido a 56 millones de personas dejar de ser pobres
para sumarse a una clase media que hoy representa un tercio de la
población total. El problema es precisamente ese número tan
extraordinario, 56 millones de personas con expectativas de movilidad
social crecientes. En una región donde la desigualdad decreciente no se
correlaciona con la movilidad ascendente, esas expectativas no
necesariamente serán satisfechas. Esto hace a ese grupo social
vulnerable frente a un cambio brusco en las condiciones de la economía y
el empleo. Si además el poder de las instituciones democráticas está
diluido, la volatilidad macroeconómica bien puede derivar en conflicto
social.
Hacia el futuro, es importante entender que hace tiempo que no hay
una América Latina, hay muchas. En este túnel de la incertidumbre,
algunos ven la luz a la salida y con bastante nitidez. Otros no, y
tampoco tienen idea de cuánto les llevara salir de esa oscuridad, ni de
qué forma lo harán. La ecuación a resolver es la de entonces, la de
siempre: la interacción entre el desequilibrio macroeconómico, la
inestabilidad política y la conflictividad social.
En eso sí que América Latina sigue siendo una sola.
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